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“Hidden Figures”: la increíble historia de las ingenieras negras que fueron clave para que el hombre pusiera por primera vez un pie en la Luna

Neil Armstrong, John Glenn o Buzz Aldrin son solo algunos de los grandes nombres que resuenan cuando hablamos de la era dorada de la carrera espacial.

Katherine Johnson fue una de las miles de computadoras humanas que trabajaron para el centro Langley de la NASA. NASA

Katherine Johnson fue una de las miles de computadoras humanas que trabajaron para el centro Langley de la NASA. NASA

Pero detrás de cada una de las misiones de la NASA en la que participaron estos notables personajes hay cientos de mentes brillantes que hicieron posible esos proyectos y de las que casi no se escucha hablar.

Las mujeres son las primeras ausentes en la lista de reconocimientos y, dentro del género, un grupo en particular: las matemáticas e ingenieras afroestadounidenses que ayudaron a la agencia espacial de EE.UU. a concretar proyectos de la envergadura de las misiones Apolo o Mercurio.

Su contribución fue ignorada hasta que Margot Lee Shetterly, escritora e hija de un investigador afroestadounidense del Centro de Investigación Langley de la NASA (LaRC) en Virginia, publicó un libro titulado “Hidden Figures” (traducido al español como “Talentos ocultos”) que detalla el trabajo de estas mujeres cuyos nombres no aparecen en las publicaciones académicas ni en los registros históricos.

El libro acaba de ser llevado al cine en una película del mismo nombre protagonizada por Octavia Spencer, Taraji P. Henson y Janelle Monáe que fue la más taquillera en EE.UU. los dos últimos fines de semana.
Calculadoras humanas

Las afroestadounidenses llegaron en los años 40 a trabajar a Langley -el centro más antiguo de la NASA- para realizar cálculos matemáticos fundamentales para el desarrollo de proyectos aeronáuticos y de aviación.

Lograron entrar allí después de que el entonces presidente de EE.UU., Franklin D. Roosevelt promulgara la Orden Ejecutiva 8802 que impedía el ejercicio de la discriminación racial en la contratación de servicios federales y vinculados con la guerra.

Estas calculadoras humanas se encargaban de las ecuaciones y describían cada una de las funciones de una aeronave, pero no estaban involucradas en la totalidad del proyecto.

Años antes, mujeres blancas ya habían empezado a hacer este trabajo.

Por las normas y costumbres de la época, la mayoría pasaba allí solo unos años, hasta que les llegaba el turno de convertirse en esposas y madres. Pero otras, gracias a su desempeño brillante, lograron dejar el rol de computadora viviente para pasar a trabajar en proyectos específicos.

El nombre por el que se conocía a este grupo de mujeres afroestadounidenses era el de “computadoras del ala oeste”, donde se agrupaban las mujeres de color que realizaban esta labor.

“En la oficina, las mujeres se sentían iguales”, dice en su libro Shetterly, “pero en la cafetería y en los baños diseñados para jóvenes de color, los carteles eran un recordatorio de que incluso dentro de la meritocracia de la función pública en EE.UU. (…) unos eran más iguales que otros”.

Contar platos, estrellas, escaleras…

No se sabe con exactitud cuántas computadoras humanas trabajaron en NACA (la agencia que más tarde pasó a llamarse NASA), pero Shetterly estima que fueron miles las que aportaron su conocimiento entre 1935 y 1970.

Cuatro en particular llamaron su atención: Katherine Johnson, quien calculó la trayectoria de las misiones Apolo y Mercurio, Dorothy Vaughan, la primera supervisora afroestadounidense de la NASA, Mary Jackson, que se convirtió en 1958 en la primera ingeniera afroestadounidense de la NASA y Christine Darden, quien trabajo en el desarrollo de los vuelos supersónicos.

A sus 98 años de edad, Johnson, recuerda que su fascinación con los números comenzó desde pequeña.

“Desde niña empezó a contar: estrellas, platos, escaleras… Cualquier cosa”, reseña Shetterly en su libro.

Su curiosidad y conocimientos de geometría y matemáticas la llevaron a ocupar un lugar importante dentro de la institución.

Johnson se encargó, entre otras cosas de calcular la trayectoria de la nave de Mercury Redstone 3, que llevaba al astronauta Alan Shepard.

Y tal era su capacidad que continuó haciendo cálculos incluso cuando ya existían las máquinas que podían hacerlo. En 2015, el presidente estadounidense, Barack Obama, la condecoró con la Medalla de la Libertad en reconocimiento por sus servicios, convirtiéndola en la única mujer de la NASA en recibir este honor.

Camino por recorrer

Pero aunque el libro y la película ya están acabados, Shetterly continúa buscando información sobre estas mujeres.

Su objetivo es crear una lista lo más completa posible que pueda compartirse en internet.

Además, la escritora cree que aunque se ha avanzado enormemente en cuanto a la discriminación, todavía hay mucho camino por recorrer.

“Se ha hecho un progreso tremendo”, le dijo a la publicación Motherboard, “pero parte del problema es la invisibilidad“.

“No es solo el hecho de que se necesita más cantidad y más inclusión en estas áreas, pero la gente que está allí, que son mujeres o gente de color, tiene que ser reconocida. No solo por la mayor parte de la sociedad, sino también entre ellas”.

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