Los otros rostros de la Navidad

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Me invaden el pensamiento esos hogares que no serán la estampa típica del arbolito, las luces, las risas, los abrazos y los regalos a media noche o en la mañana de Navidad.

Veo a las viudas y huérfanos de los pilotos de autobús. A sus ayudantes, acribillados por no pagar la extorsión, frente a la indiferencia de sus empleadores, la sociedad y la inacción estatal.

Pienso en las mujeres que “celebrarán” con terror del marido ebrio y golpeador; en aquellas que dejaron de existir en manos de aquel en quien confiaron alguna vez sus más preciadas ilusiones. Están los que desaparecieron y los que murieron acribillados a manos de sicarios; en sus familiares que quedan atrás.

Me enfoco en esos valientes hombres y mujeres obligados a buscar en otros lares lo que aquí se niega: trabajo, ingreso digno, empleo decente. Pienso en quienes, con sus remesas, con enorme esfuerzo y gran soledad, compensan la mediocridad de la economía nacional, el descalabro fiscal y la corrupción. Esos 50 mil conciudadanos deportados solo este año, repatriados a la fuerza a un país que les recibe con lo mismo que los vio marchar: ¡nada!

Veo a los jóvenes que se graduaron en octubre, ilusionados con un primer empleo. Los mismos que terminarán de “emprendedores” a la fuerza, en alguna calle de la ciudad. En los que tienen título pero no saben sumar ni restar; en los que la pandilla es familia y la calle, escuela, crudo reflejo de lo que somos como sociedad.

Pienso en Flor, y otros más como ella, arrancados a tierna edad de este planeta porque alguien hizo de las vías públicas su pista de carreras; en las niñas-madres, que gestan el bebé de un pariente que debió ser su protector; en las víctimas de trata, de abuso sexual; en los que esperan justicia tras las rejas; en los amenazados e intimidados por defender sus ideas, sus derechos, sus tierras, su diversidad. En los que no tienen cómo costearse la enfermedad, a menos que lo empeñen todo.

Están todos aquellos que no distinguen Navidad de otro día, porque sus mesas seguirán igual de vacías. En los ancianos abandonados a su suerte y sin afecto.

La Navidad, en esas circunstancias, adquiere matices distintos. Las doce campanadas que anuncian el Año Nuevo, no suenan igual. Es un sabor agridulce que se paladea muchas veces, en absoluto silencio.

Seguro que usted también ha vivido más de algún diciembre así. Tal vez ninguno ha sido tan duro como los de los miles de hogares que arriba relato. Pero la oportunidad para la empatía está allí. En una llamada, un abrazo, en compartirse en lugar de entregar. Quien quita y a la mejor, hacer la tristeza ajena un poco nuestra aliente a la acción conjunta en el 2014. Y mejor aún, ¿qué tal si le regalamos al país el ejercicio activo y colegiado de nuestra ciudadanía? ¿Qué tal la unión de las fuerzas sociales en pos de un mínimo común? Hasta donde he visto, ese tipo de regalos no los fabrican en el Polo Norte. Nos toca a nosotros forjar nuestra parte.

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