PARALELO 30

¿Y la verdad?

Samuel Pérez Attias

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En 1492 habitaban grupos indígenas con su propia cultura y sus respectivas formas de organización económica, social, política y espiritual. Tenían su forma de estudiar al mundo, relacionarse con la naturaleza, de adquirir conocimientos más avanzados en algunas áreas que los que tenían quienes venían del “viejo continente”. Así, más que descubrimiento, hoy debemos referirnos al contacto de culturas, de civilizaciones, de cosmovisiones diferentes. Los pueblos indígenas que vivían en tierras que hoy llamamos americanas compartían y peleaban territorios y convivían con sus ecosistemas, según su cosmovisión.

Una verdad de esa historia radica en la llamada “doctrina del descubrimiento”, fundamentada por la Bula Papal Inter Caetera en 1493.

Esta dice que “en remotas y desconocidas islas… vive una gran cantidad de gente que parece suficientemente apta para abrazar la Fe Católica y ser imbuida en las buenas costumbres”. España consideraba, de acuerdo a la tradición medieval, que era lícito apoderarse de las tierras de los no cristianos, apoyándose en la doctrina del descubrimiento. Así las cosas, los Pueblos Indígenas que vivían en estas tierras fueron sometidos a cierta dominación en el nombre de un dios y de una religión poderosa. Los ind��genas se veían como salvajes con prácticas inhumanas, y con ese argumento se procedió a arrebatarles tierras, esclavizarlos; o en el mejor de los casos, “convertirlos” en almas puras. “Los indios, por derecho natural, deben obedecer a las personas más humanas, más prudentes y más excelentes para ser gobernados con mejores costumbres e instituciones” (Juan Gines De Sepúlveda, 1534). Se les impuso cómo pensar, en qué dios creer, cómo trabajar, cómo comunicarse, bajo qué normas de conducta actuar, pero sobre todo, a quién servir. Más tarde se les impuso un modelo económico y se diseñó un Estado en función de ese modelo. Se establecieron reglas y leyes acordes a ese pensamiento dominante y se legisló a favor de la pertenencia de posesiones, según lo que ese pensamiento consideraba justo “repartir y legalizar”. Si yo lo ocupo, tengo derecho de apropiármelo. Nunca se pensó en que los pueblos indígenas entendían su conexión con los ecosistemas de distinta forma conviviendo con ellos. La tierra era parte de ellos y ellos eran parte de la tierra. Los bosques, los ríos y los animales no eran “recursos productivos”, eran más bien parte de la familia extendida de los seres humanos, que convivían entre ellos.

Hoy, a más de 500 años, se busca “sacar de la pobreza” a grupos indígenas, buscando que tengan ingresos de al menos US$2 diarios, aunque sigan siendo marginados, excluidos, usados, desplazados y denigrados por el simple hecho de ser diferentes a quienes conquistaron, desarrollaron, arrebataron, descubrieron, transformaron o destruyeron… Se dice que hoy son libres de elegir dónde vivir, cómo vivir o dónde trabajar… Si el Estado fue organizado desde una perspectiva etnocéntrica, depredadora, excluyente o “conquistadora”, ¿cuál es la alternativa para quien ve el mundo según la cosmovisión de sus ancestros? Una alternativa es salir de ese Estado y ser de nuevo marginado, acusado, excluido, juzgado o estereotipado por no aceptar entrar a un modelo en el que solo se ve una verdad, “nuestra” verdad.

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