EDITORIAL

Una región en total abandono

Hablar de Belice es volver a un tema que resulta recurrente en cada gobierno y para muchos políticos. La violencia y la tensión en el área conocida como zona de adyacencia son algo común, por la imprudencia y uso de fuerza con que reaccionan las tropas beliceñas cuando se alega la incursión de algún guatemalteco.

Lo cierto es que cuando se produce una agresión y el tema vuelve al foco de la atención pública, la zona de adyacencia de Guatemala y Belice queda expuesta, con lo cual resulta evidente que vastas extensiones de tierra guatemalteca presentan las señales de un histórico abandono, de una ausencia prácticamente total del Estado y niveles deplorables de calidad de vida.

Emisarios del Estado aparecen en algunas de esas regiones cuando ocurren tragedias, ofrecen mejoras y servicios; pero luego, todo se olvida y los pobladores de la región vuelven a quedar en el abandono, al punto que muchos de ellos se ven obligados a enviar a sus hijos a escuelas beliceñas, por citar un ejemplo paradójico.

Tan solo el intento de llegar hasta alguno de los poblados fronterizos es una odisea, puesto que se transita por vías en abandono, aunque ofrecidas e incluso presupuestadas desde hace mucho. Ni siquiera la riqueza arqueológica del departamento de Petén y su alto potencial turístico han sido motivo suficiente para que los gobiernos se ocupen de construir una vía digna que comunique a ambas naciones.

El manejo político de prioridades ha sido uno de los eternos problemas que lastran el desarrollo del país, porque los políticos visitan muchas de estas comunidades cuando están en plena campaña política, haciendo los ofrecimientos más inverosímiles; pero se olvidan totalmente de esos pobladores cuando llegan al poder, a pesar de que han conocido las penurias de regiones que quedan en la periferia geográfica.

Un recorrido por algunas de estas regiones permite constatar la vulnerabilidad en la que se desenvuelve la vida de sus habitantes, rodeados de carencias, donde la infraestructura pública es inexistente y, en consecuencia, la satisfacción de necesidades básicas apenas se logra con el esfuerzo personal de cada familia.

Desde los trayectos vecinales maltrechos hasta la construcción de viviendas hacen evidente que la vida en esas comunidades es francamente penosa y para algunos agricultores mucho más, pues no cuentan con tierra propia, y eso incluso ha provocado que en algún momento sean acusados de incursionar en el territorio vecino.

Una de esas comunidades es San Marcos, a dos horas de Poptún, por un camino vecinal; pero llegar desde Guatemala puede requerir por lo menos 11 horas de viaje en un vehículo todoterreno, y lo único que piden los habitantes es que el Gobierno les conceda la legalización de tierras para sembrar, pero para ello también se necesita la certeza jurídica y la resolución del conflicto limítrofe, que se debe buscar de común acuerdo, de buena fe y por la vía del arbitraje internacional, para que estos guatemaltecos puedan empezar a atisbar un nuevo horizonte.

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