La noche del jueves 12 de febrero se presentó en el Teatro Lux de la Ciudad de Guatemala. La acompañaron media docena de rosas, un vaso con agua, y cuatro músicos con quienes lleva ya 19 años. Passos se encargó de que quienes asistieron a esta cita experimentaran una comodidad e intimidad, similar al que sentirían si hubieran estado en la sala de su casa.
La velada avanzó entre canciones del los románticos Tom Jobim y Djavan. Rossa interpretó O pato, la popular melodía infantil de Jaime Silva que narra el escándalo que armó un pato al intentar cantar bossa nova como un gato. Lo hizo junto a quien suele llamar filho (hijo en portugués) el bajista Paulo Paulelli, dueño de un amplio récord musical.
Un día antes de su show, la artista concedió una entrevista a Revista D.
Talentosa
Rossa apareció en la puerta del hotel donde se hospedó. Es robusta, no mide más de un metro 50, habla con voz suave y delicada, como si se dispusiera a cantar.
Fue calificada por el periódico The New York Times como “una de las más talentosas cantautoras y guitarristas de bossa nova”. Se intimida fácilmente con los halagos. Le gusta hablar del género que interpreta, pero también de sus gatos y perros que la esperan en casa, así como de su devoción por San Francisco de Asís.
En el 2012 reactivó sus giras y conciertos, los cuales dejó por un tiempo, pues unos años antes fue diagnosticada con el síndrome de Burnout —se trata de un progresivo agotamiento físico y mental, acompañado de falta de motivación y constantes cambios de comportamiento—. Esto fue lo que Rosa empezó a experimentar y la obligó a optar por un retiro momentáneo. Fue en ese entonces cuando adoptó varios canes y felinos, se hizo de dos cachorros golden retriever, un bulldog francés y un siamés, los que hoy deambulan por su casa observados por las 14 imágenes y estampas de San Francisco de Asís. “Ellos, las mascotas, son espíritus sabios”, asegura.
“Dios creó a los hombres para servir a los gatos”, dice entre risas al recordar la frase de Carlos Drummond de Andrade, poeta, periodista y político brasileño.
Fue una época de “reciclaje”, en aquella mujer hoy de 62 años, que se casó a los 20 con quien llegaría a ser cuatro veces ministro de transporte. Es madre de un abogado, un periodista y una médica.
Durante su pausa musical también aprendió cerámica, tapicería y a fabricar cuadernos artesanales.
Años atrás
Empezó a tocar el piano a los tres años en Salvador de Bahía, donde creció. Además de su padre, quien interpretaba la guitarra por diversión, no recuerda que nadie más en su familia haya tenido alguna inclinación musical.
Durante mucho tiempo su progenitor, un ingeniero eléctrico, le pagó clases de piano a domicilio, luego asistió a una escuela de música. Durante su adolescencia descubrió en la guitarra su verdadera vocación.
Su madre murió cuando tenía 9; fue criada por su hermana Arizzete, 13 años mayor.
Rosa es la menor de cinco hermanos; tres ingenieros y una socióloga. Ella estudió Letras Vernáculas, pero nada sustituyó su pasión por la música.
Ha tocado con Ron Carter, uno de los mejores contrabajistas de jazz del mundo. En el 2006 cantó en el Carnegie Hall y también lo hizo en el Blue Note Jazz Club de New York.
La Berklee College of Music de Boston le otorgó un doctorado honoris causa.
Quizás una de las personas que más influyó en su carrera fue Yo-yo Ma, violonchelista, ganador de varios Grammy, pues fue este artista quien la llevó a una gira mundial después de grabar Obrigado Brazil.
La publicación All About Jazz escribió de ella: “Ha logrado lo que muchas vocalistas han intentado desde la época de Astrud Gilberto y fallaron en el intento: logró que la bossa nova sea sexy nuevamente”.
Después de tanto ajetreo, sobrevino el diagnóstico del síndrome que la obligó a hacer una parada.
El don
En el 2012 sus músicos empezaron a “enamorarla”, dice entre risas, para que grabara un nuevo disco.
El primer síntoma del síndrome en esta nueva etapa se manifestó con el miedo de abordar un avión. “Lo he superado poco a poco”, comenta en tono sereno. “No necesito probar nada. Mi música ya está, está ahí”.
En estos días la hace feliz pensar que será abuela por quinta vez. También está convencida de que “la música es la que escoge, elige a la gente”. “Yo solo soy un instrumento. La música es operaria de Dios”, afirma.
Además de ofrecer conciertos, Rossa va por el mundo dando talleres de música. “Suelo recomendarles a mis estudiantes, conéctate con Dios y canta con el corazón”.