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Ancelotti un ganador de cuatro Champions en el Real Madrid

Carlo Ancelotti  tenía un sueño,  parafraseando a  Martin Luther  King, y era el  Real Madrid. Lo tenía cuando  vestía la camiseta del AC Milán y su equipo pasó por en cima de La Quinta del Buitre  en aquel famoso 5-0 en San  Siro y lo mantenía durante su  carrera como entrenador.

Carlo Ancelotti

Carlo Ancelotti

Lo acarició con las yemas  de los dedos en el 2006, cuando firmó un precontrato con  los blancos, pero el club mi lanista no lo dejó irse, y lo ha  agarrado con fuerza este verano. Liquidó el año de con trato que tenía con el PSG  —pagó 7 millones  a medias  con el Madrid— y se embarcó  en julio en el reto de ser el  primer técnico blanco tras el  Mourinhato. También de bus car la esperada décima. En su  caso, la quinta, porque ha le vantado dos copas de Europa  como futbolista y dos como  técnico.
Infancia modesta
Ancelotti no nació en la  abundancia. El entrenador  madridista sabe lo que es el  trabajo de sol a sol para tener  un plato de comida en su me sa. Su padre, Giusseppe  Pep pino —falleció el 30 de sep tiembre del 2010, a los 87  años—, era aparcero y cul tivaba maíz, trigo, remolacha  y un viñedo con su tractor Fiat  y una segadora. Diez vacas y  gallinas completaban las po sesiones de las ocho hectá reas que mantenía la familia  Ancelotti en Reggiolo.
“El mejor día del año era  cuando sacrificábamos al cerdo. Y el de la semana, el do mingo, cuando nos reuníamos  toda la familia alrededor de  una olla humeante de torte llini, mis padres, mi hermana  Ángela, mis abuelos Carlo Er minio —de él heredó el nom bre— y María”, recuerda.  
Reggiolo es un pueblo pe queño de nueve  mil  habitan tes hoy,  en el que el pequeño  Carletto —nacido el 10 de ju nio de 1959— era conocido en  su calle, la vía Vallicella  —ahora vía Malagoli— por su  velocidad con la bicicleta.  Llegó a ganar una carrera de  índole nacional con una bi cicleta de carreras prestada,  pero su experiencia sobre dos  ruedas acabó abruptamente  cuando se rompió un brazo a  los 12 años al estrellarse con tra el vehículo de un ven dedor ambulante.
En el colegio, además de  jugar al futbol, quiso estudiar  para agrónomo, pero acabó  metido en la electrónica por  influencia de sus amigos. Un  adolescente flaco con habi lidades futbolísticas desde los  13 años en el Reggiolo empezó  con el nueve en la espalda, y al  que rechazaron dos de los  mejores clubes de la zona, la  Reggiana y el Módena.
“Echaba una mano en el  campo y estudiaba, pero no  paraba de ir dando balonazos.  Le dejé hacerlo”, relataba pa pá Peppino hace años en la  BBC.
Al final, su talento se im puso y fue captado por el  radar del Parma, a 40 kiló metros de su tierra. Lo fichó  Bruno Pedraneschi y lo en trenó en juveniles el exin ternacional azurro Bruno Mo ra. Allí aprendió a golpear  fuerte a la pelota —recon vertido a mediapunta— y de butó como profesional a los  17  años. El Parma era un club  antiguo, pero militaba en Se rie C. Con Cesare Maldini de  entrenador y Ancelotti de ju gador ascendió de categoría  marcando un doblete en el  desempate por el ascenso  —3-1— con la Triestina.
No podía durar mucho allí  y en 1979 fue traspasado del  Parma al Roma por 1.2 bi llones de liras —¤900 mil— a  petición del técnico sueco  Nils Liedholm, Il Barone —el  Barón—. Ganaba ¤7 mil 500  al  año en el Parma y pidió ¤75  mil a Dino Viola, presidente  romanista, conocido por su  tacañería. Lo tuvieron tres se manas en tensión y al final  tuvo que aceptar ¤22 mil. El  Roma había sacado tajada de  los titubeos del Inter —club  del que Carletto era fan desde  niño por Sandro Mazzola—,  que lo tuvo a prueba en un  amistoso contra el Hertha de  Berlín, pero no lo ficharon.
