Revista D

Tercera Guerra Mundial

Las recientes fricciones entre Rusia y Ucrania por la anexión de varios territorios al país dirigido por Vladimir Putin han despertado alarma alrededor del mundo. ¿Podría este conflicto desatar la tercera guerra mundial?

<br _mce_bogus="1"/>

“El mundo, especialmente Europa, se estremece viendo por televisión que lo que empezó siendo una protesta supuestamente prodemocrática y pacífica ha acabado en una confrontación armada, con tropas del ejército —algunos disfrazados de grupos de autodefensa y otros, sin disfrazar— que parecen abocados a una guerra civil en Ucrania. O a una confrontación entre Ucrania y Rusia”, cita el analista José Luis Martínez Sanz, en una publicación para la agencia de noticias AFP.

 Todo empezó por Crimea, una pequeña península bañada por el Mar Negro y su población rusa. Putin declaró que “ayudaría a cualquier ciudadano rusoparlante a decidir su propio destino”, lo que constituyó la bienvenida al pueblo de Crimea, que votó, el 16 de marzo recién pasado, por la anexión a Rusia, en un referendo considerado ilegal por Ucrania, acción emulada por Sebastopol y la cuenca de Donetsk.

La crisis entre estos países azuza el rechazo internacional, a pesar de que las pequeñas regiones —de dos a cuatro millones de habitantes— se han esforzado por cumplir el protocolo efectuando consultas populares para legitimar su decisión.

“En la perspectiva de los países occidentales, Ucrania es una nación establecida y por ello la intervención rusa se convierte en un ataque a la soberanía. Desde el punto de vista de Rusia, la población de descendencia eslava no necesariamente es fiel a las naciones donde vive, porque el ordenamiento territorial se dio por conveniencia, al desmoronarse la Unión Soviética”, indica Rodrigo Fernández Ordóñez, profesor de la Facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Francisco Marroquín.

 Estados Unidos, en su papel de comandante de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otán), y como parte del G8, se ha pronunciado e impuesto una serie de medidas punitorias a empresas y funcionarios rusos, sin que ello haya disuadido a prorrusos y separatistas.

“Para Rusia, la intervención de la Otán es una traición que rompe los acuerdos entre Reagan y Gorbachov, en los que se dijo que cada uno mantendría sus respectivas esferas de influencia sin injerencia del otro”, explica Martínez Sanz.

“Las sanciones son meros trámites ejecutivos para bajar la tensión entre los países, ya que Estados Unidos ostenta el liderazgo de la Otán, pero las medidas que ha tomado no han sido tan drásticas como para arrastrar al mundo a una tercera guerra”, comenta Fernández Ordóñez.

El historiador británico Peter Hart es de la misma opinión. “La actual crisis de Ucrania y el papel de Rusia en la misma no serán un detonante para el estallido de una tercera guerra, en particular porque las potencias de la Otán “no sienten entusiasmo” por esa perspectiva.

“Estamos ante una nueva fase en la composición de fuerzas en el mundo. Para el sistema capitalista es necesario el control del territorio porque, sin expansión, muere, pero además, Ucrania es un punto estratégico porque por allí pasan gasoductos y oleoductos que abastecen a toda Europa central”, afirma Mauricio Chaulón Vélez, historiador y profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Landívar.

“Crimea es la única y tradicional base rusa navegable en Europa que siempre ha albergado a su flota. De ahí su mayoritaria población rusa. Dejar a Crimea —que Kruschev entregó a Ucrania en 1954— en manos de un Estado enemigo, y amigo de la UE y EE. UU., hubiera tenido graves implicaciones: la pérdida de Sebastopol como base de la Flota del Mar Negro de la Federación Rusa, la expulsión de rusos en el este y el sur de Ucrania, que producirían una avalancha de refugiados; la pérdida de la capacidad de fabricación en Kiev, Kharkov y Dnepropetrovks, donde se trabaja para cumplir encargos del ejército ruso, la supresión de la población rusoparlante y la “ucranización” forzosa de los rusos; la instalación de bases estadounidenses y de la Otán en Ucrania, incluida la Península de Crimea, así como apertura de centros de entrenamiento de terroristas en el Cáucaso, la cuenca del Volga y quizás en Siberia; la propagación de las protestas orquestadas en Kiev a las etnias de otras ciudades de la Federación Rusa, etcétera, explica Martínez Sanz.

Putin, pieza clave

La figura de Putin ha destacado en la escena rusa desde que tomó el poder por primera vez, en 1999, ya que ha conducido a Rusia a un desarrollo económico considerable —aumento del 72 por ciento del PIB, según el Fondo Monetario Mundial (2006)—, por lo que no se muestra abiertamente contrario a los intereses capitalistas mundiales.

“Con Putin, Rusia ha logrado tomar posición entre las naciones más influyentes. Lo de Ucrania fue un pulso de influencias políticas”, expone Chaulón Vélez.

Sin dejar clara su postura ideológica, Putin actúa con base en el nacionalismo y la reconstrucción del imperio ruso, a pesar de que él lo niega, pero ha logrado impulsarlo en el panorama mundial como una potencia económica emergente. Esto lo demuestra su integración al G8, así como ser miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, G20, Consejo Europeo y otros.

“El influjo que los países occidentales podrían tener sobre Ucrania vulnera la esfera de influencia rusa, por lo que Putin actuó estratégicamente para evitar que la Otán entrara a su territorio. Rusia hizo una legítima defensa de su territorio”, afirma Chaulón.

