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Harry Potter, el pacto de un padre y un fenómeno literario que cumple 20 años e inspiró a millones de niños y adultos en todo el mundo

El 16 de mayo de 2015 hice un pacto. Era un pacto mágico, de esos en los que te juegas el alma. Era un pacto que se basaba en un libro. El libro era "Harry Potter y la piedra filosofal". Ese libro cumple hoy 20 años.

Joanne Kathleen Rowling junto a varios de sus seguidores. (AFP/GETTY IMAGES)

Joanne Kathleen Rowling junto a varios de sus seguidores. (AFP/GETTY IMAGES)

El 26 de junio de 1997, 18 años antes de mi pacto, una pequeña editorial independiente británica llamada Bloomsbury publicó un libro que otras editoriales se habían negado a publicar, de una autora que nadie conocía: Joanne Kathleen Rowling.

Esta inglesa de 42 años, separada y con una hija, vio cómo ese día salían de imprenta 500 copias tapa dura de su otro niño, Harry Potter, un huérfano de 11 años que había imaginado por primera vez en los tiempos en que trabajaba en Amnistía Internacional.

Al personaje, en el libro, la vida estaba a punto de darle un vuelco:

(PA)

En las primeras páginas Harry se entera de que la magia era real, que él era un mago, que sus padres habían sido magos, que su padre y su madre fueron asesinados por el mago más malvado que había conocido el mundo de la magia -que no se animaba ni siquiera a nombrarlo- y que lo esperaban en el Colegio Hogwarts para jóvenes magos para comenzar su instrucción.

La vida de la autora, como la de su personaje, también estaba por sufrir un cambio trascendental. La piedra filosofal convertiría el hierro en oro.

Como por arte de magia, esta mujer que escribía en cafés para no tener que pagar la cuenta de la calefacción en su casa de Edimburgo se convertiría en 2003 -según la lista de millonarios del Sunday Times- en una mujer más rica que la misma reina Isabel II de Inglaterra.

Harry hechiza al mundo

Hace dos años mi pacto fue firmado con dos muggles muy mefistofélicos: mis hijos, quienes se habían enterado de la existencia de Harry Potter en un tráiler cinematográfico y querían ver la película. Yo, en cambio, abogaba por el libro.


Curiosamente yo también supe del mundo mágico de Potter y sus amigos gracias al séptimo arte.

En 2001 vivía en Londres cuando Warner Bros estrenó la película de Harry y la piedra filosofal con tres jovencísimos Daniel Radcliffe, Rupert Grint y Emma Watson. La historia en la pantalla grande no me convenció pero en lugar de descartarla decidí leer los libros.

“La piedra filosofal” y “La cámara de los secretos” no me parecieron nada fuera de lo común pero “El prisionero de Azkabán” y “El cáliz de fuego” me atraparon por completo, aunque me daba vergüenza comentar en voz alta que me gustaba un libro escrito para niños.

Daniel Radcliffe (abajo), Rupert Grint y Emma Watson saltaron a la fama con la película. (PA)

Unos años después... (GETTY IMAGES/AFP)

Por esos años, Bloomsbury, consciente de que había más adultos avergonzados como yo, publicó ediciones de los libros con portadas menos infantiles para que los grandes pudieran leer las aventuras de Harry en los autobuses colorados de dos pisos sin temor a ponerse del color de los autobuses.

Aunque muy pronto ya no serían necesarios estos trucos para cuidar las apariencias. Los siete libros de la saga y las ocho películas (el último libro llegó al cine en dos partes) se convirtieron en un fenómeno mundial del que muy pocos lograron escapar.

Según la Enciclopedia Británica, los filmes recaudaron más de US$7.000 millones en las salas de todo el planeta e inspiraron hasta un parque temático en Estados Unidos.

Los libros, por su parte, vendieron 450 millones de copias; como indica Bloomsbury, la población combinada del Reino Unido, Estados Unidos y Australia.

La historia llega a su fin

Aunque no estuve en Londres 20 años atrás cuando se publicó el primer libro de Harry Potter, si me encontraba en la capital británica hace 10 años cuando en el primer minuto del sábado 21 de julio de 2007 salió a la venta la última entrega de la saga: “Harry Potter y las reliquias de la muerte”.


Esto fue lo que escribí en el blog de BBC Mundo aquella madrugada:

“Más allá de la calidad literaria de JK Rowling, lo masivo del fenómeno, el negocio millonario, las películas de Hollywood, los debates sobre el incentivo a la lectura infantil, el regreso a la niñez de los adultos y el circo mediático, es imposible no asombrarse de lo que ha generado este adolescente con una cicatriz en la frente.

El libro fue un éxito absoluto no sólo en el mundo anglosajón. (PA)

Las librerías se convirtieron por algunas horas en el centro de atención de la ciudad. Tenían guardias en la puerta como las discotecas. Colas que daban vuelta las esquinas como en los conciertos de rock & roll. Niños disfrazados como si fuera Halloween. Y más cámaras de televisión que una conferencia de prensa en Medio Oriente.

Guste o no guste Harry Potter, es difícil no disfrutar tanta ansiedad y tamaña movilización urbana inspirada por un libro, por ese viejo y querido amasijo de páginas y tapas duras”.

Y eso que, en aquel julio de 2007, mi primer hijo con sus nueve meses de edad estaba muy lejos de leer y mucho más lejos aún de firmar pactos.

Hogwarts, el campo de batalla

El pacto con mis hijos en 2015 fue sencillo: ninguno vería la primera película de Harry Potter hasta que los tres hayamos terminado de leer el primer libro, y así sucesivamente con la segunda historia de la saga, la tercera, la cuarta, la quinta, la sexta y la séptima.

Un "muggle", un humano que no sabe nada de magia. (PA)

Yo, hijo de dos licenciados en Literatura y Letras, me jugaba el alma en ese acuerdo que intentaba privilegiar la palabra escrita sobre la imagen.

Era una lucha despareja. Ninguno de los dos niños se había enfrentado nunca a una historia tan extensa. Lo más largo que habían leído eran los cuentos del argentino Pablo Bernasconi y les fascinaban las imágenes de los textos ilustrados del australiano Shaun Tan.

Pero el cine, con su conjuro de efectos especiales, peleaba por aquel entonces por convertirse en el único narrador de historias de su infancia.

La lucha porque los hijos lean ha sido librada por los padres durante décadas con la ayuda de héroes fraternos como los hermanos Grimm y llaneros solitarios como Roal Dhal. El cine, la televisión y luego la internet hicieron de esta Ilíada una odisea pero -en el siglo XXI- Harry Potter llegó al rescate, varita en mano.


En el caso de mis hijos, el campo de batalla entre el texto y el video sería, como en los libros de Harry Potter, el Colegio Hogwarts.

Hoy vamos por el quinto libro, para mí, el peor de los siete, y el pacto se mantiene. Pero como ocurre cuando uno se juega el alma con los hijos, el éxito no está jamás garantizado ni las victorias son nunca absolutas.

Cuando faltaba poco para terminar “La piedra filosofal”, mi hijo mayor me dijo que quería terminar pronto el texto para ya ver la película y saber “cómo era Harry Potter en realidad” (aún uso esa frase de ejemplo cuando tengo que explicar en la universidad qué quiso decir Giovanni Sartori en Hommo Videns cuando habló de la pérdida de la capacidad de abstracción que provocó la televisión).

Pero la lucha continúa. Si el pacto se mantiene hasta el último libro de JK Rowling, pienso renovarlo con JRR Tolkien.

El Hobbit, allá vamos…

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