Al turista con amor

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Ella le extendió su pasaporte y esperó mientras observaba cómo lo revisaba hoja tras hoja. “¿Usted por qué viaja?” “Para visitar a un familiar en el extranjero. “¿Y quién le paga el boleto?” “No tengo por qué contestar a su pregunta”, le contestó en tono firme. “Entonces tendrá que acompañarme a un cuarto privado, tengo que revisar su equipaje o le retengo el pasaporte”.

En ese momento, la viajera levantó su celular para marcar el número de una persona conocida e informarle de lo sucedido. “No te muevas del área pública”, le aconsejó su interlocutor. “Sin duda el agente me vio como una mujer frágil y sola, y pensó que sería muy fácil atemorizarme”, me dijo después.

Luego aparecieron más uniformados, discutieron entre ellos, le echaron unas miradas de reojo para ver cuán intimidada estaba y al darse cuenta de que no avanzaba el asunto, la dejaron ir después de una espera de más de 20 minutos. Es una de tantas historias de aeropuerto y podría responder a un procedimiento perfectamente legítimo si no fuera por la enorme desconfianza del público, conocedor por experiencias propias y ajenas de los abusos cometidos en ese recinto.

Por las redes sociales circula otra denuncia, esta vez de una dama guatemalteca casada con un extranjero a quienes trataron del mismo modo, pero al ingreso, solo para quitarles 200 dólares en un cuartito al cual los condujeron para revisarlos por si llevaban droga. La impresión fue una fuerte decepción y el germen de la idea de no regresar nunca más.

Lo que es importante destacar de estos ejemplos es una tendencia de creciente desprecio por las normas. En el desarrollo de las sociedades, uno de los factores clave para consolidar el respeto por leyes y reglamentos es el ejemplo de las autoridades y la solidez de las instituciones. Si estas se conducen de modo arbitrario y violan los preceptos, el resto de la comunidad se encontrará desprotegida y asumirá su propia defensa con los medios a su alcance.

La entrada —y salida— a un país es un punto de enorme vulnerabilidad en la imagen de nación. Los viajeros se encuentran en un área vulnerable, donde no cuentan con apoyo externo alguno. En la actualidad existe la ventaja de la comunicación telefónica portátil, pero en ese entorno debería existir un control impecable de la conducta de las autoridades de migración y aduanas, quienes además de un excelente nivel educativo y profesional deben ser ejemplo de ética.

No se puede negar que viajar a Guatemala ya es, de por sí, una decisión importante. Las noticias que circulan en este mundo intensamente conectado no son de desechar. Quienes viajan lo hacen después de pensarlo bien y medir los pro y contras. Otros, por imperiosa necesidad. Pero sea cual sea el motivo, a su llegada deberían encontrar un recibimiento institucional de país que no deje lugar a dudas del apego a las leyes de inmigración y aduanas, con procedimientos transparentes y seguros para los viajeros y, sobre todo, un estricto respeto por su integridad.

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