Revista D

Claman por Nobel de la Paz para Malala

Malala Yousafzai asombró a los periodistas cuando, a los  11 años, presentada en el Club de Prensa de la provincial capital de Peshawar, pronunció un discurso titulado "Por qué los talibanes me van a arrebatar el derecho a la educación". La audiencia quedó perpleja de que aquella niña tuviera el valor de desafiar con su pensamiento a tan peligroso sector. 

Malala lucha por los derechos de la niñez de Pakistán. (Foto Prensa Libre: Archivo)

Malala lucha por los derechos de la niñez de Pakistán. (Foto Prensa Libre: Archivo)

Muchos comentaron entonces que tan temerario acto de valor era comprometedor de la seguridad de la joven que ya por entonces manejaba una página en el bloque de la importante cadena noticiosa BBC, donde en idioma urdu exponía sus ideas en favor de la educación para la mujer.

El presagio sobre el riesgo temido llegó a consumarse el 9 de octubre del año pasado, cuando Malala viajaba en el autobús escolar hacia su casa y un hombre armado entró  y, en medio de los aterrorizados estudiantes, disparó contra la joven, por entonces de 15 años, y esta cayó herida de gravedad, baleada en el cuello y el cráneo. Aunque auxiliada de emergencia en un hospital de la localidad, fue llevada a Inglaterra, donde, en el hospital Queen Elizabeth, de Birmingham, recibió la atención que la ayudó a  recuperarse, para más tarde reincorporarse a la vida normal. Sin embargo, la joven activista no podrá retornar a corto plazo a su país, pues pesa sobre ella la amenaza de los talibanes, en situación que no deja lugar a la incertidumbre, ya que después del atentado en su contra, 14 niñas fueron asesinadas cuando viajaban en el bus escolar, en el distrito de Quetta, cercano a su localidad, agregado al ataque contra otras dos jovencitas de su escuela, quienes, al salvarse, fueron llevadas también a Inglaterra para evitarles inminentes riesgos.

La joven Malala, ahora de 16 años, tuvo de preceptor a su padre, Ziauddin Yousafzai, un profesor y activista social que tiene la certidumbre de que el futuro de Pakistán está en la contribución de las mujeres, por medio del proceso educativo. Igual que otros activistas locales, Yousafzai desafía las dificultades para la práctica de sus ideales frente al riesgo de morir, por la omnipresente amenaza de los fundamentalistas talibanes, empeñados en someter por el terror a los habitantes.

La joven activista fue invitada para hablar el 12 de julio reciente en el foro de la juventud de las Naciones Unidas, en Nueva York, donde, con la presencia del secretario general de ese organismo,  Ban Ki-moon, y una concurrida asistencia, Malala declaró: “Los talibanes creyeron que con sus amenazas cambiarían mis metas y detendrían mis propósitos, pero nada cambió en mi vida, excepto que las flaquezas, el miedo y la desesperanza terminaron aquel día del atentado. Soy la misma Malala, mis propósitos son los mismos, mis esperanzas son las mismas. No quiero ser conocida como la muchacha que los talibanes quisieron matar, sino como la que lucha por sus derechos. Los extremistas le temen a la pluma y los libros; el poder de la educación en la mujer los asusta”.

Discurso que fue recibido con emoción por quienes escucharon a la joven que, para mayor símbolo de su cruzada, lució ese día un chal que perteneció a Benazir Bhuto, la exgobernante de Pakistán, prestigiosa por su talento y vocación democrática y asesinada presumiblemente por los talibanes. El secretario general de la ONU declaró de forma oficial la fecha de esa presentación el Día de Malala.

Se ha promovido desde antes de esa actividad con proyección internacional el nombre de la joven activista para otorgarle el Premio Nobel de la Paz, y se  estima que a la fecha la petición ha recibido cerca de un millón de firmas. Porque Malala, con su presencia en la red social desde los 11 años, abogando por el derecho a la educación de las mujeres en su medio, negado por el extremismo islamista, se ha convertido en una expresión universal en un mundo donde el acceso a la educación está vedado a mujeres y hombres también, por circunstancias diversas en la esfera de las diferentes culturas del planeta. Los propósitos de Malala abarcan también la preocupación porque cese el tráfico de niños, los matrimonios en menores y su explotación por el trabajo.

Un repudio generalizado han capitalizado los talibanes por el ataque contra Malala y un consenso de opinión sostiene que el resultado de esa acción fue convertir a la joven en un símbolo, naturalizado con su pensamiento al exclamar: “Por nuestro derecho a vivir en paz, por nuestro derecho a la educación escolar”. El atentado contra ella y todas las niñas víctimas del extremismo talibán ha sido considerado una violación al tradicional código Pashtunwali, que establece la prohibición de hacer daño a los niños. Es un código de honor que rige dentro de la cultura pashtun, prevaleciente en la región.

Pero los talibanes han desplegado una campaña de difamación contra Malala y propalan  en forma mendaz que la activista está al servicio de los intereses de Occidente, lo que de alguna forma ha impactado en núcleos de la población de Pakistán que repudian los ataques con los drones (zánganos), aviones teledirigidos que han hecho estragos en la población civil no vinculada con el establecimiento talibán. El infundio se origina por la urticaria causada a los talibanes ante la atención recibida por Malala en el exterior, en servicio de su recuperación y por la exaltación de su causa, considerada ya de dimensión mundial.

No obstante la mezquina actitud de sus detractores, Malala es acreedora de la veneración de muchos miles de admiradores que miden su cruzada como uno de los acontecimientos de mayor relevancia en los tiempos modernos. La universalidad de Malala se fundamenta en la virtud de haber surgido como germinación de una mujer renovadora del concepto de justicia, no solo para sus congéneres, las niñas escolares, sino para los seres humanos en su totalidad.

Del torrente de fotos publicadas de esta singular niña  destaca la impresionante del fotógrafo Asim Hafeez, donde aparece radiante, con sus húmedos ojos castaños llenos de luz, como un manantial de ternura. Su boca obsequia una sonrisa tímida, casi enigmática, con el misterio que se le atribuye al retrato de La Gioconda, pero que irradia el amor que destella en su mirada, para festejo en su cara ovalada, con la redondez que tiene todo lo honrado de su figura que por el hijab (manto musulmán) parece envolver la imagen santificada de una virgen conmemorando un mundo perfecto, en la inauguración de la auténtica justicia.

*Escritor guatemalteco residente en Canadá.


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