EDITORIAL

Vida de película en un mundo de corrupción

Solo el dinero mal habido, producto de la corrupción, puede permitir niveles de vida inconcebibles como los descritos por Daniela Beltranena, exasistente de la exvicepresidenta Roxana Baldetti, durante su declaración ante el juez Miguel Ángel Gálvez en los casos de Cooptación del Estado y La Línea.

La exdiputada confesó el pasado jueves que durante un fin de semana de locura que pasó en Miami incurrió en gastos por 33 mil dólares en la compra de vestimenta, zapatos y otros accesorios. Una suma equivalente a más de 247 mil quetzales, lo cual también puede significar 93 salarios mínimos, o lo que es lo mismo, siete años de labor para trabajadores agrícolas y no agrícolas, con un sueldo mensual de Q2,643.21.

Esas son las cifras de escándalo que desnudan la conducta de quienes asumen cargos de relevancia en el Estado, pero sobre todo que tienen acceso a recursos de origen ilícito, pues sus salarios nunca les permitirían incurrir en ese tipo de lujos, como el que relató quien fuera una de las personas de mayor confianza de Baldetti.

Esos despropósitos empequeñecen cuando se comparan con los bienes atribuidos a la exvicepresidenta antes de su ingreso en la cárcel Santa Teresa, cuando intentaba justificar su cambio de vida y como argumento de convicción declaraba tener una empresa exportadora de verduras y una fábrica de champú, algo que, por supuesto, nadie creyó, y ahora se comprende mejor el posible origen de muchos de sus bienes.

Esos ritmos de vida y de conducta displicente solo se explican con una total carencia de escrúpulos y desfachatez para actuar de manera irresponsable, apropiándose de recursos ajenos o a través de nexos con estructuras criminales o grupos mafiosos, únicos medios para la adquisición incluso de lujosas lanchas para los exgobernantes.

Esa falta de moral en las más altas esferas del Gobierno, como ocurrió en la administración del Partido Patriota, es la que también hace comprensible la facilidad con la que se mentía desde las más altas posiciones gubernamentales, como ocurrió en la Vicepresidencia, pues al retornar de su viaje a Corea del Sur, la exmandataria declaró a la Prensa que cuando se enteró de la orden de captura en contra de su secretario privado, Juan Carlos Monzón, le pidió que regresara a Guatemala y se presentara ante la justicia, y agregó que luego le había perdido la pista.

Ambas versiones fueron mentiras, pues en su testimonio Beltranena dijo que Baldetti y Monzón habían llorado juntos en el hotel donde se hospedaban, al enterarse, un día antes, de que la justicia guatemalteca emitiría una orden de captura en contra de él y que, en todo caso, según declaró Beltranena al juez Gálvez, la exvicegobernante era la responsable de la fuga del exfuncionario.

Vida de excesos, dispendio y falsedades afloran hoy y descubren la conducta de un grupo de funcionarios que ahora son las caras más emblemáticas de la corrupción, todo lo cual se conoce con mayores detalles gracias a un proceso que se sigue en contra de varios exfuncionarios de esa administración por cargos de corrupción. Quizá a eso se deba el enorme esfuerzo de algunos de ellos para entrampar los procesos.

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