Revista D

Emblemáticos casos de censura

<div> Grupos sociales, políticos y religiosos han censurado información que consideran contraria a sus intereses.</div>

Fotoarte Prensa Libre: Billy Melgar

Fotoarte Prensa Libre: Billy Melgar

Imaginemos que el David, obra maestra del Renacimiento esculpida por Miguel Ángel, fuera exhibida un fin de semana en la Plaza de la Constitución, en la capital guatemalteca. ¿Qué pasaría?
 
Es probable que en los días previos decenas de personas se manifestaran en contra de tal “inmoralidad” —hay que recordar que el David está desnudo—.
 
Los medios de comunicación, a la vez, darían gran cobertura dando a conocer los distintos puntos de vista, mientras que los organizadores estarían bajo presión.
 
En tanto, los europeos mostrarían su sorpresa ante lo que sucede “en un pequeño país de América Central, cuya sociedad está acostumbrada a ver auténticas carnicerías humanas en los noticieros, pero que se escandaliza e indigna por ver una magna pieza tallada en mármol”.
 
Quizás el David ni siquiera pudiera salir del aeropuerto La Aurora debido a la tensión. La exhibición, entonces, terminaría por ser cancelada.
 
Esta situación, como se ha dicho, es imaginaria, pero en la realidad guatemalteca se han dado numerosos casos de ese tipo, tanto en las bellas artes —escultura, pintura, literatura y música—, como en la política o en la religión.
 
Estos son algunos casos expuestos por los historiadores José Cal y Aníbal Chajón.

¡Silencio!

La censura es una de las grandes manifestaciones de poder: quien lo ostenta tiende a acallar todo aquello que no le conviene.

Un ejemplo de tiempos precolombinos recae sobre Tlacaélel (ca. 1398-ca. 1480), guerrero y sacerdote mexica que mandó a quemar los códices de los pueblos vencidos y del suyo  para así tener la vía libre para crear un nuevo imperio, borrando siglos de historia y de cultura.
 
Casi paralelamente, en el Viejo Mundo, también se dio un ejemplar caso de censura por parte de la monarquía hispánica de los reyes católicos. En 1502 se empezó a aplicar la Pragmática, la cual, además de ordenar a los mudéjares a elegir entre el exilio y la conversión al cristianismo, obligaba a que cualquier texto que se quisiera imprimir debía contar con una licencia real, la cual era otorgada por autoridades civiles o eclesiásticas.
 
Tales actos de censura llegaron hasta el Nuevo Mundo a través de la Inquisición de México, que empezó en 1571 y cuya jurisdicción comprendía los territorios de la Nueva España, Guatemala, Nicaragua y las islas Filipinas.
 
Por eso era frecuente que viajeros escondieran impresos entre su ropa o que cambiaran las pastas de los libros prohibidos por otras que tenían los títulos autorizados. Hasta el siglo XVIII, la censura se centró en obras de aspectos teológicos para supuestamente atacar la herejía y las supersticiones.
 
A partir de 1770, tanto en Europa como en América, se persiguieron los textos de carácter filosófico y político que permitían adquirir nuevos pensamiento, valores y creencias, sobre todo a partir del inicio de la Revolución Francesa en 1789, periodo en que surgieron ideas basadas en la soberanía y libertad de los ciudadanos, lo cual atentaba contra los intereses de la Corona y del catolicismo.
 
Durante el mandato de Rafael Carrera en Guatemala se dictó por ley que los obispos conservaran “su derecho de censura sobre todos los libros y escritos con relación al dogma, a la disciplina de la Iglesia y a la moral pública (…) El Gobierno se compromete a concurrir con los medios propios de su autoridad a sostener las disposiciones que ellos tomaren conforme a los sagrados cánones para proteger la religión y evitar todo lo que pudiere serle contrario”.

El grito en el cielo

“Y tú, sexo embustero y deseado, / ¿en qué empleas la flor que Dios te ha dado? / Vírgenes tontas, con vosotras hablo, / no sois ni para Dios ni para el Diablo. (…) Mas para oír con fruto mis razones, / cada varón empuñe sus cojones / y las hembras y sus dos tetas / que jalan más que doce mil carretas”.
 
El párrafo anterior corresponde a un extracto del poema Sermón para José María Castilla, escrito en Guatemala a finales del siglo XIX por los poetas José Batres Montúfar y María Josefa García Granados. Por supuesto, el texto fue (y aún es) catalogado de pornográfico.
 
En otra parte del poema prosigue: “Para evitar los males de que os hablo, / escuchad las palabras de San Pablo: / Mortales, fornicad, joded sin pena / que la salud sin esto nunca es buena: / joded por la mañana y por la tarde, / y de solo joder haced alarde”.
 
Mucho tiempo más tarde fue duramente criticada la poetisa Ana María Rodas, quien en 1973 fue reprochada por el contenido de su libro Poemas de la izquierda erótica.
 
Nuestra sociedad también puso el grito en el cielo por la obra de la artista guatemalteca Antonia Matos, pese a que en la década de 1920 se convirtió en la primera estudiante latinoamericana en ingresar a la prestigiosa Escuela de Bellas Artes de París.