Sin embargo, en opinión de Fernández Ordóñez, Rusia tiene tres problemas fundamentales que impiden que se consolide su territorio: la gran extensión territorial, además de la población, pues mayoritariamente está concentrada del lado europeo y la parte asiática, dejando un gran vacío en Siberia, y por último, que no había logrado tener un puerto en aguas tibias, lo que por fin sucedió con la anexión de Crimea y Sebastopol. Claro que el otro anexado no es despreciable, pues la cuenca de Donetsk, que votó el 11 de mayo, representa el 20 por ciento del PIB de Ucrania, por ser una región productora de hierro, acero y carbón.

En opinión de Chaulón Vélez, el capitalismo está en la fase de la negociación; pero, en los estados más débiles se impone, por lo que considera que no se trata de una guerra de expansión capitalista, sino de la de expansión de mercados, donde es más fácil negociar.

“Las potencias muestran sus armas y las ponen sobre la mesa de negociación, pero no es el momento aún de que levanten la pistola y se disparen, lo que tampoco significa que no haya desestabilización de la sociedad por parte de mercenarios que aparentan conflictos domésticos”, afirma Chaulón Vélez.

Guerra moderna

El analista internacional y periodista para The Week John Aziz expone que las circunstancias han cambiado mucho desde la Segunda Guerra Mundial, específicamente la posibilidad de la destrucción total.

 “No es casualidad que la última guerra haya terminado con la invención de un arma atómica, lo que representa un gran disuasivo para otra guerra. Nadie en el poder quiere ser quien inicie el Armagedón”, comenta.

“Ya no existe el concepto de la guerra justa, el precio moral de las muertes, además del costo económico, impide que se utilicen armas tan destructivas. Por ello se tutela a los países que producen uranio enriquecido”, refiere el coronel Jorge Ortega Gaytán, autor del libro Nuestras Guerras.

 Aziz también considera que la experiencia de los últimos 70 años ilustra que es posible que los contratistas de armas puedan disfrutar de los beneficios del enorme gasto militar sin necesidad de una guerra mundial, lo que podría cambiar si esta es oficial.

También hace énfasis en que a partir de la década de 1980 el intercambio comercial ha sido mucho mayor entre los países del mundo, por lo que un conflicto global tendría un costo económico mayor que en otras épocas. “Pero no para todos”, afirma Ortega Gaytán, pues los países que se constituyeran en proveedores de armamentos saldrían ganando.

La historia confirma que Estados Unidos ha sido el país menos afectado en los dos conflictos pasados, pues su territorio nunca figuró como frente de batalla y su participación fue la que definió el final de las acciones beligerantes.

Sin embargo, los últimos eventos sí han puesto en perspectiva la libertad de acción de las cabezas de Estado. En el caso de Obama y el supuesto ataque químico en Damasco, Siria, en agosto del 2013, el Congreso de los Estados Unidos no le permitió iniciar una guerra focalizada en aquel territorio. En cambio, el Congreso de Rusia le dio poder a Putin para actuar militarmente si las fuerzas ucranianas impedían la anexión de Crimea.

“En un país democrático la reacción puede ser más lenta, pero ni Rusia ni Estados Unidos tienen la capacidad económica para sostener una guerra mundial”, comenta Fernández Ordóñez.

Interconexión

Otro aspecto que se vislumbra importante en un posible conflicto es la accesibilidad a las redes sociales, pues una buena parte de la población puede enviar fotos o videos de lo que sucede en sus territorios.

En una guerra, la web puede ser utilizada por todos los bandos, pero no se debe perder de vista que en redes sociales la manipulación es muy fácil. “En el caso de la primavera árabe, las redes sociales fueron vitales, tanto para los grupos rebeldes como para los desestabilizadores, pero lo primordial fue tomar conciencia de los hechos que sucedían y lograr la organización civil en contra de actos aberrantes”, comenta Chaulón.

Agrega que la desacreditación por medio de la información sesgada que los medios de comunicación proporcionan en Occidente es una estrategia conocida y que ha sido utilizada desde siempre. Pero también existen otros medios de información alternativos o locales que pueden dar una versión más clara de lo que sucede.

Fernández Ordóñez considera que, de haber una guerra mundial, tendría que ser muy rápida y con objetivos específicos, ya que las naciones no podrían pagar su costo económico, y si se alargara un conflicto de este tipo, sería necesario utilizar las armas atómicas, lo que significaría un costo mucho más elevado.

Para Chaulón Vélez, la posibilidad está más abierta a una guerra de desgaste económico o incluso  mediática y de desinformación, con el objetivo de manipular conciencias y que sean los mismos pueblos que derroquen a su gobernante, por lo que las posibilidades van más allá de un enfrentamiento militar.

Por el dinero

Según el coronel Jorge Ortega Gaytán, la gente va a la guerra por los sentimientos. “Las beligerancias ya no se hacen por intereses ideológicos. Aunque son conflictos sociales, su alma es económica”, asegura.

Las diferencias territoriales tampoco deberían ser motivo de enfrentamiento, pues la 1906 se firmó un tratado que indica que las diferencias de carácter territorial se resolverán con la ayuda de un tercero, “lo que nos ha asegurado más de cien años de paz”, afirma.

La gran depresión que sufrió Estados Unidos después de la Primera Guerra Mundial provocó su involucramiento en la Segunda Guerra como proveedor de armamento, lo cual contribuyó considerablemente a su economía.

Además, la primera Guerra del Golfo, en 1991, dirigida por Jorge Bush padre, pudo haber sido motivada por la garantía del abastecimiento de petróleo, acción que ya había emprendido Estados Unidos cuando tomó la región para garantizar la provisión de combustible para la URSS, cuando combatían como aliados contra Hitler.

“La crisis ya pasó, y solo quedaron las negociaciones políticas, así que las naciones europeas terminarán reconociendo la legitimidad de la anexión y sin duda la expulsión de Rusia del G8 será temporal”, considera Ortega Gaytán.

ESCRITO POR: