Vida

La buena siembra siempre florece

Los adolescentes y jóvenes que han absorbido en su niñez los valores mediante la enseñanza de los adultos se enfrentarán a pruebas para consolidar el aprendizaje en esta etapa de su vida, con vivencias, ejemplos y acciones que los dignifiquen.

Los jóvenes deben fortalecer los valores que aprenden.

Los jóvenes deben fortalecer los valores que aprenden.

Los valores inculcados en el ser humano empiezan en la niñez, en el núcleo familiar. Si por cuestiones ambientales o culturales no se los transmitieron, el joven aún puede aprenderlos, afirma la pedagoga y experta en coaching life Caroll Arévalo.

La psicóloga Mercedes María Rodríguez lamenta que haya una marcada desvalorización de la sociedad. “Si observamos detenidamente, en la juventud actual pequeños detalles como ayudar a un anciano a cruzar la calle o recoger la basura y colocarla en un recipiente, se han perdido”, dice.

Ser adolescente hoy supone estar expuesto a muchas posibilidades y oportunidades, pero también a muchas presiones y contradicciones, que se manifiestan en el creciente índice de estados emocionales de desesperanza, confusión, depresión y desánimo, explica la psicóloga clínica y terapeuta transpersonal Vivian Solís.

Práctica

Según Rodríguez, uno de los valores que deben poner en práctica adolescentes y jóvenes es la responsabilidad, ya sea, por ejemplo, al encargarse de preparar sus materiales de estudios como de cuidar sus cosas o cumplir con tareas asignadas en casa como colaborar en la limpieza y el orden.

Cuando en la niñez se enseña que cada acción tiene una consecuencia, ya sea positiva o negativa, el adolescente aprende a ser responsable toda su vida, refiere Arévalo.

La honestidad se practica al rechazar mentiras, por piadosas que sean, desde los primeros años de vida. No aceptar que los hijos traigan a casa objetos olvidados, prestados o encontrados por casualidad es otra forma de poner en práctica este valor.

La perseverancia es la fuerza que impide abandonar la lucha por los objetivos. Se recomienda que los jóvenes practiquen algún deporte, para que puedan aplicar este valor en otros ámbitos de su vida como los estudios y metas a corto, mediano y largo plazos, expone Rodríguez.

La compasión es la capacidad de sentir el dolor del prójimo. La forma como los jóvenes pueden ponerla en práctica es ayudando a un compañero que no entiende alguna materia o haciendo labor comunitaria, aconseja la experta.

Ser puntual en la actualidad se ha convertido en un defecto, más que en una virtud. Dependerá de los adultos corregir y encausar a los jóvenes por el camino de este valor, ya que estos pronto deberán trabajar y la puntualidad será su mejor carta de presentación.

La asertividad se practica al hablar en un tono adecuado, sin alzar la voz; comunicar sus sentimientos y emociones en forma clara y sin exaltarse. Ser asertivo es el antónimo de ser agresivo, explica Rodríguez.

La lealtad debe practicarse con la familia, pero sobre todo hacia sí mismo, a su forma de pensar, su comportamiento, su código moral, su sociedad e incluso su religión.

Enseñarles a los hijos a saber elegir, a no hacer lo que el grupo de amistades o compañeros de clase o él quieren y que es incorrecto, les ayudará a formar carácter y a no sentirse influidos por los demás. Los jóvenes deben comprender que la verdadera amistad jamás induce a vicios, actos delictivos ni nada perjudicial. Por la ausencia de los padres que trabajan, el aprendizaje recae en la televisión, revistas o internet, y muchas veces no es positivo.

Amar es un gran privilegio, y es indiferente para muchos en el ajetreo diario. Se puede practicar al dar un tiempo para escuchar a los padres, a los abuelos, a los amigos; al ayudar a alguien que lo necesite, al cuidar animales y al medioambiente, dice Arévalo.

Los jóvenes son seres humanos en transición y preparación para llegar a ser adultos integrados, competentes, responsables y felices. La suma de muchos factores derivará en este resultado y se asegurará de que el aspecto emocional sea decisivo para que puedan ser fieles a los valores espirituales que guían su vida, puntualiza Solís.