Se cree que, poco antes de partir hacia Francia, fue la modelo para las cariátides del mausoleo de la familia Castillo en el Cementerio General, construcción de Rafael Rodríguez Padilla. El libro La obra de Antonia Matos, de Francisco Aguirre y Desiré de Aguirre, apunta: “Aunque nunca constara que ella hubiera posado desnuda —ya que había mucha semejanza de su cara con la de las estatuas, mas no de su cuerpo—, la crítica fue igual, pues era incomprensible que una señorita de sociedad hubiera posado (desnuda)”. Posteriormente, las estatuas fueron cubiertas con una especie de falda.
 
Pero quizás su mayor pecado fue haber expuesto en la Guatemala de 1934, ya que varios de sus cuadros tenían desnudos. La crítica moralista fue despiadada y el director de Bellas Artes de nuestro país ordenó el cierre de la muestra. Unos meses atrás, con las mismas obras, expuso con gran éxito en la galería parisiense Zak.

 
Matos, entonces, decidió jamás volver a exhibir en nuestra patria. En cambio, desmontó las pinturas de los bastidores, las enrolló, las ató con un cordel y las guardó en el ático de su casa.
 
“El trabajo de Antonia Matos guarda características que se alejan de la intención pornográfica y el realismo anatómico del presente. Con veracidad recreó la tersura de la piel, sus distintos matices, colores. Con sentido individual, en la composición captó elementos del cuerpo humano para conferir dignidad y belleza a sus retratados. No importaba si el modelo (hombre o mujer) fuera joven, maduro o anciano”, apuntó Guillermo Monsanto en una columna publicada en Prensa Libre, el 14 de abril del 2002.
 
De hecho, en marzo de ese año, la Fundación Paiz organizó una exhibición póstuma con la obra de Matos, fallecida en 1994. La muestra no estuvo exenta de polémica, ya que las invitaciones fueron censuradas por El Correo de Guatemala porque tenía desnudos.
 
Otro caso de censura en el arte fue el vivido por el maestro Efraín Recinos, cuando entre 1979 y 1980 le encargaron el diseño de los murales de la Corte Suprema de Justicia, en las alas norte y oriente, cada uno de ocho piezas con temas que el artista José Pepo Toledo cataloga como “arte de resistencia”. “El mural fue diseñado en relieve y con mosaicos de colores.
 
Las primeras formaletas eran de madera reforzadas con hierro, y se empezaron a construir en el sótano del edificio.
 
Después de seis meses de trabajo, un magistrado se enteró de la temática abordada por Recinos y ordenó que se detuviera.
Poco después desaparecieron las formaletas”, escribe Toledo en su página web.
 
Aquel mural nunca fue llevado a cabo; sin embargo, ocho pinturas del proyecto que hoy son llamados Murales censurados aún se conservan.
 
Otras obras que han sido censuradas, entre tantas otras, son No al femicidio y Esta es la sangre de Dios en el Cosmos, ambas de Manolo Gallardo.

La sombra de la CIA

La política también ha estado inmiscuida dentro de los casos de censura. Por ejemplo, Estados Unidos mandó a quemar libros durante la Guerra Fría, práctica que fue apoyada por sus aliados.
 
Luego de la caída del gobierno de Jacobo Árbenz, en 1954, hubo una represión violenta de la libre discusión de ideas, pues no se deseaba a ningún simpatizante del comunismo.
 
“El arribo a Guatemala del personal de la Agencia Central de Inteligencia (CIA, en inglés) supuso no solo persecución contra los activistas, sino también contra los profesores universitarios y sus libros”, refiere el historiador José Cal.
 
De hecho, el también historiador Augusto Cazali Ávila (1929-2008) fue testigo de aquellos hechos: “La quema de libros y diversas publicaciones del periodo revolucionario fue cuestión corriente en los primeros meses del Régimen de Castillo Armas, y a ello se agregó la expurgación de bibliotecas, incluyendo las de algunas facultades de la Universidad”.

 
Los medios de comunicación Diario de Centro América y El Imparcial dan cuenta de ello. El primero, en su edición del 3 de diciembre de 1954, publicó una nota en la que decía que la comisión haría un inventario profuso y detallado de las obras decomisadas por sus tendencias comunistas, guardándose un ejemplar mientras que el resto se quemaría en una pira pública ante “todas aquellas personas que querían asistir al entierro del comunismo”.
 
El Imparcial, un día después, publicó una extensa nota titulada ¿Una purga de libros?
 
En 1967, el escritor y dirigente comunista Huberto Alvarado Arellano, en su obra Preocupaciones, indicó que la persecución y la censura de la época era “uno de los más brutales linchamientos de la cultura del continente americano, dirigido a impedir la formación de una mentalidad democrática” para Guatemala.
 
