Revista D

Los compadres están para ayudar, compartir y celebrar

El compadrazgo es sagrado dentro del catolicismo y es así como lo toman las familias guatemaltecas y del resto de América.

Decenas de personas se detienen ante la Piedra de los compadres antes de llegar a la Basílica de Esquipulas, en Chiquimula. Foto Prensa Libre: Mario Morales.

Decenas de personas se detienen ante la Piedra de los compadres antes de llegar a la Basílica de Esquipulas, en Chiquimula. Foto Prensa Libre: Mario Morales.

Ahí están los compadres, juntos e inmóviles. Hombre y mujer estáticos; petrificados. Ese fue el castigo divino que se les impuso por haber mantenido relaciones carnales mientras peregrinaban hacia la Basílica de Esquipulas, en el departamento  de Chiquimula, al oriente del país.
Tal formación rocosa es conocida por los lugareños como “la piedra de los compadres”. En estos días, muchos devotos católicos que visitan al Señor de Esquipulas aprovechan para prenderle velas y rezar, pues así podrán desagraviar el pecado de aquellos incestuosos.


El pueblo indígena pipil, originario de la zona occidental y central de El Salvador, también tiene una referencia sobre estas particulares rocas. Al igual que en la tradición oral guatemalteca, se dice que un compadre y su comadre caminaban hacia ese santuario pero que, por la debilidad de la carne, ambos terminaron juntándose. El resultado fue el mismo.
Similar creencia se reporta en San Juan Tlautla, comunidad de herencia náhuatl cercana a Cholula, Puebla, México. Los pobladores, en su camino hacia el santuario del Señor de Chalma, se detienen en un sitio llamado Barranca Santa, donde hay unas enormes rocas que representan a unos compadres que querían amarse durante la travesía, violando una de las reglas fundamentales de la peregrinación —la abstinencia sexual—, así como la prohibición que tienen de estar el uno con el otro. Una vez más, la sanción del Altísimo fue privarlos de la vida humana y transformarlos en piedras.
Las leyendas sobre compadres petrificados se extienden por el centro y sur de México, así como en el área centroamericana, y han sido estudiadas por los antropólogos Carl Kendall, Segundo Montes, Robert Shadow, María Rodríguez y Robert Ravicz, entre otros.
La narrativa popular también da cuenta de pensamientos parecidos en el noroccidente mexicano, sobre todo en las poblaciones yaqui, cora y tepehuana. Ahí, sin embargo, el castigo que Dios infligió a dos compadres pecadores fue  convertirlos en serpientes, pues en el simbolismo clásico judeocristiano, estos reptiles están asociados con la maldad.
De acuerdo con los investigadores, tanto las creencias en las petrificaciones como en las transmutaciones en víboras, se originaron en la cultura chinanteca de Oaxaca.

De carácter sagrado

El compadrazgo es una relación social por la cual unos individuos se convierten en parientes de otros a través de un ritual católico. De esa cuenta, por su naturaleza espiritual, ese parentesco deviene en algo tan importante como la misma consanguinidad.
“Por eso se considera pecaminoso e inmoral que los compadres mantengan amoríos”, refiere el antropólogo Luis Villar Anleu. “Esa es la misma razón por las que han surgido creencias populares en las que, por sus pecados, se castiga a los compadres con la petrificación, tal como la leyenda que envuelve a las piedras que están en Chiquimula”, agrega.
Así, pues, se deduce que el compadrazgo es sagrado.
Tal institución tiene orígenes antiguos; por ejemplo, antes se buscaba un padrino de bautizo según la Ley Canónica, ya que existe referencia a la costumbre judía de requerir un testigo durante la circuncisión, quien era llamado con un término derivado del griego sponsor.

Asimismo, durante los primeros años de la Iglesia era necesario un padrino que respaldara la admisión de un individuo de poca confiabilidad, por lo que en los días de persecución tenía un papel vital. Luego, en la Edad Media, “la cultura española incorporó dos instituciones que tenían extraordinarias facilidades para reunir a las personas y así desafiar las etapas de crisis. Estas eran la cofradía y el compadrazgo”, refiere el antropólogo estadounidense George M. Foster. “Entre sus similitudes es que ambos crean grupos que se ayudan en sus necesidades económicas, sociales y religiosas; en la enfermedad se visitan, se llevan comida y se cuidan”, añade.
A finales del siglo XV y principios del XVI, la costumbre llegó y se asentó en América. En ese entonces se bautizaba a los indígenas y se les asignaba un padrino que los guiara en el catolicismo.