Lección de compromiso

Artista de tus actos

La creatividad de Juan Carlos engendraba las tonalidades, los trazos y la iluminación de aquel lienzo que le parecía perfecto y que creía que  sería su obra maestra. Él   recién había comenzado su educación universitaria en Arte.

Su padre, Bruno, tenía un pequeño negocio de ropa con el que, además de sobrevivir, cubría los gastos de la educación de su hijo. Juan Carlos era carismático, aplicado, y pasaba su tiempo libre con sus amigos, pero a veces  se dejaba llevar por sus artimañas y  se comprometía más de lo permitido.

Los amigos habían organizado un viaje  en el que no tenían cabida los pinceles ni óleos. Se habían prometido celebrar el fin del primer semestre, y en el festejo el invitado especial sería el desenfreno, sin faltar, por supuesto, las bebidas alcohólicas. A Juan Carlos le entusiasmó la idea y comenzó a planear cómo se lo diría a su padre, porque estaba seguro de que no lo aprobaría.

 Sus compañeros lo vieron inquieto y le dijeron: “No te preocupes, dile que iremos a pintar la naturaleza. Te apostamos que así  te dejará acompañarnos”. Juan Carlos, dubitativo, se negaba a mentirle  a Bruno, pero no quería dejar pasar la oportunidad de “vivir su juventud”.  Su padre autorizó la supuesta aventura artística de su hijo, quien sintió que había ganado una batalla, pero faltaba  la de conseguir dinero para la diversión, porque era insuficiente el que tenía.

El joven recordó  una joya exquisitamente bella y antigua que había pertenecido a su abuela: un camafeo del perfil de ella, labrado en ónice,  de principios del siglo XX. Como era un tesoro en el que su padre guardaba las más bellas remembranzas de su infancia y  juventud, lo tenía bien guardado. Juan Carlos lo tomó y lo empeñó. Más tarde se le ocurriría cómo recuperarlo.

Como el novato artista salía temprano de  clases, era el responsable de cerrar el almacén de su padre, para que este no regresara tan tarde a casa. Era viernes, el día acordado con sus amigos para salir de viaje, por lo que olvidó asegurar debidamente el negocio.

Transcurrió el fin de semana de impropio esparcimiento juvenil, en el que el alcohol atosigó a Juan Carlos, quien incluso no llegó a reconocer en dónde se encontraba. Pero la satisfactoria sensación del joven era el antónimo de la mortificación que sentía su padre. El sábado, cuando llegó a su comercio, la congoja y el desconsuelo lo invadieron al darse cuenta de que le habían robado una buena parte de la mercadería. “Qué haré ahora?”, se preguntó entre el llanto que atrapaba sus pensamientos.

De pronto vino a su mente el camafeo que le había heredado su madre. “Mi mamá me dijo que si algún día necesitaba deshacerme de él,   que lo hiciera, porque no hay que arraigarse a las cosas materiales  cuando la supervivencia está en juego”, se dijo. Lo buscó y no lo halló.

Juan Carlos regresó el domingo por la noche y encontró a Bruno en un entorno de angustia. Le explicó a su hijo el infortunio que había caído sobre la familia. El joven, perturbado, quedó sin habla. Con palabras no podía dimensionar el daño que les había causado a quienes más amaba, hasta que la cordura y el buen juicio le hicieron hablar para recapacitar. “Papá, yo fui quien no cumplió su obligación de cerrar bien el negocio. Por pasar un rato con mis amigos  tomé el camafeo y lo empeñé. Pero  no te preocupes, haré hasta lo imposible para revertir lo mal que me he comportado”, le dijo Juan Carlos quien dejó de ir a la universidad por un tiempo, para trabajar y  poder comprarle mercadería a su padre. Continuó pintando y vendía sus obras para poder recuperar el camafeo.

 Un día  llamó a su padre y  al mostrarle un cuadro de su autoría le dijo: “Ahora sí he creado mi obra maestra. Tenía frente a mí la inspiración más grande y me era indiferente”. Era un lienzo en el que representaba a su padre trabajando con ahínco en su negocio.-Por Brenda Martínez

ESCRITO POR:

Brenda Martínez

Periodista de Prensa Libre especializada en historia y antropología con 16 años de experiencia. Reconocida con el premio a Mejor Reportaje del Año de Prensa Libre en tres ocasiones.