Hoy, los documentos incautados en nuestro país durante 1954 se encuentran en la Biblioteca del Congreso de EE. UU. bajo el nombre Guatemala Documents Collection 1944-1954  y en los Archivos Nacionales de Maryland en la serie Records Relating to Activities in Guatemala 1949-1996.

El poder de las ideas

Muchas autoridades de gobierno han recurrido a la censura para ostentar el poder. De ello hay numerosos ejemplos, como los de Rafael Carrera —al otorgarle a la Iglesia el derecho a censurar—, así como por lo efectuado por el dictador Manuel Estrada Cabrera, quien mandó a silenciar a todos sus detractores —de hecho, el Nobel de Literatura 1967 Miguel Ángel Asturias publicó su libro El Señor Presidente hasta 1946; es decir, 26 años después del fin del cabrerismo—.
 
Lo que siempre hay que recordar es que una verdadera democracia se construye con la libre circulación de ideas.
 
Hoy, el artículo 35 de la Constitución Política de la República de Guatemala cita: “Es libre la emisión del pensamiento por cualesquiera medios de difusión, sin censura ni licencia previa. Este derecho constitucional no podrá ser restringido por ley o disposición gubernamental alguna”.

Mordaza en diferentes épocas

– En la España franquista, las autoridades se ocupaban de revisar todo aquello que se imprimía en ese país. Para ello, los censores rellenaban un formulario donde indicaban si un libro atacaba al dogma, a la moral, a la Iglesia o al Régimen. Entre los más afectados por la censura estuvieron los ilustres escritores Octavio Paz, Carlos Fuentes, Julio Cortázar y Juan Rulfo. La obra del guatemalteco Miguel Ángel Asturias pudo entrar hasta 1949 con cien ejemplares de El Señor Presidente, aunque en un informe la novela fue señalada de ser “racista” y de “tonos fuertes”.
 
Las aventuras de Huckelberry Finn (1884), de Mark Twain, tuvo dificultades para ingresar a ciertas bibliotecas estadounidenses por su “lenguaje vulgar”. Asimismo, el libro 1984, publicado en 1949 por George Orwell, fue censurado en EE. UU. por sus posturas ideológicas. La serie literaria Harry Potter, en pleno siglo XXI, también ha sufrido censura en Estados Unidos, sobre todo en los estados bajo fuerte influencia religiosa.
 
– En Rusia, los críticos con el gobierno son asesinados o enviados a prisión. También han sido cerrados varios medios de comunicación o han cambiado su línea editorial por la presión gubernamental, a la vez que lanzan sus propios canales informativos. Similares situaciones suceden en Venezuela, Ecuador, Hungría y en algunos países árabes. En México, Guatemala, El Salvador y Honduras, entre otros, periodistas han sido silenciados por las balas.
 
– Se calcula que en China hay alrededor de dos millones de censores que controlan el contenido en Internet y la actividad de los usuarios.
 
– En la música también ha habido restricciones. Por ejemplo, la canción A Day in the Life, de Los Beatles, fue censurada por la BBC por supuestas alusiones a las drogas; lo mismo sucedió con God Save the Queen, de los Sex Pistols, por ser considerada ofensiva hacia la corona británica; y I Want your Sex, de George Michael, melodía que fue censurada por varias cadenas de radio de EE. UU.

 
-Otros casos son los de Madonna y de los Guns N’ Roses, cuyos discos Erotica y Chinese Democracy fueron prohibidos en Malasia y China por su contenido sexual y alusiones políticas, respectivamente.

Censura eclesiástica

En 1515, la Iglesia católica promulgó el Índice de libros prohibidos (Index librorum prohibitorum), una serie de publicaciones que duraron hasta la primera mitad del siglo XX en la que se recopilaban aquellas obras que se consideraban perniciosas para la fe cristiana. Entre los autores censurados estuvieron Rubelais, La Fontaine, Descartes, Montesquieu, Galileo, Copérnico, Kepler, Balzac, Víctor Hugo, Pascal, Kant, Sartre, Marx, Nietzsche, Schopenhauer y Erasmo de Rotterdam, por mencionar unos pocos. Ni el libro Lazarillo de Tormes se escapó de esta lista.
 
La última edición, que data de 1948, contenía unos cuatro mil títulos censurados por razones que iban desde la supuesta herejía hasta la deficiencia moral, sexualidad o ideas políticas.

Amenaza a la Prensa

Durante el denominado Serranazo —el autogolpe de Estado de 1993—, el expresidente Jorge Serrano Elías y la ex vicepresidenta Roxana Baldetti —entonces subsecretaria de Relaciones Públicas de la Presidencia— trataron de acallar a la prensa nacional al enviar censores para verificar la información que se iba a publicar.
 
Al tratar de hacer eso en Prensa Libre, Mario Antonio Sandoval —actual presidente de Guatevisión y vicepresidente del Consejo de Administración de este medio de comunicación— detuvo en la recepción al censor y le indicó: “Le advierto que en el instante en que usted ponga sus ojos en los textos, cometerá censura y lo voy a perseguir toda mi vida. Mientras yo sea director de Prensa Libre ningún censor va a poner las patas en mi Redacción”.

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