Padrinos para todo

Existen distintos tipos de padrinos. Entre los más frecuentes están los de bautizo, de confirmación y de matrimonio. En Guatemala también hay de evangelios y “del santo”. En otros sitios del Nuevo Mundo hay para primera comunión, para cortar las uñas por primera vez, para abrir agujeros en las orejas o para la primera afeitada. En lugares como Puno, Perú, hay hasta de “corte de pelo”; en la comunidad yaqui de México, aunadas a las anteriores, hay relaciones de compadrazgo para las confirmaciones de rosario, de hábito, de una sociedad ceremonial y de muerte.
“Ser padrino implica participar en las ceremonias religiosas, así como ser parte de las responsabilidades espirituales y materiales del ahijado”, apunta Ida Bremmé de Santos en su estudio El compadrazgo en Mixco, presentado en la Escuela de Historia de la Universidad de San Carlos. “El objetivo final —apunta el antropólogo Julian Pitt-Rivers— es que estos sean padres complementarios, que aparezcan como acompañantes en todos los ritos que conducen al niño a la madurez”.
En cuanto a los compadres, su conexión llega a ser tanta que en Paraguay se han encontrado casos en los que se les atribuye la labor de “sacar de la cantina al compadre que esté ebrio o que esté armando una pelea”, según una investigación del académico argentino Juan D. Ambrosetti.
El proceso de elección de los padrinos varía de una cultura a otra. Por lo regular se seleccionan a personas con igual o mayor capacidad económica.
Básicamente, el pedimento se efectúa en una conversación informal entre las familias. Si aceptan, se hace una nueva visita a los padrinos, a quienes se les ofrece comida. Estos, en agradecimiento, hacen un regalo a su ahijado, que puede ser sencillo o suntuoso.
Luego de la ceremonia, los padrinos son los encargados de dar un gran banquete donde, por supuesto, no hacen falta las bebidas embriagantes.
¿En qué momento termina su responsabilidad con los ahijados? Pitt-Rivers teoriza que es cuando estos contraen matrimonio.

En nuestras tradiciones

Uno de los eventos más importantes en la tradición cristiana de nuestro país es el bautismo. Por esa razón, las familias consideran importante la elección de los padrinos del niño.
El estudio de Bremmé de Santos recopila una serie de anécdotas de este tipo. Hay casos bastante llamativos en los que se mezclan creencias religiosas con otras sobrenaturales. Por ejemplo, se cuenta que una señora tiene alrededor de 160 ahijados, entre los de bautismo, matrimonio, confirmación y evangelios —llevar al niño a la iglesia cuando está enfermo—. Entre los primeros, considera que es “suerte” que la madrina cargue al niño recién bautizado desde la iglesia hasta su casa. Ahí se le dice a la madre: “He aquí a su hijo”.
Esta escena recuerda a la que aún rige en muchos lugares de España, donde también la madre aguarda a su hijo recién bautizado en su casa y la madrina recita: “Moro me lo llevé, bautizado te lo traigo”, o bien “me lo entregaste pagano, yo te lo entrego cristiano”.
Luego de eso se ofrece comida y bebida a los padrinos. Se debe consumir todo, “sin dejar migajas”, porque ese es el regalo del ahijado.
Otro caso es el de una señora que afirma tener al menos un centenar de ahijados de bautizo. La gente, sin embargo,  la dejó de buscar porque en su embarazo tuvo gemelos. “Creen que si yo los tuve, ellos también; nadie quiere tener ‘cuaches’”, comenta.
En cuanto a las creencias, también se  menciona lo sucedido con una mujer que había tenido niñas las primeras cuatro veces que quedó encinta, pero que añoraba dar a luz a un varón. Por eso,  cambió comadres para encontrar a la que “le trajera” al hombrecito. Sí la encontró, pero fue hasta cinco embarazos después.
Por último, se requiere que los padrinos tengan “buena mano” para que “se logren los ahijados”; es decir, para que no se enfermen ni que mueran antes de los dos años.
La  modalidad de  los últimos años es elegir diferentes padrinos para cada hijo, o bien, varios  para un mismo niño, aunque algunos consideran esto una excentricidad.

En caso de quedar huérfano un ahijado, se le acoge en la casa de los padrinos, pero no como un hijo más, sino como una ayuda, tipo sirviente, hasta que contraiga matrimonio —esto no siempre sucede, pero hay antecedentes—.
En cuanto a los padrinos de casamiento, estos acostumbran a contribuir con las candelas, las arras, el lazo, el vino    y hasta con el vestido de la novia.
Cuando hay un bautismo de evangelios, se brinda una limosna en el templo. En estos casos, consideran importante que la madrina sea de piel morena, porque corre la creencia de que así se asusta al demonio. En otra versión se dice que las morenas tienen sangre fuerte para hacerle frente a las fuerzas negativas.

Ya no, compadre

Las relaciones entre compadres pueden llegar a interrumpirse en varios casos, aunque no es una regla general. Lo más frecuente es cuando fallece el ahijado o si hay algún descontento por el impago de una deuda.
Asimismo, cuando son compadres de casamiento, el compromiso casi siempre se reduce al acto religioso y a la festividad que le sigue.
Respecto de las relaciones extramatrimoniales entre compadres, se considera una falta grave ante la Iglesia y es fuertemente sancionada en la comunidad. Por eso, según las creencias populares, quienes caen en ese pecado, son convertidos en piedras. 

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