Llegó a Roma con apenas  19 años y cara inocente. Lo  apodaron Il Bimbo —el Ni ño—. El técnico reconoce que  aún hoy los conocidos taxis tas romanos lo siguen llaman do igual. Una afición agra decida. “Roma es una ciudad  de locura y la capital de mi  corazón. Gané el título en  1983, el primero para el club  en 40  años. Recuerdo que íba mos a comer a Da Pierluigi, en  Piazza de Ricci. Si voy ma ñana, podría dejarme la car tera en casa. No me dejarían  pagar. Un Scudetto es para  siempre”, recuerda en su au tobiografía Preferisco la Cop pa: Vita, Partite e Miracoli di  un normale fuoriclasse. Lo ga nó al lado de Falcao, Pruzzo y  Conti, un equipo sagrado para  la afición giallorossa. Ance lotti era joven y eran otros  tiempos.
“Ganamos el título en Gé nova, a la vuelta me puse una  gorra, una bufanda y unas ga fas de sol para pasar desa percibido, agarré mi scooter y  me fui a disfrutar durante ho ras por la ciudad. Algún día  entrenaré ese club. Tengo una  deuda de gratitud”. Su mejor  amigo en la cittá eterna es  Bruno Conti. Compartieron  habitación durante ocho años.  “Es como mi hermano, o mu cho más. ¡Anda que no nos  hemos fumado cigarrillos a  escondidas en las concentra ciones!”, aseguró Carletto  cuando sus caminos se cru zaron en las bancas.
Ancelotti era el Niño, pero  se hizo un hombre en Roma y  aprendió a sufrir con las le siones. Dos veces se destrozó  la rodilla. La primera, el 25 de  octubre de 1981 contra la Fio rentina. “Hice un extraño giro  al recibir con el pecho un  balón. Me torcí la rodilla y mis  compañeros fueron por mi  marcador, Casagrande, al gri to de “¡Cabrón!”. La repeti ción de la RAI demostró que  ni me había tocado”. La re cuperación fue una tortura.  “Mantenía el menisco, así que  decidimos recuperarme sin  cirugía. Un mes parado y volví  a entrenarme. Y sonó un clock  dentro de mi rodilla. Fui al  quirófano y la recuperación  fue un infierno. Hoy, un fut bolista estaría dos meses de  baja y empezaría a correr. Por  entonces, a los dos meses yo  aún maldecía como un ma rinero con solo intentar mo ver la pierna”. En total, cinco  meses de dolor. No volvió a un  terreno de juego hasta oc tubre de 1982. Un año después  sufrió la misma lesión, pero  en la pierna  izquierda. Se es peculó con que sería el fin de  su carrera, pero volvió más  fuerte y acabó siendo capitán  romanista con Sven-Goran  Eriksson, en 1986.
 Al Milán de Berlusconi
Jugador asentado en el cal cio a los 27 años, con el Scu detto y cuatro copas de Italia  en su haber, la directiva del  club romano ya lo daba por  amortizado e inició una re volución en la plantilla. El  único activo valioso era An celotti y fue vendido para po der pagar a una estrella ru tilante de entonces, el alemán  Rudi Völler. Y allí apareció el  Milán de Berlusconi, que lle vaba ocho años sin ganar el  título. Hasta que recurrió a  Sacchi, que resultó ser un de voto de Ancelotti. Y de una  forma extraña, aquel revolu cionario de la pizarra dio con  un Milán invencible gracias a  las rodillas destrozadas de  Carletto. “Sacchi quería jugar  un 4-3-3 conmigo en banda  derecha. Pero cuando doblaba  a Gullit, nunca llegaba a sus  pases. Arrigo se enfadaba y yo  le respondía: ‘El de las rastas  corre tres veces más que yo,  no llegaría ni en mi moto’.  Sacchi se rindió y dijo: ‘Pro bemos un 4-4-2 con Carletto  de mediocentro’. Aquello fue  el inicio”, explica Ancelotti en  su autobiografía.
Era un Milán que hizo des pertar al continente al futbol  moderno. Con Maldini, Ba resi, Costacurta, Tassotti, Do nadoni, Gullit, Rijkaard, Van  Basten… y Ancelotti, con el 11,  en el centro, siendo la correa  transmisora de Sacchi. Su pri mera Copa de Europa la alzó  tras un 4-0 al Steaua de Bu carest en el Camp Nou. De  camino ganaron 5-0 al Ma drid, en una de las noches más  humillantes para el madridis mo. Y fue pronosticado por  Berlusconi. “Vamos a ganar  por goleada”, dijo en el ves tuario rossonero antes del  duelo. Ancelotti puso el pri mer clavo al ataúd blanco, en  el minuto 18. Recortó primero  a Schuster, luego a Martín  Vázquez y con un tremendo  zapatazo desde 25 metros sor prendió a  Buyo.
Al año siguiente, la víctima  fue el Benfica, en Viena (1-0).  También fue titular, aunque  guarda más recuerdo de las  semifinales. Apeó al Bayern  con un 1-2 en el Olímpico  muniqués. La fotografía de  ese marcador decora una de  las paredes de su casa.

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