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Una década del Zar del Chelsea, Roman Abramovich

El 2 de julio de 2003, un semi desconocido millonario ruso compraba un arruinado equipo inglés. Su aterrizaje dio inicio a una nueva era de propietarios extranjeros y revolucionó el mercado futbolístico mundial.

El multimillonario ruso, Roman Arkadievich Abramovich, dueño del Chelsea, es uno de los poderosos del futbol. (Foto Prensa Libre: AS Color)

El multimillonario ruso, Roman Arkadievich Abramovich, dueño del Chelsea, es uno de los poderosos del futbol. (Foto Prensa Libre: AS Color)

Se cuenta que el 23 de abril de 2003, mientras Ronaldo daba una exhibición en cuartos de final de la Champions con un espectacular hat-trick en Old Trafford, Roman Abramovich se decidía por fin a ser propietario de un club de fútbol de la Premier. No se sabe con exactitud si vio el partido en el mismo estadio, o fue en alguna de sus posesiones en Londres o viajando a lo largo del planeta, porque no se sabe mucho de la vida privada del multimillonario ruso,  pero lo cierto es que quería revivir ese ambiente y se marcó un objetivo: ganar la Champions.

Roman Arkadievich Abramovich (Saratov, URSS, 24 de octubre de 1966) comenzó haciendo fortuna, de manera extraoficial y misteriosa, en el exigente sistema económico de la antigua URSS. Muy joven, a los cuatro años, se quedó huérfano tras morir su padre, y se marchó a vivir a Komi, una región petrolera de Siberia, con unos tíos paternos. Allí empezó a tener relación con la industria petrolera con la que se haría rico. Son de los pocos datos que se conocen de su vida esos años. Fue con la llegada de la Perestroika cuando el joven Abramovich ‘oficializó’ sus negocios. Aunque en un principio hiciese fortuna en la venta de patos de goma gracias a la ayuda económica de sus suegros, tras la boda con su primera mujer, Olga (luego se casaría en segundas nupcias en 1991 con Irina Malandina, con la que tendría cinco hijos y en la actualidad vive una relación con Dasha Zhukova, con la que tiene otros dos vástagos). Comenzó una diversificación que le llevó a invertir en sectores de toda índole: granjas de cerdos, guardaespaldas, neumáticos y caucho, fabricación de muñecas, intermediario de petróleo…  Creó y liquidó una interminable lista de sociedades. Se sabe que hizo sus pinitos en el Instituto Gubkin de Petróleo y Gas, en Moscú,  e incluso fue detenido en 1992 acusado de robo de bienes al estado ruso en un oscuro caso relacionado con la exportación de combustible. Colaboró en la investigación y el caso fue resuelto sin problemas para Abramovich.

El pelotazo le llegó cuando se asoció con Boris Berezovsky. Abramovich ya había extendido internacionalmente sus negocios con las empresas Runicom y Mekong (con la que vendería petróleo por todo el mundo), pero fue con su dupla con otro emergente magnate, Berezovsky (muerto recientemente en extrañas circunstancias en Londres), cuando dio el salto cualitativo en la recién creada Rusia de Yeltsin. Entre ambos empresarios consiguieron que el gobierno ruso les vendiera una jugosa empresa petrolera estatal, Sibneft, por tan sólo 110 millones de dólares. Era el famoso programa impulsado por Yeltsin, de préstamos a cambio de acciones. De esa transacción hasta la actualidad, su ascenso no tiene límites. En pocos meses, la empresa creció como la espuma, aunque siempre bajo la perenne sombra de sobornos a miembros de la administración rusa, y Abramovich comenzó a tocar todos los palos: gas, porciones en la televisión rusa, Aeroflot, guerra del aluminio…, ayudado por sus buenas relaciones con la hija de Boris Yeltsin, Tatyana Dyachanko. Incluso ya considerado como uno de los hombres más ricos de Rusia, consiguió un escaño en la Duma y fue nombrado gobernador de la región de Chukotka, cargo que abandonó en 2008. En 2001 creó el holding Millhouse Capital con su socio ‘El Rey del aluminio’ Oleg Deripaska, que aglutina parte de sus negocios en todo el mundo. Hasta que deslumbrado por los focos del fútbol, y con tan sólo 36 años, se fijó en un poco notorio club del centro rico de Londres, el Chelsea, fundado en 1905 y con sólo un trofeo liguero en sus vitrinas (1955). 

