BBC NEWS MUNDO

Cómo es crecer con un padre o madre alcohólicos

Uno de cada cinco niños en Reino Unido se ve afectado negativamente por el alcoholismo de sus padres y los efectos pueden llegar hasta la edad adulta.

Cuatro mujeres -Karen, Liz, Hilary y Lynne- hablaron con la BBC sobre cómo es crecer con un padre alcohólico.

“Algunos hablan de los libros que ha leído, o de las películas que han visto, pero nosotras hablamos de cuán borrachos estaban nuestros padres”, dice Karen.

Karen y su amiga Liz se encontraron en el trabajo cuando tenían veintitantos y se hicieron íntimas rápidamente cuando se dieron cuenta de que tenían una historia común.

“No es lo mismo hablar con alguien que no sabe de qué va la cosa”, dice Liz.

El humor negro ayuda a lidiar con los horribles recuerdos. Como cuando la madre de Liz vendió sus juguetes para tener dinero para comprar alcohol.

O cuando el padre alcohólico de Karen se fue al pub en vez de recogerla a la salida de sus actividades extraescolares.

Ambas se acuerdan de cómo temían el momento de volver a casa del colegio.

“Es tan descorazonador”, dice Karen. “Piensas: 'bueno, he tenido un buen respiro en la escuela, pero ahora empieza de nuevo. Voy a ser muy educada y muy amable, asegurarme de que no digo nada fuera de lugar o te doy alguna razón para que me insultes”.

Solo fue al cumplir ocho o nueve años cuando Liz se dio cuenta de que sus amigos no tenían sus mismas preocupaciones y que sus vidas eran muy distintas.

“Pensé: 'Guau, ¿a ti te cocinan la cena? Yo ni siquiera ceno”.

“Ahí es cuando te das cuenta de que es horrendo y te sientes muy sola”.

Una vez su madre gastó todo el dinero que recibía del Estado en alcohol, y todo lo que pudo comprar fue un saco de patatas.

“¡Fin de semana de papas!”, se ríe Liz. “Solo teníamos papas para todo el fin de semana. Así que tomamos puré de papas, pastel de papa, papas fritas en papel de periódico: ella tenía muchos recursos”.

La comida, o la falta de ella, es un tema frecuente.

Hilary, de 55 años, creció en una familia de clase media alta en Sunderland. Su padre era un respetado cirujano. La familia mantenía las apariencias, pero su madre bebía.

“Recuerdo estar en el colegio y una niña de mi clase abrió su comida y dijo: 'Oh, mi sandwich no tiene mantequilla hasta los bordes. Era como otro planeta comparado con mi vida”, dice.

Nadie le hacía bocadillos a Hilary. De hecho, ella tenía que cuidar de su hermano pequeño, meterlo en la cama, prepararlo para ir al colegio, asegurarse de que tenía qué comer.

Su madre empezó a beber una copa de vino “mientras cocinaba”, pero pronto pasó a beber una botella de vodka al día.

“Escondía botellas, estaban por todos lados: en sus cajas de zapatos, detrás de las cortinas, y si encendías el horno tenías que comprobar que no había una botella escondida”.

Ver a su madre, elegante y culta, ir evaporándose fue muy doloroso.

“No podías hablar con ella porque estaba borracha”, dice Hilary. “Era como si no estuviera: pasó de estar muy presente a convertirse en un fantasma”.

Ir a la universidad

La madre de Liz había sido modelo, pero al empezar a beber nunca sabía dónde debía colocarse el maquillaje.

La propia vida de Liz empezó a írsele de las manos, como resultado del abandono.

A los 15 años, Liz estaba tenía una relación abusiva, y la pusieron con una familia de acogida. Sobrevivió gracias a sus amigos, dice.

“He sido buena eligiendo buenos amigos que me ayudaron, amigos que no se drogaban ni bebían”.

Luego, cuando vio que sus amigos iban a la universidad, ella decidió que haría lo mismo: la única niña en los servicios sociales de Surrey, Inglaterra, que lo consiguió: “Sin duda me merezco un premio por ello”, asegura.

Ahora, con 37 años y una familia, visita a su madre varias veces al año pero no quiere ir más allá: esta es una de las razones por las que ha ido posponiendo su boda con su pareja de mucho tiempo.

“No quiero que ella venga a mi boda”, explica. “Pero no me gusta imaginármela sentada sola en casa”.

La madre de Lynne murió hace 13 años de complicaciones causadas por el alcoholismo. Ella revuelve ahora algunas cosas de su madre que están dentro de una caja y que ella juntó tras hacer terapia para superar el luto.

“Lo más difícil es que todo el mundo en la iglesia se levantó y habló de los increíble que era”, dice, recordando la complicada relación que mantenía con su madre.

“Todos mis recuerdos de infancia están marcados por el de mi madre bebiendo”.

“No puedo recordar ni un día en el que no me enviara a mi y a mi hermana con una nota a la tienda: 'Por favor, venda a mis hijos dos botellas de Olde English [licor de malta] y cuatro latas de Special Brew [cerveza]. Y yo no era la única niña en el bloque de edificios de vivienda pública que hacía eso”.

