Revista D

Sufrimiento canino

Sin comida y sin hogar, apedreados y poco queridos. Esta es la situación de los perros abandonados.

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Alrededor cinco millones de perros viven en las calles de Guatemala (Foto Prensa Libre: Álvaro Interiano).

La tarde estaba como los mil demonios. No hacía calor; todo lo contrario. El viento soplaba tan fuerte que daba la impresión de que los árboles saldrían volando en cualquier momento. La lluvia no cesaba desde hacía unas tres horas. Correntadas por aquí y por allá. Las láminas de la sencilla casa de doña Cata tronaban. Adentro, el agua se colaba. La mujer, de unos 65 años —aunque aparentaba 80—, estaba preocupada por la furia caída del cielo. ¿Qué podía hacer sino esperar a que nada pasara? Pero lo que más le angustiaba eran sus dos nietos —una de 3 y otro de 8—.

Los chiquillos, sin embargo, poca atención le ponían al cataclismo que tenían encima. Estaban entretenidos con el Flaco, un chucho famélico de pelos dorados que se mantenía por el sector. El pobre estaba trémulo. Empapado.

—”Chuchito, chuchito”, balbuceaba Kathy, la pequeñita de 3 años, a la vez que juntaba y agitaba sus deditos pulgar, índice y medio. Mientras tanto, Adrián, su hermanito, le daba Tortrix. El Flaco respondía con cariño a los gestos de ambos.

—”¡Ash, ya dejen de tocar a ese chucho mugriento!”, les gritaba doña Cata, pero no hacía nada más, porque le daba lástima el pobre animal, el cual, como muchos otros, merodeaba en la colonia. Era chucho conocido. No hacía nada. Apenas ladraba y mucho menos mordía.

El Flaco se asomaba todas las mañanas a la carnicería de don Carlos. Con él iban sus compañeros de calle, entre ellos el Negro, Pelusa, Lobo, Princesa y la Laika, nombrados así por los vecinos.

Don Carlitos, tan bueno como siempre, les daba un poco de las menuzas que le sobraban. El acto del carnicero rememora lo dicho por el escritor Mark Twain: “Si recoges un perro hambriento y lo haces próspero, no te morderá. Esa es la principal diferencia entre el perro y el hombre”.

Luego, para saciar la sed, la jauría acudía al charco más cercano. Alegres después del suculento desayuno, los chuchitos iban a echarse a la sombra de un árbol o bajo el sol, según como estuviera el día. Su vida callejera, sin embargo, no siempre era así de cómoda. De hecho, esos eran los pocos momentos felices que vivían. Hay gente sin escrúpulos, y su desafortunado entretenimiento es el de hacerles la vida imposible. Nada más ven uno y le lanzan piedras. Otros los toman desprevenidos y los patean sin compasión. Unos más los entran a sus casas para torturarlos y tomarse una foto como si se tratara de un gesto heroico. “Esa acción, al contrario, demuestra cobardía”, dice Rafael Aguilar, voluntario en una organización que rescata animales.

El Negro, un perro de espeso pelaje, perdió un ojo por el maltrato de un desalmado. Después del incidente, algunos le llaman el Tuerto. Pese a su mala experiencia, el animal parece no guardar rencor. No ataca a la gente. Es más, procura mantenerse a la distancia. “Errar es humano; perdonar es canino”, reza un refrán.

Masacre canina

Para muchos, estos perros callejeros son una especie de peste que hay que erradicar. El Centro de Salud de Totonicapán emprendió hace unos días una campaña para exterminarlos. En la cabecera de ese departamento hay alrededor de siete mil canes, según cálculos de la organización Mascotas por Amor, la cual, a la fecha, solo ha podido rescatar a 20. “La matanza es injusta; son seres vivos y su proliferación es culpa de personas irresponsables que abandonan a sus mascotas en la calle”, expresa Cristín Gálvez, presidenta de la asociación.

Miguel Bernardo Chavalac, jefe edil de Totonicapán, comenta vía telefónica que fueron los alcaldes comunitarios los que solicitaron al Centro de Salud la medida. Al paso se desligó del caso, ya que indica que la ley no le permite ponerla en práctica.

Óscar Rafael Rodríguez, director del Centro de Salud, asegura que aún no se ha implementado la medida, ya que el Ministerio de Salud no la ha autorizado. Gustavo Barillas, vocero de esa institución, a su vez le atribuye la responsabilidad al Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación.