 

Fondos ilimitados.

El 2 de julio de 2003 se convertía oficialmente en el dueño del Chelsea, tras pagar 60 millones de libras al anterior propietario Ken Bates. Negocio redondo para el británico, porque adquirió el club en 1982 por el precio simbólico de una libra (con la plusvalía compró posteriormente el Leeds). Las negociaciones se cerraron en una operación relámpago. El 27 de junio se reunieron por primera vez y el 1 de julio ya se había llegado a un acuerdo. De paso, Abramovich se hizo cargo de otros 80 millones en deudas que tenía el club londinense. La adquisición llegó justo a tiempo para el Chelsea, porque ese verano tenía que hacer frente al pago de 23 millones de libras. Hasta ese momento, el nombre de Abramovich era totalmente desconocido en las islas… incluso se rumoreaba que esos meses la BBC pagaba jugosamente cualquier foto o imagen del recién llegado. Su mote, ‘Stealth oligarch’ (algo así como el ‘oligarca sigiloso’). Lo cierto es que a él le gusta mantener el origen de su multimillonaria fortuna fuera del ojo público.

Su aterrizaje en la Premier fue exuberante. Rompió el mercado de fichajes. De una tacada invirtió 172 millones en reforzar el equipo, en un ambicioso proyecto para luchar con los grandes equipos europeos. Como muestra, un botón: la temporada anterior (2002-03) el gasto del club fue 3.200.000 euros. Mantuvo en el equipo al italiano Claudio Ranieri como entrenador (llevaba desde el año 2000) por sus buenos resultados, aunque su primera opción fuera el sueco Sven-Goran Eriksson (tenía contrato con la selección inglesa). Colocó como presidente de la entidad al norteamericano Bruce Buck y contrató del Manchester United a Peter Kenyon como director ejecutivo, para que hiciera de portavoz y relanzará los ingresos comerciales del club.

A pesar de los refuerzos de Damien Duff, Hernán Crespo, Verón, Makelele, Mutu, Joe Cole o Geremi…, los blues no hicieron una buena campaña: segundos en la Premier y cayeron en semifinales de la Champions ante el Mónaco, a pesar de remontar en la primera mitad en Stamford Bridge (2-0) el 3-1 de la ida, pero el Mónaco se metió en la final tras el 2-2 final. Ranieri tenía los días contados, aunque no fue un año fácil para el italiano. Muy pesimista sobre su futuro, ‘The Tinkerman’ (apodado así en Inglaterra por sus continuos cambios de sistemas durante los partidos) era cada vez más sarcástico. En abril de 2004, Ranieri ya se veía en el disparadero: “Look, I have this sword embedded in me” (Mirad, tengo su espada incrustada en mí), en referencia a Abramovich. Incluso en la víspera de la vuelta ante el Mónaco, recibió a la Prensa con un irónico: “Hello my sharks, welcome to the funeral” (Hola mis tiburones, bienvenidos a mi funeral), en clara alusión a los rumores que le colocaban fuera del Chelsea. Lo cierto es que ya existían contactos entre Mourinho y Kenyon desde principios de la primavera de 2004.

 

The Special One.

