LA ERA DEL FAUNO

Rana, el grupo

Juan Carlos Lemus @juanlemus9

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Una sociedad libre no está formada con piezas al servicio de formas de pensamiento esclavizantes. En los últimos 300 años, occidente ha podido transformar —al menos en teoría— monarquías en repúblicas y totalitarismos en sistemas democráticos, aunque algunos, pese a que lo pregonan, no lo practican.

Ha sido tan duro el camino, la defensa de los pueblos originarios, la búsqueda de la justicia debido al aniquilamiento de poblaciones enteras, la explotación y robo de recursos naturales, tan duro ha sido todo como para pasar por alto que venga un grupo autodenominado Red de Amigos de la Naturaleza (Rana) a proponer que sea rematada la naturaleza. Exige, dice: “[a la clase política] Otorgar en propiedad privada las áreas protegidas, el agua, los bosques y el subsuelo”. El trastorno se cuenta solo.

Sistemas libertarios probadamente fracasados y deshumanizados resurgen con el pasamontañas intelectual de los campos pagados. El grupo Rana pretende “apostar por los principios de gobierno limitado, de mercados libres, en competencia y sin privilegios y de propiedad privada”. Además de que se trata de un discurso trillado, eso de “sin privilegios” es un falsete oriundo del egoísmo preñado de sujetos cosificados en una “libertad” ensartada solo como palabra, para negar, precisamente, la libertad y el bienestar de los demás.

“¡Por un ambiente sano y de personas libres!”, cierra, emotivo, su comunicado. Esa prédica sobre la libertad no es para todos, es para ellos. Es impensable de otra manera (a menos que hayan querido escribir “libre de personas”), pues no todos los días encontrarás, querido lector, gentes que quieran acudir a una subasta de los bosques.

Cada individuo o grupo tiene la potestad de arrimarse a las doctrinas que más le tallen, también tiene la libertad de encontrar su esclavitud en ellas, como una suerte de totalitarismo artero amalgamado con grupos de la misma secta, fundidos en falsa moral e idolatría conceptual ajustada a la medida de sus intereses. Pero el fanatismo radical evidencia consecuencias graves, extrañas.

En sociedades criminógenas como la nuestra, al estilo de la peor política partidista se ofertan paraísos terrenales cuando en realidad se domestican viejas conductas fascistoides que divagan sobre una mesa llena de mucha, muchísima ignorancia y de fanatismo libertario extremo. Son peligrosos y tienen bombas, pues tan incendiario es el muchacho con el rostro cubierto lanzando una molotov, que un negociante de las ideas lanzando su absolutismo en campos pagados o entre la cabeza inflamable de sus seguidores.

El respeto por lo que es de todos sería un primer paso afuera del carácter absolutista interior, nutrido este por la sordera autocomplaciente dada a cuartear la avaricia con los desechos derretidos de sus estatuas académicamente muertas. Y Rana mete pita para sacar listón. Exige “que la ciencia se mantenga al margen de los gobiernos y corporaciones con intereses mezquinos”. Pero ¡Por todos los Osos Polares¡, qué más mezquindad sino esa de apoyarse en un problema mundial, el del cambio climático y el dióxido de carbono, para proponer objetivos individualistas.

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