Salud y Familia

La tanorexia o la adicción al bronceado

El perfil de quienes están obsesionados por lucir bronceados son, principalmente, mujeres y menores de 40 años, que se exponen a los rayos más de dos veces por semana, hasta el punto de adquirir un color excesivamente naranja o chocolateado.

“Es gente que está obsesionada con tener su piel bronceada y por mucho que se broncee no está satisfecha, como las chicas o los chicos que tienen anorexia y siempre se ven gordos”, explica José Carlos Moreno, de la Academia Española de Dermatología y Venereología.

Las cabinas de bronceado surgieron en la década de 980 en Estados Unidos, y los investigadores estadounidenses fueron los primeros en abordar esta adicción, bautizada tanorexia, en los 2000.

Deseo de broncearse al despertar, necesidad de dosis aumentadas, ansiedad al parar, culpabilidad, ultrasensibilidad a los comentarios de los demás: estos síntomas son similares a los de la adicción a la heroína, señala Joel Hillhouse, investigador en la Universidad de Tenesí del Este.

Totalmente dependientes, algunas personas siguen utilizando las cabinas pese a tener un cáncer de piel, roban dinero a sus allegados o se compran camas de rayos UV para broncear cuando se despiertan en mitad de la noche, explica.

“Una de las razones que les lleva a broncearse es no ya cómo se ven, sino cómo se sienten”, asegura Steve Feldman, dermatólogo de la Universidad Wake Forest de Carolina del Sur. ¿Es una droga?,  “Completamente” , responde.

 

Efecto similar a la morfina

Los rayos UV, procedentes del sol o de una lámpara, estimulan la producción de melanina, el pigmento que colorea la piel, y este fenómeno libera endorfinas, hormonas similares a la morfina que producen una sensación de bienestar e inhiben el dolor.

A esto se agrega la presión social: las top-models, de piel color caramelo, los futbolistas ricos, guapos y bronceados como el astro del Real Madrid Cristiano Ronaldo, son figuras que los jóvenes quieren imitar.

Madrid tiene un promedio  de 2 mil 749 horas de sol al año, el doble que Londres. Pero eso no impide a Macarena García, una estudiante de 24 años, someterse a la cabina de bronceado.

“A mi familia no le gusta mucho que tome rayos (…) dicen que no es natural, que es insano, pero ellos viven en la playa y yo aquí, trabajando, también quiero tener color”, afirma cuando sale del salón Solmanía, en el centro de Madrid.

“¿Parar? Lo haría si no tuviera más remedio, pero no me gustaría”, admite entre risas José Manuel Rodríguez, un apuesto bailarín de 36 años que se somete a hasta tres sesiones semanales para “no perder el color”  obtenido durante las vacaciones.

 

Cabinas cancerígenas

La Organización Mundial de la Salud  (OMS) clasificó en el 2012 los aparatos de rayos UV como cancerígenos. Brasil fue el primer país que los prohibió por completo en el 2009, seguido por Australia.

Este último país tiene la mayor tasa de melanoma —el cáncer de piel más agresivo— del mundo, con 11 mil casos por año. Pero la enfermedad tiende a estabilizarse entre la población menor de 45 años gracias a “las campañas públicas de sensibilización y a una mayor concienciación”, afima Vanessa Rock, del comité australiano de lucha contra este cáncer.

No existen todavía tratamientos específicos para los tanoréxicos. En Estados Unidos, los investigadores sugieren la creación de grupos de apoyo, similares a los de los alcohólicos anónimos, e intentar sustituir el bronceado por alternativas relajantes como el masaje o el yoga.

Moreno propone una advertencia explícita en los centros de UV, “como en los paquetes de tabaco donde pone claramente que puedes acabar teniendo enfermedades como consecuencia”.

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