Revista D

Especialista de la vergüenza

Daniel Sznycer estudia la emoción de la vergüenza, la psicología del bienestar y las actitudes políticas.

Daniel Sznycer es investigador del Centro de Psicología Evolutiva de la Universidad de California (Foto Prensa Libre: Álvaro Interiano).<br _mce_bogus="1"/>

Daniel Sznycer es investigador del Centro de Psicología Evolutiva de la Universidad de California (Foto Prensa Libre: Álvaro Interiano).

La vergüenza surge en el ser humano en menos de un segundo, y se expresa de formas variadas. Entre las más comunes están el sonrojamiento, ver hacia abajo, taparse el rostro o irse. Algunos, incluso, reaccionan con violencia; talvez lanzan un golpe o insultan. Esa emoción “es un trozo de tejido neuronal organizado por el proceso de selección natural para coordinar respuestas conductuales, fisiológicas y cognitivas, para hacer frente a la devaluación de los demás”, explica el antropólogo argentino Daniel Sznycer, investigador del Centro de Psicología Evolutiva de la Universidad de California. “Nuestras cabezas, a ratos, nos transforman en seres tímidos, apocados y hasta sumisos”, añade.

Sznycer, quien estuvo hace unos días en Guatemala para la celebración del Día de Darwin, en la Universidad Francisco Marroquín, se especializa en la psicología de la vergüenza desde una óptica darwiniana o evolucionaria.

“La vergüenza —agrega— es un mecanismo adaptativo que busca impedir, o al menos minimizar, que se conozca la información que nos desacredita frente a los demás y que puede llevarlos a no querer asociarse con nosotros”, señala.

¿Esa emoción está relacionada con la pérdida del honor?

Sí. Durante la mayor parte de la evolución humana no hubo policía que defendiera la ley, el orden y los recursos del individuo. Entonces, la capacidad de proteger los recursos estaba determinada por tener una reputación que indicara que se defenderían con fuerza, sin dejar que los otros pasaran por encima de uno.

¿Qué conductas están asociadas con la vergüenza?

Existen varias. Una es irse de la situación que la provocó. En otros casos hay una postura de sumisión, que es reconocer que uno se ha equivocado. Ciertas personas se muestran agresivas, aunque no se sabe bien la razón. Personalmente, creo que es el modo que algunos tienen para negociar por ser tratado mejor, quizás porque no tienen demasiados beneficios para compensar una falta. Otra reacción es culpar a un tercero por algo que uno hizo. En fin, hay varias estrategias para amortiguar la devaluación que sufrimos ante determinadas acciones.

¿Y el sonrojamiento?

En definitiva. De hecho, Charles Darwin estuvo interesado en el tema, el cual es interesante porque puede surgir debido a transgresiones leves —como tropezarse o que se nos caiga la sopa—, y también cuando uno es felicitado por un logro. En este último caso, es una señal que indica a los demás que se está contento y orgulloso, pero sin arrogancia.

Para quienes se sonrojan de forma excesiva, hoy pueden operarse para “corregir” la irrigación de los vasos sanguíneos del rostro. Con ello, la gente se siente mejor de forma emocional.

¿La vergüenza es un mecanismo de defensa?

Se trata de una serie de estrategias preventivas que pueden activarse antes de que algo malo ocurra. Por ejemplo, hay personas que se encuentran en una reunión y no dicen nada por vergüenza, pues piensan que los demás los tomarán por tontos. Tienen esa sensación a la que se refería Groucho Marx cuando dijo: “Más vale que los demás crean que eres tonto, que abrir la boca y confirmarlo”.

¿Sentir vergüenza es bueno o malo?

Ciertos psicólogos dicen que es malo, porque la relacionan con la agresión. Pero aquí hay algo interesante: el público percibe más benevolencia ante una persona que “mete la pata” y se sonroja o apacigua, que aquel que reacciona con un “sí, lo hice, ¿y qué?”.

¿Existen razones que causen vergüenza universalmente?

Sí, pero también es cierto que hay culturas que la experimentan más que otras. Un caso que destaca es el de los japoneses, pues ellos sienten más vergüenza frente a sus amigos en comparación a los anglosajones. Eso ocurre en sociedades donde la gente considera que hay más dificultad para establecer nuevas relaciones.

¿Qué pasa con los que llamamos sinvergüenzas?

Lo que pasa es que esa emoción varía en cada persona. Aunque no se ha comprobado, hay evidencia que sugiere que los hombres más fuertes o de más alto estatus sienten menos vergüenza, pues tienen más elementos para negociar —recursos o contactos, por ejemplo—. Eso hace que haya más espacio para “salirse con la suya”. Por eso, a veces surgen dictadores, pues tienen más capacidad de amenazar y decir: “No me devalúes”.

Entonces, ¿carecer de vergüenza puede conducir a una persona a generar miedo a través de la violencia?

Es un misterio. En el mundo actual no se anda tanto a golpes para negociar. Lo cierto es que, ancestralmente, la fuerza del hombre estaba relacionada con su capacidad de triunfar en un conflicto interpersonal.

¿Es cierto que hay gente que le gusta hacer sentir mal a los demás?

Sí. Aquí entramos en el tema de la vergüenza ajena. Hay una que es genuina, por ejemplo la que se siente por alguien muy cercano, como un amigo o un familiar. La otra es de las personas que sienten placer por la desgracia del otro. Desde el punto de vista ético, es indeseable.

¿Cree que esos que se alegran con el sufrimiento del otro lo hacen para ocultar sus propias debilidades?

Puede ser, ya que el que se regocija en eso, por lo regular, es el que se siente con menos estatus. Tiene lógica, pues el que tiene más recursos y ve que el otro falla, no le cambia demasiado la actitud.

¿La envidia entra en este juego de emociones?

Claro. La redistribución económica se relaciona con la envidia hacia el rico, la compasión hacia el pobre y el beneficio propio esperado.

Ludwig Von Misses, por ejemplo, conjeturó que la gente que apoya la redistribución es envidiosa. El pensamiento es: “Los ricos tienen mucho y no me gusta ver que estén mejor que yo, así que quiero castigarlos”. Esto lo comprobamos en un estudio que efectuamos en Estados Unidos, Inglaterra, India e Israel.

Sus estudios se refieren bastante a la relación entre la fuerza física de un hombre y la cantidad de recursos que tiene, pero, ¿qué pasa con las mujeres? ¿Cómo negocian ellas?

Eso también ha sido objeto de estudio. Se ha visto que las mujeres más atractivas se unen a hombres más fornidos. Es una relación de “yo te doy sexo y tú me das protección”. Las mujeres bonitas, además, sienten que tienen derecho a recibir mejor trato y por eso tienen un umbral más corto para llegar al enojo. Aclaro, eso sugieren los datos recopilados; no está comprobado.

¿Es cierto que cuando uno se va de vacaciones al extranjero, se desinhibe?

Totalmente. Un psicólogo social de apellido Yamabishi define muy bien este fenómeno. Dice: “Afuera de casa no hay vergüenza”. Lo que pasa es que esa emoción está en función del círculo en el que uno se mueve habitualmente. Al estar en otro lugar, los daños que uno puede causar no afectan tanto la reputación a que si lo hubiera cometido frente a un conocido.

“Hay personas que durante una reunión no dicen nada, por vergüenza, pues piensan que los demás los tomarán por tontos”.

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