PERSISTENCIA

Utopía en filosofía y en la literatura

Margarita Carrera

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La necesidad del humano de alcanzar la felicidad perfecta, o bien su desesperación por haber nacido en un mundo pleno de carencias, en donde lo único seguro es la muerte, le hacen evadirse de la realidad y lanzarse al campo de la imaginación.

Esta necesidad se refleja, fundamentalmente, en dos campos: el filosófico y el literario, que a veces convergen y se funden y confunden. Tal el caso de Platón, para mencionar a uno de los primeros filósofos que penetra en el terreno literario. Lo mismo podríamos decir de Shakespeare, quien, al ir más allá de la literatura, desemboca en la filosofía.

Refiriéndose a la época moderna, es interesante observar a dos figuras que se complementan en el sentido indicado: una en el campo de la filosofía: el alemán Edmund Husserl; la otra, en el de la literatura; el inglés Aldous Huxley. El primero, nacido en 1859, 35 años mayor que el segundo.

Sin entrar a profundizar la corriente fenomenológica de la filosofía, de la que Husserl es el principal representante, abordaré de manera sencilla y comprensible el fin que persigue este filósofo. Para ello, cito la definición que de la filosofía: la ciencia de la “construcción a priori de la idea del mejor de los mundos posibles y de las ideas correlativas: una persona, una vida y una realidad, como las más perfectas entre todas las pensables”.

En otras palabras, un deseo porque exista, aunque sea solo en su razón (contaminada por la imaginación de su sinrazón o mundo instintivo), la perfección de una vida en un mundo capaz de llevar a cabo las más elevadas intenciones del conocimiento humano.

Esta perfección no puede llevar sino a Dios, “la idea absoluta del ser”. Esto es, a una teología, aunque rebase toda religión.

De todas formas, Husserl se propone, de una u otra manera (en su caso, de manera filosófica en donde la razón tiene su centro), un “hombre ideal”, que viva en un “mundo ideal”.

El hombre llegará a ser “verdadero, libre, autónomo” bajo el reinado de “la razón que le es innata”. Lo que equivale al gobierno absoluto del “súper-yo” que relegue, cada vez más, su mundo instintivo. Es decir, doblegándose al peso inaudito de la represión que el impondrá una sociedad “perfecta”. De esta manera ha de transformar su mundo en un mundo plenamente racional. De allí nacerá “la vida feliz” o “el mundo feliz”.

Pareciera que Huxley, científico y filósofo, además de literato, retomara la filosofía de Husserl acerca “del mundo perfecto” o “la vida feliz”, al escribir su novela utópica, intitulada Un mundo feliz.

La Seligkeit o “la vida feliz”, de acuerdo con Husserl, “solo se puede dar en una existencia ideal en donde no hay lugar, por principio, para el error, el pecado y el peligro de perderse”, una existencia, por tanto, dirigida a Dios en cuanto padre absoluto, represivo, que impone una hipermoral al humano, obligándole a que relegue su mundo instintivo.

Un mundo feliz de Huxley podría ser una irónica respuesta a todos los filósofos racionalistas que aspiran, desde Platón, a un mundo perfecto. Pero por la época histórica y la cercanía geográfica, esta respuesta toca en lo particular a Husserl. Así, Un mundo feliz, de Huxley, es el otro lado de la moneda del mundo perfecto de Husserl.

Surgido de mentes racionales, que de tan racionales se tornan en robots, el mundo nuevo que nos pinta Huxley causa vértigo y espanto. El error, el pecado y el peligro de perderse ya no es posible. Los seres que lo habitan surgen —ya programados y divididos en cuatro estadios raciales y sociales— de probetas, no de madres. Todas sus necesidades se ven saciadas, de tal forma que ya no hay lugar para la violencia, los celos, la lujuria, el hambre. El mundo instintivo se ve satisfecho o bien calmo mediante sedantes, lo cual favorece al orden de una sociedad perfecta. Se elimina todo aquello que dañe a los nuevos seres. Desaparece, por tanto, la infelicidad. Pero al desaparecer esta, también desaparece la auténtica felicidad.

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