Revista D

Todos para uno, uno para todos 

<div> Tener amigos es fundamental para la salud física y mental.</div>

Foto Ricardo Arroyo / @SnacksRiich

Foto Ricardo Arroyo / @SnacksRiich

Pocos son los amigos que se tienen en la vida. No con cualquiera se puede permanecer en silencio sin que exista incomodidad, ni a muchos se les puede decir lo que se venga a la mente sin temor a hacer el ridículo. 

Justo así lo exponían los escritores y filósofos Ralph Waldo Emerson y Erasmo de Róterdam. El primero decía que “un amigo es una persona con la que se puede pensar en voz alta”, mientras que el holandés expresaba que “la verdadera amistad llega cuando el silencio entre dos parece ameno”.

Francis Bacon, además, exponía los beneficios de tener cercanía con otros: “La amistad duplica las alegrías y divide las angustias por la mitad”.

Pero, para entender este sentimiento de cercanía o afinidad con personas específicas, hay que ir más allá de las citas filosóficas. Por supuesto, la ciencia ha estudiado la empatía o inteligencia interpersonal, una capacidad humana decisiva en las relaciones sociales, la cual permite compartir estados emocionales entre sí y que evalúa el contexto de una situación.

En la cotidianidad hay una gran cantidad de ejemplos. Uno de los clásicos sucede en las guarderías, cuando un bebé empieza a llorar, el efecto se extiende con rapidez a los demás. Lo mismo pasa con una sonrisa o un bostezo, los cuales se contagian por efecto empático.

De igual forma entra en juego la simpatía, que es la inclinación afectiva que existe con los demás. Por lo general es mutua y nace de forma espontánea, aunque, claro, hay muchas situaciones en las que surge con el paso del tiempo.

Una amistad se concreta por efecto de estos dos fenómenos: empatía y simpatía.
https://www.youtube.com/watch?v=vnVuqfXohxc

Fuerte lazo

Numerosos filósofos se han referido a los amigos. En este apartado destacan las ideas griegas. Para ellos, a esta figura no se le dice “tú no morirás nunca”; en cambio, se le trata con tal sinceridad que se le debería expresar “morirás, lo mismo que yo, y entre tanto recorramos juntos un trecho el camino de la vida”.

Aristóteles, en su Ética a Nicómano, escribió que “dos decididos compañeros, cuando marchan juntos, son capaces de pensar y hacer muchas cosas”.

De hecho, el pensamiento aristotélico indica que una persona, entre más poder tenga, más necesitará a verdaderos amigos a su lado. “¿De qué sirve la prosperidad, si no puede unirse a ella la beneficencia que se ejerce sobre todo y del modo más laudable con las personas que se aman?”, se preguntaba. “Además, ¿cómo administrar y conservar tantos bienes sin amigos que nos auxilien?”, continuaba.

El párrafo que abre el libro octavo, capítulo primero de esa obra, es demoledor: “Todo el mundo conviene en que los amigos son el único asilo donde podemos refugiarnos en la miseria y en los reveses de todos los géneros”.

De acuerdo con las reflexiones de este filósofo, una amistad se compone de tres aspectos principales: la bondad, la igualdad —ética, psicológica y social— y la comunidad. Esta última se refiere a las similitudes que hay en sus actividades diarias.

Otros grandes exponentes del pensamiento helénico también se refirieron a la amistad en diversas ocasiones. “Preferiría un amigo a todos los tesoros de Darío”, decía Platón.

Voltaire, ya en el siglo XVIII, también define la amistad bastante en la línea de Aristóteles, Panencio y Cicerón. Decía que este es como “un matrimonio anímico entre dos hombres virtuosos”.

En ese mismo siglo, el filósofo Immanuel Kant refería que, “considerada en su perfección, la amistad es la unión de dos personas a través del amor recíproco y del respeto”, tal como se lee en su libro Metafísica de las costumbres.

En el siglo XX, el líder espiritual indio Osho profundizó en la temática. Alguien le dijo: “Conozco a muchas personas, pero, ¿quién es mi verdadero amigo?”

Osho le contestó: “Tú preguntas desde el extremo erróneo. Lo correcto es cuestionarse: “Soy yo el verdadero amigo de alguien?”

El pensador hindú aprovechó para criticar un viejo proverbio, el cual reza que “un amigo a quien se necesita es verdaderamente un amigo”. Osho exclamo: “¡Eso es egoísmo! Eso no es amistad, no es amor. Eso quiere decir que tú quieres usar a los demás como un medio (…) No es cuestión de usar al otro, ni siquiera de necesitarlo; es cuestión de compartir. Te sentirás en deuda con quien esté dispuesto a compartir contigo tu alegría, tu danza, tu canción; le estarás agradecido. No es que él te deba, no es que tenga que sentirse agradecido contigo por haberle dado tanto”.

Si acaso alguien aún se preguntaba si un amigo es quien está en las malas, como suele decirse, Osho también advirtió: “No se trata de que cuando tú estás en peligro el amigo tenga que venir en tu ayuda. Eso es irrelevante; puede que venga o no, pero si no viene no hay que quejarse. Tú no tienes que manipular a nadie ni hacerlo sentir culpable. Tampoco hay que guardarle rencor. Menos decirle: ‘Cuando yo te necesitaba tú no apareciste’. ¿Qué clase de amigo serías?”

