Revista D

Cuerpos sin identificar 

Decenas de personas son sepultadas como XX en Guatemala. La ciencia forense, sin embargo, ha reducido el porcentaje de incidencia.

Con una sencilla lápida amarilla identifican el lugar donde están enterrados los cuerpos XX. Foto Prensa Libre: Esbin García.

Con una sencilla lápida amarilla identifican el lugar donde están enterrados los cuerpos XX. Foto Prensa Libre: Esbin García.

A don José lo encontraron sin vida en una calle de la zona 1 de la capital. Estaba tirado sobre un cartón mugriento, rodeado de desechos de comida y un perro callejero que, al llegar los bomberos, salió corriendo con una bolsa en el hocico.
El indigente, entre sus pocas pertenencias no tenía ningún documento que asegurara que, en efecto, se llamara José. Simplemente se contaba con el testimonio de la gente del sector.
Por esa razón, la morgue del Instituto Nacional de Ciencias Forenses (Inacif) lo catalogó como XX; es decir, sin reconocer.
Esa institución, pese a contar con cinco avanzadas técnicas de identificación humana —genética, antropología, medicina, odontología y dactiloscopía forense—, no logra reconocerlos a todos por distintos motivos. “Hay personas que no se interesaron en tramitar su cédula o DPI, por lo que ni siquiera se tiene el registro de sus huellas dactilares”, refiere Roberto Garza, vocero de esa institución. “En otros casos, es porque son extranjeros que se quedaron en el país y nunca resolvieron su estatus migratorio, por lo que no se tiene un registro de ellos”, explica.

Los cuartos fríos

A las morgues del Inacif ingresan a diario degollados, tiroteados, atropellados, intoxicados o muertos por causa natural. En una sala distinta están aquellos cuerpos en estado de putrefacción, como es el caso de  los desaparecidos que llevaban varios días sin vida en las orillas de un río o en un barranco.
En ambas situaciones, los forenses deben determinar las causas de la muerte. Para los familiares que han quedado en este mundo, la espera es tediosa, dolorosa y extensa, ya que los exámenes pueden demorar cuatro horas o más.
A todos se les toma la impresión de su huella dactilar, con el fin de verificar su identidad con ingeniería biométrica. “Uno de nuestros sistemas está enlazado con la base de datos de la Policía Nacional Civil, que tiene más de 250 mil registros de personas que han sido detenidas por comisión de delitos o faltas”, refiere Alfredo Muñoz Oliva, director de lofoscopía del Inacif. “Otro de nuestros programas coteja las huellas dactilares con la base de datos del Registro Nacional de las Personas”, agrega.
Este método de identificación humana es bastante preciso. “Las huellas dactilares son diferentes en cada persona; ninguna se repite en el mundo”, comenta Muñoz Oliva.

Pese a ello, la confiabilidad de este sistema ha sido cuestionada por algunos expertos. Se dice que, si bien las computadoras son excelentes para correlacionar una base de datos con cualquier juego de huellas registradas mediante el método estándar de tinta o escaneadas electrónicamente, aún no superan al ojo humano cuando se trata de correlacionar huellas dactilares borrosas o distorsionadas, por lo que las coincidencias dependen del criterio de los expertos, quienes, no obstante su pericia, emiten opiniones subjetivas.
Otra de las técnicas es por medio de la huella o carta dental, aunque esto, en las morgues, solo se efectúa en casos especiales, ya que es poco probable que una persona tenga ese registro.
Este método se llevó a cabo para identificar a los niños soterrados en El Cambray 2, pues, días antes del desastre, la municipalidad de Santa Catarina Pinula efectuó una jornada dental masiva en la que quedó el registro odontológico de cada menor.
Pero el método forense más efectivo para el reconocimiento de cuerpos es el genético. “El ADN es el código  que heredamos de nuestros progenitores”, indica Garza. Su efectividad es del 99.9 por ciento. Esta técnica solo se emplea cuando se han agotado las demás vías, ya que el proceso es tardado y puede costarle al Inacif hasta US$1 mil en el reconocimiento de un cadáver.
“No importa si un cuerpo fue carbonizado; con la extracción de médula ósea se puede saber quién era esa persona”, comenta Garza.
Asimismo, es posible que alguien haya sido XX por muchos años hasta que, por fin, aparece algún familiar. Para certificar su identidad, se hacen las pruebas de ADN. Es hasta entonces que, de nuevo,  un cuerpo tiene nombre y apellido”, dice Garza.