Abramovich le encargó a Kenyon contratar al recién ganador de la Champions (su obsesión durante muchos años) con el Oporto José Mourinho. El entrenador portugués se presentó ante la Prensa inglesa por todo lo alto: “Please do not call me arrogant, but I’m European champion and I think I am a special person” (“Por favor, no me llamen arrogante, pero soy campeón de la Champions y pienso que soy una persona especial”). Con esto se ganó el apodo ‘The Special One’. Abramovich tiró la casa por la ventana e invirtió otros escalofriantes 162 millones de euros en futbolistas. Drogba, Carvalho, Paulo Ferreira, Robben, Tiago, Jarosik, Cech… fueron peticiones expresas del nuevo técnico. La inyección económica le salió triunfante: ganó su primera Premier (sólo una derrota) y la acompañó con la Copa de la Liga (Carling Cup). ¿Su lunar? No pasó de semifinales de la Champions tras ser eliminado por un gol fantasma de Luis García en Anfield.

Esos meses, Mourinho ya reclamaba su poder como miembro único en la formación de la plantilla. “If he helped me out in training we would be bottom of the league and if I had to work in his world of big business, we would be bankrupt!” (“Si él me ayuda en la contratación, estaríamos en la parte baja de la tabla y si yo tuviera que trabajar en su mundo de los grandes negocios, estaríamos en quiebra!”). Mourinho pedía y Abramovich disponía, hasta el punto que el Chelsea acumulaba 140 millones de libras de pérdidas.

La segunda campaña de Mourinho en Londres siguió siendo un éxito. Abramovich se rascó la chequera. Ese verano llegaron Essien, Wright-Phillips, Del Horno, aunque también comenzó a recaudar en ventas, 34 millones (Kezman, Tiago…). Revalidó su título de la Premier, al que añadió una Community Shield, pero su andadura en Europa fue turbulenta. En esta ocasión cayó eliminado en octavos por el Barcelona de Rijkaard, a la postre el campeón. Abramovich, cómodo en un segundo plano, no abrió la boca. Sí lo hizo Mourinho: “El resultado es 2-1. ¿Qué podemos hacer? ¿Vamos a suspender a Messi por hacer teatro? Sí, ha hecho teatro. Catalunya es un país de cultura y sabéis lo que es teatro. Es teatro del bueno”, dijo sobre la expulsión de Del Horno, tras entrada a Messi.

El magnate ruso rompió otra vez el mercado en el verano de 2006. Fichaba al delantero ucraniano Andriy Shevchenko del Milán por 46 millones de euros, convirtiéndose en su momento en la contratación más cara en la historia de la liga inglesa, igualando el traspaso de Rio Ferdinand del Leeds al Manchester United. También llegaron Ballack, Obi Mikel, Ashley Cole, Kalou… pero los resultados no fueron los mejores (2º en liga y eliminados por penaltis en semifinales del torneo ‘maldito’ para Abramovich en manos del Liverpool). Ganó la FA Cup y la Carling, balance muy pobre tras gastar unos 95 millones. Lo inusual fue que tuvo su mayor recaudación en ventas, de sus diez años de dueño; unos cincuenta millones tras los traspasos de Duff, Gudjonhnsen o Del Horno. Abramovich anunciaba recortes: “Gastaremos menos en los próximos veranos”, y confiaba en el impulso fuerte de la cantera: “Hemos invertido mucho dinero en la academia y la estrategia es criar a nuestros propios jugadores…”. Por ese motivo, en junio de 2005 contrató al preparador Frank Arnesen. Siete años después, sólo los canteranos Ryan Bertrand (ya asentado), Josh McEachran y Aké tienen participación en el primer equipo, aunque dispone de una plantilla muy joven.

 

