HORRORES IDIOMÁTICOS Y ALGO MÁS

Los “privados de libertad”

MARÍA DEL ROSARIO MOLINA

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Dejemos de lado los esnobismos y la “corrección política” y llamemos a las cosas por su nombre.

Mi buen amigo Titivillus, el diablillo medieval, entró a mi estudio con un legajo en las manos y sin siquiera darme los buenos días o preguntar por mi salud me dijo: “Te traigo todos estos ejemplos de la epidemia en que se ha convertido la frasecita ‘los privados de libertad’”. El legajo era tan voluminoso que causaba espanto el solo pensar en que habría que leerlo. —Déjalo dondequiera que encuentres espacio— le contesté, aunque sé que hallar un lugar desocupado en mi estudio no es fácil. —Olvídate— me respondió—, verás esto ahora mismo, porque ya se hace necesaria una explicación. El legajo consistía en una serie de hojas de periódico, páginas recortadas de revistas y videos de noticiarios de televisión y de radio. Subrayadas con negro, para que no parecieran colores de ningún partido político, había cientos de frases que rezaban: “los privados de libertad se amotinaron”; “escaparon por un túnel varios privados de libertad”; “debe mejorarse la alimentación de los privados de libertad”, etc.

Titivillus echaba chispas, fenómeno muy natural en él. Imagínate —exclamó— cuánta tinta más gastan, en lugar de llamar a esas personas recluidas en las cárceles por su nombre: presos, reos, convictos, reclusos, según el caso. Además, privados de libertad hay muchos y de muchas clases: los animales que viven en cautiverio en los zoológicos no pueden salir de sus jaulas o de los espacios siempre cercados o con fosos que no lo permiten; los habitantes de los países con gobiernos totalitaristas están privados de libertad, pues no pueden expresar su pensamiento ni movilizarse a su gusto —baste recordar el oprobioso muro de Berlín, la cortina de hierro de la antigua URSS o las fugas por mar de la isla de Cuba— y así lo estuvieron los esclavos que gente sin corazón trataba como a animales. En iguales circunstancias de privación de libertad están las personas secuestradas para pedir rescate y los rehenes que un grupo de terroristas retiene. Lo mismo puede decirse de los prisioneros de los campos de concentración y de los prisioneros de guerra (“persona que se entrega al vencedor precediendo capitulación”. DRAE).

Privadas de libertad están las monjas de clausura, pues sus votos las obligan a vivir en reclusión. ¿Y qué decir de los chiquillos que tienen que permanecer encerrados en sus casas sin poder salir a la calle a jugar una chamusca? (localismo guatemalteco por “juego amistoso e informal de fútbol, o futbol”), ya que corren el riesgo de que los maten en una trifulca entre pandillas, que no “gangas”, como las llaman en espanglish. Las que sí se han beneficiado con la libertad de salir sin necesidad de chaperones son las chicas parranderas, y los “gays” que ya pueden dejar el clóset sin pena alguna.

He dicho —agregó Titivillus— y se largó sin decir adiós.

selene1955@yahoo.com

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