No es sino hasta la cuarta definición, que el texto de la Real Academia Española deja de presentar a la paz como la ausencia de la guerra y nos propone “sosiego y buena correspondencia de unas personas con otras, especialmente en las familias, en contraposición a las disensiones, riñas y pleitos”. Hoy, a 17 años de consignar en un papel que se firmaba oficialmente la paz guatemalteca entre el Gobierno y la guerrilla, cabe preguntarnos en qué consiste la tal paz y si en verdad hay paz en este país.
Las respuestas se antojan remotas, complicadas, imprecisas, ineficaces. No es necesario recalcar que la mayoría de la población guatemalteca se halla agobiada por una oscura violencia económica. Esta se traduce en continuas transgresiones contra la vida y los derechos más elementales del ser humano, aun cuando no haya una guerra declarada. El colmo es que constantemente se acude a argumentos doctrinarios para explicar la situación (desde la política, desde la economía o desde la religión) y se pretende que allí están las soluciones. Pocas y pocos admiten que la transformación profunda de nuestra sociedad, como la de cualquier nación, tiene que venir de la educación, de la cultura, del arte, de la ciencia. Todo ello, claro, en el entendido de que la paz no radica en que los cobardes se afanen con armar a la población, imponer toques de queda, reprimir el debate social y lavarle el cerebro a la juventud con supuestos valores moralizantes. En última instancia, la paz es la ausencia de miedo. He ahí la clave.
Un bienaventurado y próspero 2014 para todas y todos.