Relación rota

El verano de 2007 fue convulso. Abramovich estaba harto de su poco éxito en la Champions y de la forma poco definida de jugar. Eligió al israelí Avran Grant, exseleccionador hebreo, como director técnico. Funciones que hasta ese momento aglutinaba el manager general José Mourinho. Al portugués no le sentó muy bien su asignación: “Grant está aquí para ayudar en diferentes áreas, no es un problema para mí. No debe interferir en mi trabajo. El club lo deja claro en su contrato”. Lo cierto es que la relación entre el oligarca ruso y el técnico portugués sufrió el desgaste del tiempo. Las llegadas, la temporada anterior, de Ballack y Shevchenko no avaladas al cien por cien por Mourinho (recientemente admitió que prefería a Etoo), la reticencias del magnate ruso de invertir más dinero en el mercado de invierno de 2007 en fichar a un defensor y el aterrizaje de un superior como Grant, que le restaba autoridad, no gustaron en el entorno del portugués. Además, su exigencia como técnico ya comenzaba a desgastar a pesos pesados de la plantilla (Terry, Makelele…). Desde finales de la temporada anterior ya se sucedían los comentarios de Mourinho sobre su situación en el Chelsea: “Es difícil trabajar en un club que no está en paz”; “Mi trabajo es con los jugadores y no quiero hablar de mi relación con Abramovich”; “Quiero cumplir mi contrato hasta 2010, pero a veces lo que quieres en la vida no pasa”. Tras perder la Community Shield ante el Manchester United y tras un pobre empate en casa frente el Rosenborg en el debut de la temporada en Champions, Abramovich y Mourinho decidieron de mutuo acuerdo romper relaciones el 20 de septiembre de 2007. Abramovich quería más estilo y Mourinho, más respaldo. Al ruso no le importó pagar casi 25 millones de euros de finiquito.

 

¡Maldito resbalón!

Abramovich colocó a su ‘aliado’ Grant al mando y le rodeó de Steve Clarke y Ten Cate. Grant era muy diferente a su predecesor. “I’m not special, but quite normal” (“No soy especial, sólo normal”), pero no tuvo unos comienzos fáciles. No era querido por la afición blue y todo el mundo le veía como un entrenador puente. Más tarde se repitió la situación con Rafa Benítez, para traer al año siguiente a Guus Hiddink. “Avram Grant es tan bienvenido como Camila en el funeral de Diana”, se le oyó decir a Pat Nevin, exjugador del Chelsea. Lo cierto, es que el equipo fue creciendo a lo largo de la temporada (2º en la Premier; perdió la final de la Carling Cup en la prórroga frente al Tottenham) y para sorpresa de todos llegó por fin a la final de la Champions… y en Moscú. Pero la mala suerte le dio la espalda a Abramovich y el equipo inglés cayó derrotado en la tanda de penaltis contra el United, tras el 1-1 final. El capitán Terry se resbaló accidentalmente en el quinto lanzamiento que le hubiese dado el trofeo (luego Van der Sar atajó el definitivo a Anelka). Lo tuvo cerca en 2008 Abramovich tras gastar durante sus primeros cinco años algo más de 580 millones en fichajes, pero no paró ahí…

 

Un amigo… y Ovrebo.

Tres días después de esa final, Abramovich despidió a Avram Grant, dando la razón a su temporalidad, y apostó por el técnico brasileño Luis Felipe Scolari, que acababa de dirigir a Portugal en la Eurocopa. Era su jugada para lograr títulos. Ese verano de 2008 fue un hito desde su llegada al club. Por primera vez, recaudaba más de lo que gastaba (sólo 30 millones y medio en fichajes: Bosingwa y Deco), siguiendo su mencionada política de ajustes. La temporada no empezó mal, pero el 26 de octubre el Chelsea, tras caer en casa 0-1 con el Liverpool, perdió su condición de invicto como local en la Premier tras dos años y medio (86 partidos invicto) y la situación no remontó. La plantilla tuvo desavenencias con el entrenador y la afición ya buscaba culpables en el palco. Scolari fue despedido en febrero. Abramovich dudó y ofreció el cargo a Frank Rijkaard, pero el holandés prefirió seguir en su año sabático (había abandonado el Barcelona ese verano) y desestimó la proposición. El ruso sabía que Carlo Ancelotti no continuaría la temporada siguiente en el banquillo del Milán y le ofreció llegar ya a Stamford Bridge, pero el italiano no podía dejar el club rossonero a mitad de temporada (barajaba otras ofertas  y prefería decidir al final).

