FAMILIAS EN PAZ

Verdad que transforma

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¿Quién es este, que aun los vientos y el mar le obedecen? Fue la pregunta que se hicieron aquellos que vieron a Jesús calmar la tempestad. Es la misma pregunta que hoy muchos se formulan. Para algunos es la historia de un profeta más, para otros un relato nacido en la imaginación de sus seguidores, pero para los que creemos en Él, tenemos la certeza de que es el Cristo, el Hijo de Dios.

Recientemente recordamos su muerte y resurrección y aún seguimos meditando en el fundamento de nuestra fe y del impacto que tuvo y seguirán teniendo sus enseñanzas en la historia de la humanidad, pues siguen vigentes.

Su vida, milagros y enseñanzas irrumpen en este mundo atribulado como un bálsamo, dando propósito a la existencia de todo ser humano. Creer en Él no asegura una vida sin dificultades; todo lo contrario, nos compele a vivir de manera distinta en este mundo dominado por el pecado y la maldad. Sus verdades eternas son aplicables en cualquier situación de la vida. Una de ellas es negarse a uno mismo en cuanto a nuestras ambiciones personales, para buscar el bien de los demás. Se trata de cargar nuestra propia cruz, para cuando nuestros deseos egoístas nos impulsen a pasar sobre los demás buscando únicamente nuestro propio beneficio nos detengan y cambien de rumbo.

Pretendemos ser el centro del universo, guiados por nuestro ego. En el fondo somos dominados por la envidia, el egoísmo y el orgullo que reclama constantemente toda la atención. En medio de ello nos pregunta ¿qué aprovecha el hombre, si ganara todo el mundo, y se destruye a sí mismo o perdiere su alma?, con lo que nos invita a redefinir nuestros objetivos en esta vida. ¿Dónde están nuestras prioridades? Si todo lo que ocupa nuestra existencia es buscar la riqueza, la fama y el poder? ¿De qué serviría si no somos capaces de amar y mostrar misericordia a nuestro prójimo, al más necesitado, socorriendo a la viuda y al huérfano, siendo partícipes de las injusticias de este mundo?

Solamente viviendo conforme a los principios y enseñanzas de Cristo encontramos lo que tiene valor eterno; se alcanza mayor bendición en dar que en recibir. El éxito lo medimos por el logro material o académico. Luchamos por hacernos un nombre, por estar en la cima. Sin embargo, la dinámica de Dios es en sentido inverso: para ser grande es necesario hacerse pequeño. Los gobernantes de las naciones se enseñorean de ella, y sus poderosos ejercen potestad sobre ella, hacen caer sobre otros su poder, sirviéndose de sus privilegios para obtener ganancias personales, abusando de su autoridad, pero entre los que creen en Él, quien quiere hacerse grande será servidor de todos. El cristiano verdadero se convierte en servidor de los demás, actuando con humildad, no por rivalidad u orgullo, sino considerando a los demás como mejores que él mismo.

Riqueza, fama y poder fue algo que el mismo Satanás le ofreció a Jesús en el desierto. Eligió obedecer al Padre, cumplir su voluntad hasta la muerte. Sus discípulos enfrentaron este mismo dilema: seguirle, amarle y vivir conforme a sus enseñanzas hasta la muerte o quedar anclados a la ilusión de una vida placentera en este mundo temporal. A los que creyeron los hizo pescadores de hombres, le dio propósito a su existencia, les enseñó a dar amor donde encontraran odio, a perdonar toda ofensa, a pagar con bien el mal recibido, a amar incluso a sus mismos enemigos.

Todos los días enfrentamos el mismo dilema. ¿Estamos viviendo conforme a los valores eternos de Dios o estamos atrapados a la ilusión de este mundo? Él busca compromiso de aquellos que hemos creído en Él.

rolando.depazb@gmail.com

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