Economía

Paredes de cristal

La semana pasada, en esta columna, comentaba y elogiaba la iniciativa del superintendente e intendentes de la SAT por la publicación de sus declaraciones patrimoniales, una obligación contenida en la nueva Ley Orgánica de esa institución. Más de alguno me comentó que de todos modos era su deber hacerlo; sin embargo, estamos acostumbrados a incumplir lo que la ley obliga y encontramos cien maneras para no hacerlo o al menos, atrasarlo.

Esta acción viene como preámbulo a lo que en medios de prensa aparece como iniciativa del vicepresidente por retomar el tema de campaña de “cero tolerancia a la corrupción”, y se anuncia una nueva propuesta de Ley de Transparencia.

Creo importante recordar algo que parece obvio pero que a veces se pierde de vista: los votantes en las elecciones pasadas lo hicieron para elegir un BUEN GOBIERNO, en el contexto de los límites que imponen las mismas leyes.

Ser BUEN GOBIERNO implica, entre muchas cosas, ser austero, ejemplar, eficaz, eficiente, innovador y transparente en sus actuaciones. En otras palabras, la transparencia es importantísima, pero no puede ser vista como un fin en sí misma.

De la misma manera que unos buenos padres al educar a sus hijos pretenden que luchen por ser honrados, justos, puntuales, alegres, laboriosos, humildes, fieles, prudentes, recios, sinceros y muchas otras virtudes, no están satisfechos únicamente con que sean “transparentes”. A veces, el exceso de sinceridad se puede convertir en cinismo: “Sí, lo quebré yo y qué?”

La transparencia del BUEN GOBIERNO es una herramienta, un medio para lograr una correcta rendición de cuentas, en palabras de Borja Colón, jefe de Innovación Pública de Castellón (ES): “Es el requerimiento para que los representantes den cuenta y respondan frente a los representados sobre el uso de sus poderes y responsabilidades, actúen como respuesta a las críticas o requerimientos que les son señalados y acepten la responsabilidad en caso de errores, incompetencia o engaño, es decir, que actúen con un amplio sentido ético”.

También Borja, en su artículo “Más allá de la transparencia”, hace referencia a la ecuación que me ha parecido acertada para describir los elementos fundamentales en la rendición de cuentas: EDUCACIÓN + TRANSPARENCIA = SOCIEDAD INFORMADA y EXIGENTE.

Los ciudadanos pueden contar con mucha información resultado de la transparencia, pero a veces son poco exigentes, incluso en el día a día, solo hay que ver nuestra reacción en un restaurante frente a un mal servicio; generalmente, pagamos la propina incluida en la cuenta aunque no estamos de acuerdo con ella. En el colegio de nuestros hijos somos poco exigentes con el tipo de lectura o interpretación de la clase de Historia por parte de algún maestro, aunque no estamos de acuerdo con eso.

Si se desea una transparencia útil, se debe también enfocar buena parte del esfuerzo en enseñar desde muy pequeños el valor de la rendición de cuentas, tanto en el hogar como en la escuela y las universidades. Mientras tanto, instituciones locales o internacionales protransparencia, gobiernos abiertos y de innovación deben ayudar a crear instrumentos que, aplicados a la gestión pública, puedan mejorar el proceso de rendición de cuentas.

Igual importancia tiene exigir el grado de cumplimiento de recaudación de impuestos, días efectivos de clase o vacunas aplicadas en el interior del país, que los efectos esperados en disminución de tiempo invertido en colas que el nuevo viaducto o paso a desnivel pretendía provocar.

La transparencia debe incluir el esfuerzo por crear el valor —desde la infancia— de la rendición de cuentas; de otro modo, en palabras de Borja Colón, “corremos el riesgo de construir administraciones públicas con paredes de cristal y crear sociedades sin ningún interés por saber qué hay dentro”.

Mientras tanto, la ciudadanía valora y aplaude iniciativas de transparencia, como la reciente de los jerarcas de la SAT. Ya que fray ejemplo es el mejor predicador, ¿qué otra institución o funcionario seguirá estos pasos?