Tras sondear otras opciones, recurrió a la desesperada a un viejo deseo… y amigo. Negoció con la federación rusa el ‘alquiler’ de Guus Hiddink hasta final de temporada. Lo consiguió por sus contactos en la federación y porque Abramovich pagaba parte de su alta ficha en Rusia. El entrenador holandés fue nombrado entrenador interino hasta el final de la temporada. No lo hizo mal y el Chelsea ganó la FA Cup al Everton y llegó hasta las semifinales de la Champions League (eliminando a Juventus y Liverpool), pero perdió contra el Barcelona en el ‘famoso’ gol de Iniesta y con un nombre grabado a fuego en el palco de Stamford Brigde; el árbitro noruego Tom Henning Ovrebo.

Prohibición de la FIFA.

El alquiler de Hiddink llegó a su fin. Abramovich se apuró en contratar a otra de sus aspiraciones, Carlo Ancelotti. Se adelantó a otros clubes europeos (Florentino Pérez estaba interesado en el italiano para su vuelta al Real Madrid en 2009, era la segunda opción tras Arsène Wenger, pero el técnico no podía esperar hasta que se arreglara la situación institucional en las oficinas del Bernabéu y se decidió por la oferta desde Londres). Ese verano, el oligarca ruso recibió un duro golpe por parte de la FIFA. En 2007, el equipo inglés se hacía con los derechos del prometedor delantero francés de 17 años, Gaël Kakuta, pero el Lens denunció al Chelsea por inducir al jugador a romper su contrato. En septiembre de 2009, la FIFA prohibió a los blues fichar durante dos años y multó al jugador con cuatro meses sin jugar y con 780.000 euros (el Chelsea era solidariamente responsable) por infringir la normativa de traspasos. El club británico apeló al TAS, que suspendió de manera cautelar la medida, y en febrero de 2010 fallaba a favor del Chelsea. No consideraba legal el contrato de Kakuta con el Lens; la entidad inglesa obró de buena fe. Ese affaire precipitó la salida de Peter Kenyon y la llegada como director ejecutivo de Ron Gourlay.

Lo cierto es que ese verano Abramovich no tocó mucho la plantilla. Desembolsó 21 millones de euros en el defensa ruso Zhirkov y fichó a jóvenes promesas (Sturridge o Matic). Ancelotti conseguía la tercera Premier de la ‘era Abramovich’ en el Chelsea y la adornaba con la consecución de la Community Shield y la FA Cup. Devolvía al club a los títulos y con un juego mucho más atractivo a los ojos del exigente magnate ruso. Un único borrón: caía en octavos de Champions frente al campeón, el Inter de Milán de Mourinho.

 

El más caro de la Premier

El Chelsea arrancó como un tiro la campaña 2010-11 (había llegado Ramires del Benfica), pero tras dos tropiezos seguidos en noviembre (Sunderland y Birmingham) el equipo perdió la primera plaza de la Premier a la que ya no volvería. Para enderezar el rumbo, Abramovich hizo alarde de su inagotable cartera y fichó de una tacada a David Luiz (30 millones) y Fernando Torres. Con el fichaje del español, Abramovich dio un contundente golpe encima de la mesa: ha sido su mayor desembolsó en los diez años que lleva ya en Inglaterra. Pagaba 58 millones y medio de euros por el delantero de Fuenlabrada procedente del Liverpool. ‘The Kid’ dejaba Anfield por Stamford Bridge y se convertía en el fichaje más caro de la historia de la Premier. Pero la campaña no se enderezó y los blues acabaron sin títulos (2º en la Premier tras el Manchester United; su verdugo en Europa).