Su madre podía ponerse problemática cuando bebía, incluso violenta.

“Era muy confuso y triste. Algunas veces me encerraba dentro de mi habitación. Incluso ahora, al contarlo, me vuelve esa sensación en el estómago de que quiero salir de la casa”.

Hoy, su piso es acogedor. Lo opuesto, dice ella, a la casa en la que creció. Y esto es importante.

“Solía sentir que no me merecía nada que fuera saludable y bueno”, explica. Pero ya no le pasa.

Tras mudarse a vivir a Londres, construyó la vida que quería. Se siente querida por su marido y sus amigos. “Simplemente disfruto de eso”, dice.

Saca algo más de la caja: una etiqueta del hospital en que nació en la que dice cuánto pesaba.

“Me sorprendió que todavía lo guardara”, explica, emocionada.

“Haber tomado conscientemente la decisión de no tener hijos es la consecuencia de todo eso”.

“Me daba tanto miedo no ser capaz de cuidar de otra persona, repetir sus errores. ¿Está en los genes, puede salir esto dentro de mí? Es algo que siempre he pensado”.

Necesidad de orden

Hilary sí tiene un hijo, adolescente, y aprovecha la oportunidad de ser la madre atenta que ella no tuvo.

También se ha asegurado de que, al contrario que su propia madre, una ex enfermera que pasó su vida en casa, ella siempre está ocupada.

“Aprendí la lección de mi madre”, dice.

“Hago mucho deporte, y trabajo. Necesito una estructura”.

“Creo que mi madre estaba sola y triste. Esto me afecta. Creo que hubiera podido recibir ayuda”.

Ella recuerda llegar a casa de una fiesta de Navidad cuando era adolescente y encontrarse a su madre al pie de las escaleras con un cuchillo, amenazando con matarse. Se había bebido el vino oporto de Navidad y lo había reemplazado con refresco, lo cual le creó un conflicto con su marido.

Hilary llevó a su madre al hospital, donde se quedó ingresada en la unidad de dependencia alcohólica. Al día siguiente en la comida de Navidad nadie en la familia reconoció lo que había pasado.

“Era una gran mentira. Nunca hablábamos de nada en la familia”.

Hoy, todavía odia a los mentirosos.

“Y detesto a la gente que se presenta como algo que no es, porque así fue como yo crecí”.

“El hecho de que no podía hablar sobre cómo era probablemente contribuyó a mi espantosa depresión”, dice Hilary.

Vergüenza y secretos son palabras que salen frecuentemente a hablar con estas mujeres.

Todas hubieran deseado tener a alguien con quien hablar sobre el alcoholismo de sus padres cuando estaban creciendo.

Liz y Karen, que se reconfortan compartiendo sus historias, no tuvieron nadie a quien recurrir cuando eran niñas, y no sabían dónde encontrar una salida.

“Cuando tienes ocho o nueve años no puedes ir a ningún sitio”, dice Liz, que fue víctima de acoso escolar por el alcoholismo de su madre. “No es tu culpa si tu padre es alcohólico”.

Karen asiente. “¿Cuántos niños pasan por esto? Mantener esta presión, estrés y ansiedad dentro de ellos mismos porque no tienen nadie con quien hablar en la escuela. Es triste y horrible y hay niños que están pasando por esto ahora”, dice.

Lynne siente que las autoridades la han decepcionado.

“Me parece increíble que mi madre fuera internada y nadie se preguntara qué pasaba con esa joven adolescente?

“De hecho, esto es lo que más me enfada. Todo el sistema de apoyo en la sociedad, la escuela, el médico, los servicios sociales, ¿dónde estaban?”.

Un tío salvador

Para Hilary hubo cierta ayuda por parte de su tío David, hermano de su madre.

“Ningún otro adulto me había ayudado, nadie intervino”.

Ella describe cómo los metía en un coche a ella y sus hermanos y los llevaba a dar vueltas hasta que se relajaban y le contaban historias sobre cómo se emborrachaba su madre.

Él convenció a la madre de Hilary de que dejara de beber durante tres meses para que ella pudiera concentrarse en sus exámenes de bachillerato.

“Él nos hizo sentirnos seguros. De pronto el sol brilló en mi vida”.

Su madre solo se mantuvo sobria durante esos tres meses, pero Hilary pudo aprobar sus exámenes y luego escapar de los estreses de casa para ir a la universidad.

Nunca se ha olvidado de la bondad de su tío y lo visita todas las semanas.

El padre de Karen dejó de beber hace 13 años, pero ella todavía tiene una pesadilla que se repite. “Todavía tengo ese pánico de: aquí vamos de nuevo”.

¿Habla con sus padres de lo que pasó? “Nunca”.

“Ahora que soy madre, pensar en comportarme así con mi hijo me resulta increíble”, añade.

“El estrés que nos produce solo qué darles de comer”.

Liz está de acuerdo. “Sí, cinco veces al día”.

“¡Y tú sobreviviste con un saco de patatas todo un fin de semana!”, bromea Karen.

Y ambas se ríen de nuevo.

ESCRITO POR:

ARCHIVADO EN: