VENTANA

Que no se olvide

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Como espadas de Damocles, las armas nucleares y el cambio climático penden de un hilo finísimo que puede romperse por nuestras propias acciones y desencadenar catástrofes impredecibles. Son la mayor amenaza para nuestra vida humana y la de todo lo que existe en la Tierra. El pasado 6 de enero de este 2016, Corea del Norte realizó una prueba subterránea de una supuesta bomba de hidrógeno que provocó un sismo del otro lado de la frontera China. La alarma mundial sonó. Hasta la misma China, que ha sido aliada de Corea del Norte, rechazó enérgicamente la prueba de Kim Jong-un. “Que no se nos olvide, las armas nucleares son un peligro continuo real,” susurró el Clarinero.

Una amiga neoyorquina me contó que a raíz de esa prueba empezó a circular una carta dirigida al pueblo estadounidense, escrita por Richard Falk, David Krieger y Robert Laney, afiliados a la Fundación Paz en la Era Nuclear (Nuclear Age Peace Foundation), con base en Santa Bárbara, California. El mensaje expresa la preocupación por la indiferencia de los candidatos de los dos partidos políticos que compiten para llegar a la Casa Blanca, en este año 2016.

“…ninguno de los principales candidatos para las nominaciones han expresado la menor preocupación acerca de los peligros que enfrentamos de una guerra nuclear. Se trata de un descuido terrible. Refleja la negación y la complacencia que desconecta al pueblo estadounidense de los riesgos del uso de las armas nucleares en los años venideros”. Actualmente, nueve países poseen armas nucleares: Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte. Sería devastador que un grupo terrorista se apropiara de ese tipo de armas. Convertirían al planeta, “con su maravillosa variedad de vida, en una carbonizada Hiroshima global”.

La segunda amenaza mortal es el Cambio Climático, provocada por nuestras tecnologías, especialmente la extracción y uso de combustibles fósiles. El impacto del aumento de la temperatura de la Tierra generará sequías, extinción de especies de flora y fauna, la acidificación de las aguas de los océanos, el deshielo en los polos. Muertes masivas y desplazamientos de poblaciones humanas y animales son los escalofriantes escenarios potenciales.

En el Informe de Riesgos Globales 2016 del Foro Económico Mundial, el riesgo de mayor impacto potencial sería el fracaso de la mitigación del cambio climático y lo que conlleva la adaptación. Esta es la primera vez desde que el informe fue publicado en el año 2006, que un riesgo ambiental encabeza el ranquin. Los chapines no aparecemos en el escenario nuclear, pero sí tenemos voz y responsabilidad en el panorama ambiental global. Desde el año 2010, Guatemala forma parte del grupo de los 19 países “megadiversos” del mundo que juntos albergan más del 70% de la biodiversidad del planeta. Guatemala posee 14 ecorregiones o zonas de vida con diversos ecosistemas. Cuenta con 200 sistemas ecológicos fluviales y terrestres, cerca de 15 mil diferentes especies de flora y 100 mil especies de fauna. Más del 15% de estas especies son endémicas. Sin embargo, el conocimiento para proteger y conservar esta riqueza biológica en la población en nuestro país es muy limitada.

La paradoja es que, si bien no tenemos nada qué hacer ante la debacle mundial, si esta llegara a ocurrir, ¡que Dios no lo quiera!, somos un vivero, una cuna desde donde una nueva vida podría brotar. Que no se olvide que para que este vivero siga siendo una posible cuna para la vida, debemos cuidar nuestros entornos naturales como lo más preciado que podemos darle al mundo.

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