PERSISTENCIA

Recordando a monseñor Gerardi

Margarita Carrera

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Gerardi rayaba en los 50 años cuando fue elegido tercer obispo de la Diócesis del Quiché. Alto, blanco de tez, nariz aguileña, cabellos castaños, sus facciones reflejaban una belleza física que se empezaba a extinguir. Sus ojos eran de mirada dulce y profunda. De joven había sido delgado, pero con el correr de los años su constitución física había cambiado. A partir de los 40 años se mostraba fornido y corpulento. Por los años 50 se le recordaba siempre vestido de negro, luciendo una figura más esbelta. Desde que le nombraron obispo de Verapaz había abandonado el traje negro y vestía de manera informal, sobre todo para ir al campo. Entonces usaba pantalones caqui y ocasionalmente suéter o chumpa. Cuando hacía mucho frío, ambos. Era sencillo y amable, aunque tímido y dado a la soledad. En reuniones, gran platicador y contador de chistes. Reía espontáneamente y gozaba de las cosas simples de la vida. Su calidad humana conquistaba a cuantos trataba. Más que hablar, tenía el don de saber oír. Escuchaba en silencio a todos, como si estuvieran en confesión. Y solo al final, cuando el interlocutor había terminado lo que tenía que decir, daba su opinión. Y lo que decía valía oro. Sobre todo en el momento de la toma de decisiones. Medía los pros y los contras y siempre buscaba el justo medio, la mesura, el equilibrio. Un gran coordinador a la hora de las discusiones. Al final, él tenía siempre la última palabra, jamás despreciable, por cierto. Por ello había sido nombrado presidente de la Conferencia Episcopal desde 1972. Hasta 1974 fue obispo de Verapaz, donde desempeñó una labor ejemplar como religioso y como pastor de la gente sencilla y humilde, a quien amaba de todo corazón.

A través de la radio, la emisora Tezulutlán, difundía la palabra de Dios, pero también dejaba oír su voz de protesta en contra de la injusticia social, sobre todo en sus homilías dominicales. Como no todos hablaban castellano, se usaba la lengua de la región, que era la maya keqchí. Así su mensaje podía llegar a las comunidades más recónditas como la voz de la esperanza. Logró, de esta manera, el despertar de la conciencia e identidad keqchí. Su nombramiento como obispo de Verapaz se había dado el 9 de mayo de 1967, dos años después de la conclusión del Concilio Vaticano II, que motivó a Gerardi a escribir, en 1968, la Carta Pastoral: “A la luz del Vaticano II. Diócesis, comunidad viva y operante”, en donde daba a conocer, por primera vez, su lucha por que llegara a establecerse la justicia social en Guatemala. Hablaba del “hombre concreto” y de la necesidad de conocer la realidad humana. Por primera vez en Guatemala, un obispo empezaba a hacer hincapié en el conocimiento de las necesidades y condiciones sociales en que viven los guatemaltecos.

«… en el tiempo que hemos permanecido en la diócesis lo hemos dedicado, hasta hoy, a observar la realidad, a estudiar las diversas situaciones y necesidades (del hombre concreto), y de acuerdo a ellas elaborar un plan de trabajo pastoral.»

Era la época en que empezaba a surgir en Latinoamérica la teología de la liberación. Gerardi reconocía el espíritu de renovación de la nueva Iglesia, que consiste no solo en predicar para la otra vida, sino en tratar de rescatar a los pobres de las situaciones infames en que viven. Pero como la teología de la liberación era vista por los gobiernos dictatoriales como aliada del comunismo, creía oportuno aclarar que esta teología no implicaba ni revolución ni subversión, “ni mucho menos una oposición sistemática, abierta o solapada, a las instituciones eclesiales tal y como Cristo las quiso y las fundó”. Sin duda, el señalamiento de que la Iglesia debe participar en los problemas relacionados con la posesión de riquezas materiales fue lo que más inquietó a los gobernantes militares de aquella época, que estaban al servicio de terratenientes y empresarios.

margaritacarrera1@gmail.com

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