Castración

“Niños de 4 años, por ejemplo, piden que sus papás les compren un perro. Ellos acceden. Hasta ese momento, nada malo. Pero al poco tiempo, el pequeño o la familia se aburren del cachorro —tal vez porque ya creció y no es ‘tan bonito’ como antes—, y lo echan a la calle”, refiere Xenii Nielsen, quien lidera la organización Animal Aware Guatemala, que rescata perros y gatos desde 1981.

Otro factor trascendental es que la gente no está acostumbrada a esterilizar a sus animales. “No los castran, y encima no se hacen cargo de ellos. ¿Cómo no quieren que se multipliquen?”, se pregunta, indignada.

Emily Reilly, voluntaria de Aware, comenta: “La castración bien practicada no causa dolor y tampoco les deja secuelas”.

Diversas organizaciones que protegen a los animales insisten en que la mejor solución para frenar la proliferación de perros callejeros es la castración. “Es algo que todas las municipalidades del país deben implementar. También, por supuesto, educar a los amos, pues tener un perro no es solo para un ratito. Hay que cuidarlo toda la vida; si no, mejor no lo tenga”, destaca Nielsen.

Lucha de organizaciones

Salvo las asociaciones rescatistas, los animales carecen de protección legal. Solo el decreto 8-70, que data de 1950, se refiere al maltrato. Indica que toda persona que cometa crueldad contra un animal o le cause muerte sin necesidad puede ser acusada. Esto, sin embargo, no está tipificado como delito, sino como falta, por lo que las penas son “irrisorias, pues no compensan el daño”, expresa Suzanne Rivera, directora de la Asociación Amigos de los Animales (AMA).

Representantes de organizaciones también explican que hay muchos casos de ignorancia; es decir, que ven normal el hecho de que los perros vivan en la terraza o amarrados todo el día. En cambio, “cuando la gente conoce la forma en que el animal debe vivir en realidad, pasa de la ignorancia a la negligencia”, incide Rivera.

De esa cuenta, no solo el chucho callejero la pasa mal; también sufre el perro de casa. “Estudios demuestran que el maltrato puede ser por un desahogo de ira. El abuso va al más débil, y por eso se comete contra animales, niños, mujeres o ancianos. También puede ser por venganza. Hay gente que se desquita con los animales por sus propias desgracias. Otros son individuos inestables mental y emocionalmente, que gozan al hacerle daño a un ser inocente”, afirma la dirigente de AMA.

En Youtube aparecen videos en los que personas, entre risas, se graban matando a balazos a varios perros. Arthur Schopenhauer decía: “La conmiseración con los animales está íntimamente unida con la bondad de carácter, de tal manera que se puede afirmar que quien es cruel con ellos no puede ser buena persona”.

De momento, AMA ha logrado ingresar una iniciativa de ley en el Congreso que busca penalizar con sanciones más duras a los agresores, y que no solo sea de pagar una “multa simbólica”.

El bocado

“Exterminarlos no es la solución”, insiste Nielsen. Pese a ello, pobladores en todo el país acostumbran esa práctica, no solo con los perros callejeros, sino también con los que viven en una casa, quizás como una forma de venganza contra un vecino o simplemente porque tal o cual perro “cae mal”.

En cualquier caso recurren al llamado bocado —esconder veneno dentro de algún alimento para dárselo al perro—.

Hay gente que consigue estricnina, un pesticida cuya venta en Guatemala es ilegal. “La muerte con ese alcaloide es larga y dolorosa”, afirma Reilly.

Por ello, en la medida de lo posible, las asociaciones protectoras intensifican las campañas de castración. Hasta ahora, Aware Guatemala cuida a unos 315 perros, entre cachorros y canes de más de 10 años, en la granja Montecito, Pachaj, Sumpango, Sacatepéquez.

Otro problema, dice Nielsen, es que la gente cree que ese tipo de sitios son albergues. Esto, en parte es cierto, pero no del todo. De lo que no se toma conciencia es que son también lugares para adoptar, no para “tirar”.

“Apoyamos la esterilización para evitar la proliferación de perros”, destaca Reilly. “Por supuesto, también apostamos por la educación, ya que se debe incidir en la adopción responsable”.

El Flaco

La lluvia arreciaba. Las láminas de doña Cata permitían el paso del agua. Acurrucados en la cama, Kathy y Adrián esperaban a que todo terminara. El Flaco, al menos, estaba tranquilo porque lo trataban bien. Se lamía las patas y esperaba a que la señora le diera aunque sea un poco de comida. O quizás al siguiente día, cuando encontrara a don Carlos, el carnicero.

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