A la tumba

Los cuerpos pueden estar hasta 10 días en el cuarto frío de una morgue. Si nadie los reclama, son inhumados en los cementerios públicos localizados en todo el país. En el caso de la capital, llegan a La Verbena, en la zona 7, un sitio bastante descuidado y por momentos desolado.

Ahí es frecuente encontrar a los “calaqueros” (sepultureros), quienes, armados con una pala y una carreta, se encargan de abrir los hoyos donde se entierran a los que han muerto, hayan sido identificados o no.
Los cuerpos XX están hasta el fondo, donde hay una gran hilera de lápidas amarillas. Ahí también hay una gran cantidad de fosas abiertas, a la espera de un cadáver.
“Aquí estaba enterrado un familiar mío. Murió hace 20 años en un accidente de tránsito; en ese momento no tenía documentos y lo enterraron como XX”, cuenta Wálter Velásquez, quien se encontraba en el camposanto. “Pese al tiempo transcurrido y gracias a las pruebas científicas del Inacif, se pudo dar con él; ahora está enterrado en la Antigua Guatemala, Sacatepéquez”, expresa.
Quienes están sin identificar, por supuesto, no tienen los agasajos del 1 y 2 de noviembre. Ni serenatas, ni rezos, ni candelas, ni flores, ni fiambre, ni licor. Nadie los llora. Descansan ahí abandonados y olvidados.
Solo son acompañados por los gusanos que se comen sus corazones, estómago, ojos y lenguas.
Muchos fueron indigentes o alcohólicos. No contaban con nadie más que con ellos mismos y de la limosna que pudieran recaudar.

Con nombre y apellido

La medicina forense considera vital el reconocimiento de todos los cuerpos para resolver cuestiones legales. “Los familiares necesitan un certificado de defunción para cobrar un seguro de vida o ejecutar un testamento”, refiere Garza. Asimismo, es importante porque puede significar el cierre de un círculo de búsqueda de una persona, o bien, detener un proceso penal de una persona que ya falleció.

Los XX vivos

No, no están muertos. Han habido casos en los que personas son declaradas XX en vida. “Hace tiempo hubo una balacera en la zona 18 donde hubo muertos, heridos, persecuciones y detenciones. Alguien sufrió un balazo en la cabeza y quedó en coma. Sucede que el caso llegó a juicio y esa persona quedó ligada a proceso. El problema es que no se sabía quién era y nadie lo había reconocido; fue declarado XX”, cuenta Muñoz Oliva.
“El Ministerio Público, entonces, tomó huellas dactilares y las remitió al Inacif; ahí se le logró identificar porque, anteriormente, había sido detenido y fichado por negación de asistencia económica”.
Otro caso fue el de un paciente en el Hospital Nacional de Salud Mental Federico Mora. Esa persona, que sufría amnesia, no tenía ni familiares ni amigos. También pasaba como un XX. Sin embargo, al compartir la información de sus huellas digitales, el Inacif pudo determinar de quién se trataba.

“Los calaqueros”

El tiempo todo lo cura, dicen por ahí. Tanto así que, a veces, algún difunto queda en el olvido en su tumba. No recibe flores y mucho menos visitas. Las razones son múltiples, entre ellas que sus deudos viven lejos del cementerio o que simplemente hay desapego.
Por eso es frecuente que muchos familiares dejen de pagar las cuotas de los nichos, aunque también es cierto que otros no lo hacen porque no tienen suficiente dinero.
De cualquier forma, cuando el plazo vence, entran en acción “los calaqueros” (sepultureros), quienes, así como entierran cadáveres, también se encargan de exhumarlos.

Las escenas son terroríficas, pues, del ataúd, sacan a las calaveras vestidas con algún tacuche carcomido o con un fino vestido de seda. Los huesos los colocan en bolsas plásticas y los trasladan a una fosa común.
Alguien por ahí, de forma anónima, confiesa que hay ocasiones en que simplemente los tiran al basurero. “Ya nadie los quiere”, expresa.

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