Los coleccionistas

Hoy, el internet invade la vida de muchos. Esto se refleja en las redes sociales. Facebook es un perfecto ejemplo. Ahí, cientos de personas dan la impresión de ser las personas más amigueras del mundo. Sus amistades van de los 500 para arriba. Algunos llegan a los mil, dos mil, tres mil… ¡Cinco mil! ¡Como si los conocieran a todos!

El antropólogo inglés Robin Dunbar, autor del libro ¿Cuántos amigos se necesitan? (How Many Friends Does One Person Need?) afirma que el cerebro humano está capacitado para administrar emocionalmente a 150 amistades. No más.

Dunbar, asimismo, delimita la definición de amigo como aquella persona con quien se tiene una relación de confianza, reciprocidad y obligación. No toma en cuenta a quienes se conoce de vista ni a quienes se acude en caso de apuro. “El ser humano es capaz de recordar múltiples nombres y rostros, pero eso no significa que con ellos existan historias de vida importantes”, escribe el investigador.

De hecho, 150 amistades sería de gran exigencia “El círculo de la verdadera amistad podría rondar las cinco personas. Con los demás hay una intimidad más alejada”, refiere la psicóloga Regina Fernández.

Tales cuestiones, por supuesto, chocan con quienes coleccionan amigos por internet. Fernández dice que “esa acumulación de supuestas amistades es simple exhibicionismo”. En otras palabras, es una demostración del ego.

Dunbar, sin embargo, acepta que las redes sociales han contribuido a contactar a amigos de la infancia u otros a quienes se les ha perdido la pista. “Son amistades que se produjeron en un periodo emocional clave; cuando estas se recuperan, demuestran que hay algo profundamente perdurable en esas relaciones”, se lee en su obra.

Expertos en redes sociales proponen que en Facebook deberían aceptarse únicamente solicitudes de familiares y amigos, mientras que las relaciones profesionales deberían tenerse en redes como LinkedIn. Esto es ventajoso también para resguardar la privacidad.

Beneficios

Según  investigadores de la Universidad Brigham Young en  EE. UU., la ausencia de amigos es igual de mala que el tabaquismo o el alcoholismo.
 
Estudios  afirman que no tener amistades es peor para la salud que el sedentarismo.
 
Las amistades  —las relaciones afectivas en general— activan el sistema inmunológico y reducen el riesgo de sufrir hipertensión.
Tener  amigos  también disminuye la hormona del estrés. Esto incide fundamentalmente en las mujeres, ya que esta hormona suele hacer que sientan necesidad de hablar sobre sus preocupaciones; a la vez, las calma.
 
Científicos  australianos estudiaron durante una década a mil 500 personas y llegaron a la conclusión de que quienes tienen un amplio círculo de amistades reducen en un 22 por ciento el riesgo de morir. “Estar conectados con otros es esencial para vivir más años”, concluyeron.

Amigos de fantasía

Se cree que más de la mitad de los niños entre dos y siete años tiene amigos imaginarios. “Es algo normal, así que los padres no deben alarmarse ni pensar que sus hijos tienen algún trastorno mental”, afirma la psicóloga Regina Fernández. “Al contrario, que los tengan es señal de creatividad; además, esa situación les ayudará a socializar, adaptarse a nuevas situaciones, resolver conflictos, ensayar emociones y a desarrollar fluidez verbal”, agrega.

Explica, asimismo, que estos personajes de fantasía suelen aparecer en sus mentes debido a la soledad, problemas en el hogar o simplemente para expresar sus sentimientos y necesidades a través de ellos.
 
Ante estas situaciones, la experta recomienda que los padres se relacionen con los amigos imaginarios de sus hijos como si fueran reales, y no reprocharlos ni coartarles su imaginación. “Solo debe ser motivo de alarma si aparecen después de los siete años, o bien, si el amigo se vuelve amenazador o temerario —por lo general, son agradables— o si convierte sus fantasías en su única realidad, evitando así relacionarse con otros niños o dejar de participar en actividades educativas o familiares”, refiere Fernández. “En esos casos, debe buscarse la ayuda de un profesional”.

Amistad animal 

La empatía no es exclusiva de los seres humanos, pues se ha detectado entre los primates, que saben muy bien qué es “ponerse en el lugar del otro”. 
https://www.youtube.com/watch?v=shOLnv7vXyE

Los elefantes en manada también son un ejemplo, pues caminan más despacio cuando ven que alguno de ellos tiene problemas, quizás por enfermedad o lesión. Asimismo, se ayudan cuando alguno desfallece por cansancio o está moribundo.
 
Los delfines y las ballenas son otros animales que muestran signos de solidaridad.

Pérdida de la empatía

 Esto lo refleja bastante bien el caso de Phineas Gage (1823-1861), un obrero ferroviario de Cavendish, Vermont, Estados Unidos. En 1848 tuvo un grave accidente en el que una barra de metal le atravesó el cerebro, afectándole los lóbulos frontales. Sobrevivió, pero su personalidad pasó de ser amable a maltratar, tanto a conocidos como a familiares. Era como si hubiera perdido la conexión con los demás.

¿Qué pasó? Gage sufrió daños en redes neuronales implicadas en las relaciones sociales, lo cual hizo que quedara sin la facultad de reconocer las consecuencias de sus actos y sin empatía.

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