Guatemala

Norma Cruz: Guatemala es cómplice de la violencia machista

Norma Cruz sufrió en carne propia el calvario de la violencia de género. Se enfrentó a una realidad angustiante y desesperante. Deambuló durante años por los pasillos de unos juzgados fríos. Ahora, es abuela, mamá, amiga y hermana de miles de víctimas de una sociedad cómplice de la violencia machista.

Norma Cruz sufrió en carne propia el calvario de la violencia de género. (Foto HemerotecaPL)

Norma Cruz sufrió en carne propia el calvario de la violencia de género. (Foto HemerotecaPL)

“En Guatemala nadie protesta. Todos nos quedamos callados y eso es lo que hace que seamos una sociedad cómplice” de la furia que se ha desatado históricamente contra las mujeres. Así de cruda suena Norma Cruz, una de las activistas más respetadas del país por ser el altavoz de todas esas féminas que sufren en silencio y en solitario esta lacra.


En 1999, Norma y su hija, Claudia, quien fue víctima de violencia sexual a manos de su padrastro, empiezan una lucha para buscar justicia. A partir de ese momento, su psicología, su vida y su universo, con una profunda herida en el interior que les ha marcado a fuego lento, se transformó.
No estuvieron solas. Casi 20 años después, Norma Cruz aún recuerda en una entrevista el apoyo de dos organizaciones y una veintena de mujeres que a título personal confiaron en ellas. Incluso hicieron unas camisetas en las que decían: “Yo le creo a Claudia”. Fueron tiempos muy duros, en los que estaba sola; sin trabajo, sin dinero y pensando en cómo había sufrido su pequeña.
Pero un día se dio cuenta de que tenía que pasar página. “Ya no podía seguir llorando”. Y ambas aprovecharon su experiencia para darle vida al proyecto de la Fundación Sobrevivientes, una asociación integrada por mujeres supervivientes de la violencia de género que proporcionan apoyo emocional, social y legal a cientos de víctimas que buscan justicia y protección.

Les llamaban “las doñitas”

Recuerda que cuando por los pasillos de la Fiscalía las veían les llamaban “las doñitas”. Todos las conocían. Pero querían trascender al tiempo y a la historia. Ayudar a otras a reconstruir su proyecto de vida, como habían hecho ellas. Darles ese empujón para superarlo.
Pero no es fácil sobreponerse cuando las leyes no están de tu lado. No puede quitarse de la cabeza la resolución de la Corte de Constitucionalidad que autoriza una rebaja de las penas para los reos condenados por feminicidio: un “retroceso”. Igual que otras leyes promovidas en el Congreso.

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“Los legisladores no están legislando para las mujeres. Están legislando para los agresores. Todo ese esfuerzo de las familias y de las víctimas, de lucha porque llegue la justicia, todo se pierde. Incluso se vuelve en su contra”, advierte. Ahora no sonríe. Sigue convencida de que hay que cambiar el sistema y una sociedad “sumamente machista, patriarcal y conservadora”.
Esto, aunado a un Gobierno que “no” está interesado en luchar contra esta lacra complica aún más la situación. Y ahí es donde está esa espinita que lleva clavada desde que empezó. No haber logrado que la sociedad tomara conciencia de que tiene que rechazar la violencia contra la mujer: “No es posible seguirlo viendo como algo natural”.

Cree que Guatemala se ha quedado anclada en el pasado, “dándole vueltas al conflicto armado interno” sin retomar una agenda “nueva de cara al futuro”. Y es eso lo que mantiene los “altos niveles de discriminación y de violencia“.
Persiste el miedo y la intimidación. En todos los ámbitos. Como cuando una mujer víctima de violencia fue rechazada para una plaza de cardiología, a pesar de haber aprobado, “solo por ser mujer”. O cuando los jefes violentan a las residentes. “Les dicen que las mujeres no tienen cerebro”.


No se lo puede creer. Pero no pierde ni la fe ni la esperanza y por ello va a empezar la próxima semana a volver a salir a la calle. Con las víctimas. Con las familias. Siempre habrá alguien que empuje su silla de ruedas para que pueda seguir alzando su voz.
No cesa en su lucha a pesar de su enfermedad. Hace un par de años que le diagnosticaron una neuropatía motora mixta desmielinizante, una enfermedad progresiva que disminuye su capacidad motriz. Pero no se rinde. Va a una terapia de mantenimiento todos los días y luego regresa a su despacho en la fundación.
Está lleno de reconocimientos y de agradecimientos. Por cada esquina. Cada uno tiene su razón de ser. Como una llave de San Pedro Sacatepéquez que le entregaron por acompañar a una madre a la que le asesinaron a sus tres hijas. O uno, más “feín”, de la asociación de futbolistas. Los mira con timidez y con sorpresa años después. Le gustan. Le recuerdan porque sigue aquí.
Cuando le preguntan porque sigue trabajando a pesar de su enfermedad ella siempre responde: “No es un trabajo. Esto es parte de mi vida. Esta soy yo. Si me quitan esto, me muero”. 

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