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“La gente se mataba por una Coca-Cola”: la historia de un mexicano que vivió el desplome de la Unión Soviética desde Moscú

Cuando le dieron a elegir entre llevar a su hijo a un colegio cubano o un colegio ruso, su padre no lo dudó.

Roble Granados con 9 años desde Moscú . Ahora tiene 35 años, es periodista y reside en Ciudad de México.

Roble Granados con 9 años desde Moscú . Ahora tiene 35 años, es periodista y reside en Ciudad de México.

“Mejor a uno ruso, porque en uno cubano se va a volver comunista”. 

Así lo cuenta Roble Granados, un mexicano de 35 años originario de Ciudad de México, quien vivió en la Unión Soviética entre los años 1990 y 1992.

Roble se mudó con su familia a Moscú porque a su padre lo enviaron como agregado militar a la embajada mexicana de la entonces capital de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

“Era un mundo totalmente diferente. La gente vestía toda igual, tenían los mismos carros, no había diversidad. Para mí era muy normal comer goma de mascar o tomar Coca-Cola, pero para los rusos era un símbolo de estatus”, le cuenta Roble a BBC Mundo.

Después de un intensivo de ruso de dos semanas, ingresó en el colegio 110 Ernesto Che Guevara para hijos de diplomáticos rusos.

A pesar de que sus compañeros rusos no lo “trataban mal”, la adaptación no fue fácil, dice.

Toda la educación era muy ideológica y los rusos eran muy reservados y celosos de sus tradiciones”.

En la URSS no sólo descubrió lo que era el comunismo, sino que también se topó con la nieve. “La primera vez que la vi fue perfecto, era preciosa. Luego acabé hasta el gorro de ella y del frío”.

El golpe de 1991

El intento de golpe de Estado de 1991, el conocido como Golpe de Agosto, pilló a la familia Granados de vacaciones de verano en Kiev.

“Mi papá recibió una llamada de que algo muy malo estaba sucediendo en Moscú y nos tuvimos que regresar”.

Lo que estaba pasando es que el sector más conservador del Partido Comunista, junto con parte de la KGB y del ejército, estaban intentando apartar del poder al entonces secretario general Mijaíl Gorbachov, como rechazo a sus políticas de apertura.

Esa situación desembocó en tres días de tensión y caos.

Aquel 20 de agosto, la primera imagen que tuvo Roble al salir de la estación central de Moscú fue la de militares rodeados de mucha gente “increpándolos”.

Sin embargo, lo que él más recuerda de esos días son los sonidos.

Las ráfagas, gritos, las cadenas de los tanques, las sirenas. Son ruidos totalmente ajenos. Era una situación casi de guerra”, explica.

Roble, quien entonces tenía 9 años, dice no haber tenido nunca miedo. “Eso fue gracias a mi mamá. Siempre mantuvo la calma y me decía que todo iba a estar bien. Si se complicaban las cosas volveríamos a México”.

Después del golpe de agosto, los cambios políticos y económicos precipitarían la disolución de la URSS en diciembre de 1991.

“Todo pasó muy muy rápido. Cuando llegué, se consideraba privilegiado a alguien que podía conducir un Ford. En menos de un año, veía rusos conduciendo Mercedes Benz o BMW por las calles de Moscú”.

“Un desplome de película”

En los meses que siguieron la economía soviética colapsó. La inflación llegó al 100% en el año 91 y el rublo perdió totalmente su valor.

“Cargábamos muchísimos billetes. También me acuerdo de las colas infinitas por desabastecimiento y como la gente empezó a recurrir al trueque. Cambiaban lo que tuviesen desde zapatos, martillos, hasta uniformes militares“.

Roble recuerda como lo que más le impactó de esa época fue ver como “la sociedad rusa transitaba de la solemnidad del comunismo a matarse por una revista Playboy. Era algo irreal, un desplome de película”.

Él sabía que era un privilegiado.

“Por suerte nunca nos faltó de nada, siempre podíamos recurrir a la tienda de diplomáticos”.

No sólo eso, sino que la familia Granados consiguió mantener la gastronomía mexicana presente en sus vidas gracias a un tío en México que les mandaba cajas de comida o a la “infinita” masa de tortilla que sobró de un restaurante mexicano que quebró.

Durante esa época también fue testigo de la polarización de la sociedad rusa.

“Mientras que algunos de mis compañeros llegaban con la ropa roída al colegio, otros eran hijos de los rusos que se estaban enriqueciendo”.

En general veía”una sociedad colapsada, como perdida”.

El legado de sus años en la URSS

La vuelta a México fue terrible. Extrañaba Moscú y me costaba hablar español”.

Aunque dice poder entender conversaciones en la calle y leer la prensa, lo que más le quedó de su tiempo en la URSS no fue el idioma.

“Ahí vi que el poder no tiene color ni nombre. Me abrí a otras culturas y aprendí que era importante no casarme con ninguna ideología y desconfiar de los políticos”.

Ese fue uno de los motivos que le llevó a dedicarse al periodismo. Hoy es editor en la sección de política en el periódico Reforma.

“A pesar que intenté hacer carrera en la política y en la diplomacia, vi que mi función era del otro lado”, cuenta.

De su tiempo en la Unión Soviética también se llevó un vínculo más fuerte con su familia.

“Estar tan lejos en un lugar tan diferente era como un experimento. Sin mis padres y mi hermana hubiese sido una desgracia. Siempre me mantenían conectado con mi cultura mexicana y mi país. Da igual donde estés o lo que ocurra mientras estés con tu familia. Esa fue la mayor lección de mi tiempo ahí”.

¿Volviste alguna vez a Moscú?, le pregunta BBC Mundo.

“No he vuelto, pero tengo muchas ganas. Estaría padre. Todo lo que viví allí es uno de los recuerdos más bonitos de mi vida“.

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