BBC NEWS MUNDO

El mesmerismo, la cura para todo en la que Mozart confió y a la que Benjamín Franklin desmintió

París, 1784. Algo revolucionario está en tela de juicio. Acusado de fraude está un doctor alemán llamado Franz Anton Mesmer. Alega que puede curar a sus pacientes con algo llamado "magnetismo animal". ¿Curandero, charlatán o visionario?

No todos estaban convencidos de que la cura fuera "científica". JEAN-LOUP CHARMET/SCIENCE PHOTO LIBRARY

No todos estaban convencidos de que la cura fuera "científica". JEAN-LOUP CHARMET/SCIENCE PHOTO LIBRARY

El veredicto está en manos de un comité de expertos nombrados por el gobierno, que incluye a dos de los más renombrados científicos experimentales de la era: el químico Antoine Lavoisier y el inventor estadounidense Benjamín Franklin.

La investigación oficial de los métodos de Mesmer fue una de las primeras ocasiones en las que lo que ahora podríamos llamar parapsicología enfrentó un meticuloso escrutinio científico.

El desafío para Lavoisier y Franklin no era muy distinto a el que enfrentamos hoy en día: ¿con cuánta confianza podemos definir de qué es capaz la mente?

*****

Mesmer nació en 1734 en un poblado cerca del lago de Constanza en la región de Suabia en el sur de Alemania, que entonces era parte del Sacro Imperio Romano Germánico.

Estudió Derecho antes de inscribirse en Medicina en Viena en 1759.

En ese entonces, se creía que la salud era gobernada por los astros. La idea era antigua, pero la teoría de la gravedad de Isaac Newton parecía darle la razón: quizás las estrellas, planetas, el Sol y la Luna actuaban con la fuerza de gravedad.

Según Mesmer, la gravedad celestial afectaba un fluido invisible en el cuerpo, como lo hacía con la marea. Ese flujo y reflujo podía desequilibrar el espíritu y causar desórdenes mentales.

Con su teoría de la “gravitación animal” se graduó en 1766. Tras casarse con una viuda rica, todo parecía apuntar a que le esperaba una vida próspera como médico vienés.

Con música de fondo

En la casa de su primo Joseph, Mesmer conoció a un niño prodigio que se convirtió en amigo de la familia: el joven Wolfgang Amadeus Mozart.

Mesmer y su aristocrática esposa invitaron al niño a tocar en su propia sala, y una de sus óperas juveniles fue estrenada en su jardín.

El médico amaba la música; él mismo tocaba la armónica de cristal, y bien, según el padre de Mozart, Leopold.

En donde los Mesmer, Mozart conoció a Francisca Oesterlin, o Franzl, una joven que vivía con ellos y que padecía una “debilidad nerviosa”: era propensa a episodios de vómitos, desmayos, ceguera, depresión y delirio… ¿quizás un tipo de epilepsia?

En esa época, no había un tratamiento efectivo para tal condición, pero a Mesmer se le ocurrió que si las corrientes de este fluido invisible en el cuerpo del paciente eran como los movimientos del fluido que -se pensaba- producían la fuerza magnética, podía usar imanes para controlarlos.

Le puso dos imanes en forma de herradura en sus pies y uno en forma de corazón en el pecho y Franzl pronto se mejoró y se casó con el hijastro de Mesmer.

Unos años después Mozart le escribió a su padre…

“Estoy escribiendo esto -¿en dónde crees?- en el jardín de los Mesmer. Franzl, ahora Frau von Posch, está aquí. No te la puedes imaginar, te lo juro. Casi no la reconozco, está tan grande y fornida. Tiene tres hijos, dos niñas y un joven caballero… todos creciendo muy fuertes y sanos”.

Aplicando imanes

Mesmer usó esta magnética cura en otros pacientes que sufrían de lo que él llamaba epilepsia, histeria y melancolía, con el mismo resultado positivo.

Las noticias de su éxito se regaron por toda Viena y pronto otros médicos practicaban curas magnéticas.

Mesmer argumentaba que todos poseemos una cualidad llamada “magnetismo animal”, la cual afecta nuestra salud, y que los imanes podían manipularla.

Estableció una clínica en su casa en la que sus pacientes podían sumergir sus manos o pies, e incluso todos su cuerpo, en baños llenos de lo que el llamaba “agua magnetizada”.

Su fama creció; Mesmer fue invitado a cuidar de nobles y dignatarios en Hungría y Suiza. A veces, ni siquiera usaba imanes, sólo sus manos, pues supuestamente le bastaba su propio magnetismo animal.

Un diario suizo describió la sensación que causaba:

“El doctor Mesmer, famoso por sus curas con imanes y la teoría del magnetismo animal, llegó a este distrito. Ha estado demostrando su sistema con los maravillosos poderes que ejerce sobre quienquiera que tenga un desorden nervioso. Con poco más que tocar su mano, puede restaurar el movimiento y sensación a extremidades paralizadas y desvanecer desmayos, vértigos, problemas estomacales y toda clase de síntomas histéricos (…)

Si sus afirmaciones responden a nuestra expectativa, su descubrimiento no sólo es maravilloso sino también una gran bendición para la humanidad”.

Un caso desafortunado


En 1777 Mesmer aseguró que había curado la ceguera a una niña de la corte imperial austríaca llamada Maria Theresia von Paradies, quién llegó a ser una de las más famosas pianistas, cantantes y compositoras de Europa.

Tocaba tan bien el piano que se llegó a decir que Mozart compuso un concierto para ella.