El cielo con la Champions

A Abramovich el cuerpo le pedía transformación tras el fracaso anterior. Estaba cansado de invertir dinero, y más dinero, y no ganar títulos de enjundia. No contaba con Ancelotti, devorado por su mal papel en Champions; ya había salido despedido su ayudante Ray Wilkins y Frank Arnesen, director deportivo, también dejaba el club. Tras varios tiros fallados (otra vez Hiddink) y algún titubeo  (Zola, Van Basten), el tándem Abramovich-Gourlay y la mano derecha del ruso, el ucraniano Eugene Tenembaum, decidían apostar otra vez por un portugués, y un viejo conocido del Chelsea, André Villas-Boas. Para ello, al magnate ruso no le tembló el pulso para abonar 15,8 millones de euros al Oporto por la cláusula de rescisión de su octavo entrenador en el equipo blue. Apodado ‘Little Carrot’ (‘Pequeña Zanahoria’) por su pelo pelirrojo, Villas-Boas ya conocía los entresijos del Chelsea de Abramovich, cuando hacía labores de scouting y asistente para su compatriota José Mourinho, y venía con la vitola de entrenador ganador, tras su paso exitoso por el Oporto.

Abramovich quiso repetir el modelo utilizado con Mourinho, pero con Villas-Boas. Para eso gastó… y mucho. Los españoles Juan Mata y Oriol Romeu acompañaban a Torres en Londres. La apuesta la reforzaba con la adquisición de jóvenes talentos (Lukaku, Courtois, Kevin de Bruyne, Piazón…). Más de 100 millones de euros de inversión. A pesar de todo, la mala racha de resultados (quinto, a 20 puntos del líder Manchester City) acabó como siempre: ocho meses después, Villas-Boas decía adiós al banquillo. Los mentideros británicos afirmaban que los veteranos de la plantilla (Terry; Lampard; Drogba, Kalou…) nunca comulgaron con los métodos modernos del portugués.

Abramovich, algo desencantado (desde 2009 existen rumores sobre la intención de vender el club) colocó a Roberto Di Matteo, asistente de Villas-Boas y exjugador blue, para intentar salvar la temporada a la desesperada (habían recibido un doloroso 3-1 del Nápoles en la ida de octavos de Champions). Y se encontró con una victoriosa sorpresa. Reforzado por el núcleo duro del vestuario, el italiano recondujo la dinámica y en ¡sólo tres meses! consiguió lo impensable: ganar la Champions League al Bayern Múnich en su propio estadio (en los penaltis, tras el 1-1 final) y redondearlo con la FA Cup. Después de invertir unos 872 millones, el entrenador interino, con menos experiencia, le daba su mayor éxito a Abramovich en el mundo del fútbol.

 

El interino Benítez.

El oligarca ruso ya tenía su anhelada primera Champions, aún así gastó en 2012 casi 83 millones en tres jóvenes talentos (Hazard; Oscar y Victor Moses) para que el Chelsea “jugara con un estilo propio”. Una apuesta más por el toque que por el ‘box to box’ tan propio de Inglaterra. Sólo le faltaba una pieza, Pep Guardiola, pero no pudo convencer al exentrenador del Barcelona. La derrota en la Supercopa de Europa (título que le hacía mucha ilusión al ruso) y que Di Matteo no daba con la tecla idónea, precipitaron el despido del míster italiano seis meses y un día después de hacerle rey de Europa. Tomó la decisión pese al rechazo de gran parte de la plantilla y de la grada. Los mentideros afirmaron que nunca le gustó a Abramovich ni siquiera cuando un eufórico Di Matteo se abrazó con él en el palco del Allianz Arena y le oyó decir: “I Won it” (“yo la gané”). Lo cierto, es que el vigente campeón estaba al borde de la eliminación por primera vez en la fase de grupos de la Champions (acabó sucediendo). “Un despido en el Chelsea es como cualquier otro día en la oficina”, resumió  Villas-Boas sobre la destitución del que fuera su asistente.

Entonces, Abramovich tomó una de las decisiones más insólitas que se le recuerdan (en parte aconsejado por su mano derecha en el club Marina Granovskaia, con más poder de lo que se la presupone, si se tiene en cuenta que Abramovich no acude con asiduidad a las reuniones del Consejo). Contrató al técnico español Rafa Benítez (ya sonaba hacía un año), viejo enemigo de la grada del Chelsea. Un sector contrario de la afición desde el primer día no le perdonó a Benítez su pasado red en el Liverpool y cargó sistemáticamente contra él. Las pancartas en Stamford Bridge eran orden del día. ‘Rafa Out’; ‘In Roberto we trusted and loved, in Rafa never trusted’ (‘En Roberto confiamos y amamos; en Rafa nunca lo haremos’).Tampoco ayudó su condición pública de técnico interino; aun así Rafa Benítez, pese a contratiempos iniciales (eliminación cantada de la Champions o desilusión en el Mundial de Clubes); remontó la temporada con un juego más práctico que vistoso, pero con mucho trabajo, y ganó la Europa League, devolviendo al Chelsea a la senda de los títulos. Pero la larga sombra de Mourinho ya planeaba sobre el barrio de Chelsea…

Come back Jose

Quienes conocen al ruso, advierten que ha aceptado reencontrarse con Mourinho, en primer lugar, porque considera un triunfo que llegue gratis y segundo, presionado por sus malos resultados en la Premier. No era su deseo, ni mucho menos. Su opción A era Hiddink, pero el holandés vive muy bien en la estructura del Anzhi. Así que ha escuchado a los aficionados (“We want Mourinho”), a Granovskaia y se ha encomendado al portugués… aunque con salvedades. Le ha permitido llegar con su equipo (Rui Faria, Silvino Louro y José Morais), pero mantendrá la figura del nigeriano Michael Emenalo como director deportivo (sustituyó en 2011 a Frank Arnesen). Incluso le ha reforzado rechazando su renuncia días después de la llegada de Mourinho.

El Fair Play Financiero con el que le presiona constantemente Platini desde la UEFA le dificulta los movimientos, pero le sirve de excusa frente al técnico portugués. Abramovich aún recuerda el coste que pagó por algunas peticiones de Mourinho, que más tarde no rindieron y que le mantuvieron hipotecado con contratos de larga duración y con sueldos desproporcionados. Ahora no quiere que eso ocurra, pese a desembolsar a mediados de mes 22 millones de euros por el joven alemán André Schürrle (le seguían desde hace más de un año), con lo que supera ya la barrera de 1.000 millones invertidos en fichajes. A pesar de que Mourinho, en su presentación oficial, descartó una mala relación en el pasado: “Sí lo hubiera sido, no estaría aquí”, lo cierto es que ‘The Happy One’, como se presentó nueve años después en Londres Mourinho, tendrá que lidiar con un Abramovich menos volátil. Si se ganan títulos, seguro que todo irá bien. 

“Durante un período de 10 años, necesitamos (el Chelsea) dos Copas de Europa; un Mundial de Clubes y se tiene que dominar la competición doméstica”, tal vez estas palabras pronunciadas por Peter Kenyon en septiembre de 2008 cobren ahora un mayor valor. Lo cierto es que Abramovich está lejos de esos objetivos. Mal no le ha ido (13 títulos), aunque lejos de los 16 acumulados por el Manchester United en el mismo período, pero por encima de los 10 cosechados por el Chelsea en toda su existencia anterior a Abramovich.

Lo cierto es que desde la llegada del oligarca ruso a Inglaterra se ha incrementado la inversión foránea en la Premier. De sólo el Fulham en 2003 a diez clubes desde entonces, entre ellos los grandes: United, City, Liverpool o Arsenal. “Influyó en el mercado, obligando a los demás clubes a buscar otras maneras de financiación. Antes de su llegada se traían jugadores extranjeros al final de sus carreras y ahora se podía comprar figuras de España e italia”, explicó hace unos días Trevor Birch, quien fuera director ejecutivo del Chelsea pre-Abramovich, en las páginas del ‘Daily Mail’. Aunque su manera jugosa de pagar (alrededor de  1.500 millones de libras gastados en salarios en una década) rompieron el mercado. Lo único seguro es que su aterrizaje hace diez años dio inicio a una nueva era en el mundo del fútbol que aún no ha acabado.