Pero cuando Mesmer supuestamente le devolvió la vista, arruinó su capacidad para tocar, que sólo recuperó cuando volvió a quedarse ciega.

Esta historia derramó la copa de otros doctores vieneses, quienes acusaron a Mesmer de fraude. Cansado de la animadversión y del escándalo, en 1778 viajó a Paris para tratar de empezar de nuevo.

Allá montó un consultorio muy lucrativo.

Se inventó un tipo especial de baño lleno de agua magnetizada en el que varios pacientes se podían sentar en un círculo tomados de las manos para que el fluido magnético fluyera entre ellos.

Las luces se hacían más tenues y, a veces, Mesmer u otro músico se sentaban en la esquina y tocaban música suave. Luego, caminaba alrededor de la tinaja pasando sus manos sobre los cuerpos de los pacientes con una vara magnética o sin ella, hablando en voz baja.

¡No sorprende que los pacientes reportaran que entraban en un estado de trance!

Pero en 1784, un grupo de sus homólogos franceses que sospechaban de sus curas persuadieron al rey Luis XVI de hacer una investigación oficial sobre los métodos de Mesmer. Y, ¿quiénes mejores que Franklin y Lavoisier para tal tarea?

Otro que formó parte de la comisión real fue el médico Joseph-Ignace Guillotin, cuyo más conocido invento no hizo mucho para la salud de la humanidad, y de hecho fue usado 10 años más tarde para cortarle la cabeza a Lavoisier, quien fue juzgado y condenado durante la Revolución Francesa.

La ciencia como espectáculo

Con su música, gestos, accesorios y carisma, había un elemento fuerte de teatralidad en el tratamiento de Mesmer, que probablemente era vital para su éxito.

Sin embargo, eso no era raro en ese tiempo. A finales del siglo XVIII la ciencia se estaba convirtiendo en un espectáculo.
Las audiencias iban en tropel a ver shows llamados “fastasmagoria”, que utilizaban “linternas mágicas” para crear la ilusión de fantasmas y demonios, mientras que “educadores científicos” asombraban a los cortesanos de Europa haciendo trucos con luces, electricidad y magnetismo.

De hecho, en el siglo XIX esta presentación de la ciencia como espectáculo llevó a la realización de conferencias públicas populares, como las famosas Conferencias de Navidad en la Royal Institution en el Reino Unido, en las que Michael Faraday, el principal experto en electricidad y magnetismo de la época, se volvió famoso.

En esa atmósfera, no era siempre fácil distinguir entre la ciencia y la charlatanería.

Nace el experto científico

“Es un caso fascinante. La controversia no era sobre la forma en que Mesmer conducía sus tratamientos (no era extraño en esa época)”, explica Simon Schaffer, profesor de historia de la ciencia en la Universidad de Cambridge, Reino Unido.

“La pregunta era si el efecto era realmente algo físico -el magnetismo animal- o pura imaginación”.

Lo interesante además es que la pesquisa se hizo en una época en la que apenas se estaban inventando y construyendo los principios de la investigación científica.

“Tenían que encontrar los métodos indicados para poner a prueba teorías. Y en este caso, fueron extraordinariamente originales: introdujeron ensayos a ciegas, pruebas comparativas, multiplicaron el número de experimentos…”.

“Además, se fue definiendo qué es un experto”, subraya el catedrático. “Varios de los miembros de la comisión que investigó el mesmerismo no fueron nombrados por conocer el método mismo, sino porque eran expertos en magnetismo, química y el comportamiento de los fluidos”.

“Para mí, esa invención de la idea del experto científico como testigo es uno de los aspectos más interesantes y emocionantes de la década de 1780“, opina.

Al final, la música

La Real Comisión francesa sobre Mesmer entregó sus conclusiones en agosto de 1784. Habían observado los baños magnéticos en acción, señalando que algunos pacientes se mareaban mientras otros se agitaban y hasta convulsionaban. Incluso se sometieron al tratamiento ellos mismos, sin mucho beneficio.

La existencia de un fluido magnético era, virtualmente por definición, imposible de probar, por ser invisible, insípido e inoloro.

Respecto a los efectos de las curas magnéticas de Mesmer, los comisionados decidieron que funcionaban solamente por el poder de la sugestión: no tenían bases sólidas.

Una segunda investigación de la Real Sociedad Médica concluyó que las ideas sobre el magnetismo animal eran inútiles y quizás hasta peligrosas, y que debería prohibirse su uso.

La reputación de Mesmer nunca se recuperó.

Y, con París camino al caos de la Revolución, perdió gran parte de su fortuna.

Se devolvió a Austria y a Suiza en busca de fondos oficiales para continuar con su trabajo, pero no los obtuvo.

En 1815 murió cerca del mismo lago que había nacido, se dice que mientras escuchaba a un amigo tocar su amada armónica de cristal.

*****
La historia de la medicina está repleta de extrañas afirmaciones y curas milagrosas, pues es así como avanza la ciencia.

Pero la de Mesmer sigue presente un siglo después y su nombre quedó inmortalizado en algunos idiomas: en inglés, por ejemplo, mesmerize significa cautivar, fascinar… figuradamente, hipnotizar.

Además, fuera o no su intención, Mesmer nos alertó sobre el poder de la mente.

Y la pregunta sigue en pie: ¿cuán fuerte es ese poder?
_____________________________

Este artículo es una adaptación de un episodio de la serie de la BBC Historias de Ciencia. Abajo encontrarás más de las fascinantes historia de la serie.

ESCRITO POR:

ARCHIVADO EN: