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“La raza japonesa es una raza enemiga”: cómo el ataque a Pearl Harbor convirtió la vida de los japoneses de Estados Unidos en un tormento

Ya pasaron 75 años y todavía resuenan los ecos de ese 7 de diciembre de 1941 en el que Japón atacó la base naval estadounidense de Pearl Harbor, en el estado insular de Hawái.

Una fila de internos japoneses-estadounidenses en el campo de San Bruno, California. DOROTHEA LANGE

Una fila de internos japoneses-estadounidenses en el campo de San Bruno, California. DOROTHEA LANGE

Este martes se escribe un nuevo episodio relacionado con esa historia: Shinzo Abe, primer ministro de Japón, visitará el lugar donde se efectuó aquella sorpresiva operación de la Armada Imperial Japonesa.

Lo hará acompañado del mandatario estadounidense Barack Obama, después de que en mayo ambos visitaran Hiroshima, la ciudad japonesa en la que se realizó el primer bombardeo atómico en 1945.

Obama fue el primer presidente de Estados Unidos en visitar Hiroshima.

Shinzo Abe se convertirá en el -por ahora- único primer ministro japonés en poner un pie en el puerto hawaiano de Pearl Harbor.

Después del ataque, Estados Unidos decidió entrar en la Segunda Guerra Mundial y ya se sabe cómo terminó todo.

Sin embargo, el bombardeo a Pearl Harbor trajo otras consecuencias no calculadas.

Como el calvario que le tocó vivir a muchos japoneses-estadounidenses a partir de 1941.

Los campos

Mucho después de que la Segunda Guerra Mundial terminara, la vida de muchos estadounidenses con ascendencia japonesa seguía terriblemente afectada.

“La raza japonesa es una raza enemiga”, afirmó el teniente general John DeWitt en su famoso informe “Evacuación japonesa de la costa oeste: 1942”.

“Las tensiones raciales no están diluidas”, escribió el militar que promovió el envió de descendientes de japoneses a campos de concentración o internamiento debido a su origen étnico.

En febrero de 1942, el presidente Franklin Roosevelt emitió la Orden Ejecutiva 9066, por la que alrededor de 120.000 personas de la costa oeste de Estados Unidos fueron llevadas a centros de reclusión.

Dos tercios de los recluidos habían nacido en territorio estadounidense.

Se instalaron diez campos en EE.UU.

En promedio, los internados japoneses-estadounidenses pasaron alrededor de tres años en aquellos centros rodeados de alambres de púas.

El calvario

Aquel polémico encarcelamiento de descendientes nipones es un hecho conocido, pero la historia no acabó en esos campos de internamiento.

Para algunos japoneses-estadounidenses, como Lawson Iichiro Sakai, que tenía 18 años en 1941, era apenas el principio de las exclusiones.

“Traté de alistarme en la Marina de Estados Unidos con tres de mis compañeros de clase que eran blancos. Ellos fueron aceptados, pero yo no”, relata.

“Les dije '¿Por qué no? Yo también soy estadounidense'. Pero dijeron que yo era un extranjero enemigo, así que ya no era un ciudadano de Estados Unidos”.

Lawson Iichiro Sakai, ahora un veterano de 93 años, afirmó que en ese momento se sintió “rechazado” por su propio país.

Cuando el ejército estadounidense necesitó más soldados y levantó el veto a los descendientes nipones, en marzo de 1943, Sakai se ofreció como voluntario.

Más de 30.000 hombres japoneses-estadounidenses pasaron a servir en el ejército de EE.UU. gracias a la apertura.
La mayoría de ellos terminó en una unidad segregada recordada como el Regimiento de Combate 442.

Fueron enviados a algunas de las batallas más duras y es considerada la unidad militar más condecorada en la historia de Estados Unidos.

El peligro

El legendario Regimiento 442 asaltó Italia y Francia, bajo control alemán, y tuvo una tasa de bajas excepcionalmente alta.

El mismo Sakai fue herido cuatro veces y recibió una Estrella de Bronce y un Corazón Púrpura como condecoraciones a sus logros en la guerra.

Lawson Iichiro Sakai fue rechazado en el ejército estadounidense la primera vez que pidió entrar.

El japonés-estadounidense dijo que no siente resentimiento de que el ejército estadounidense haya enviado repetidamente a su unidad a situaciones de alto peligro.

“¿Puedes culpar a los generales por usar lo mejor que tuvieron?”, señala.

“Nadie quiere morir y nadie quiere ver a sus hombres muertos, pero estábamos tratando de ganar la guerra. Para entonces ya habíamos probado que éramos estadounidenses leales“, reivindica Sakai.

La “doble victoria”

Cuando el regimiento 442 volvió a EE.UU., en julio de 1946, el presidente Harry Truman saludó a la unidad en una ceremonia en la Casa Blanca

“Ustedes no sólo combatieron con el enemigo, también lucharon contra el prejuicio. Y ustedes ganaron”, dijo Truman aquella vez.

Para continuar demostrando su lealtad a Estados Unidos, algunos japoneses-estadounidenses trabajaron como traductores en el Tribunal Militar Internacional para el Lejano Oriente.

Aquella instancia, recordada como los “juicios de Tokio”, se estableció después del final de la Segunda Guerra Mundial para juzgar a los líderes de Japón por crímenes de guerra.

David Akira Itami es otro descendiente de japoneses que se ofreció como voluntario para el ejército estadounidense después de pasar un año en un campo de internamiento.

Estaba adscrito a la unidad de inteligencia del ejército, traduciendo documentos japoneses, antes de ser enviado a Japón como soldado en la ocupación de la posguerra liderada por Estados Unidos.

Había muy pocas personas disponibles que pudieran hablar inglés y japonés en 1946, por lo que el trabajo de Itami era asegurarse de que el trabajo de los intérpretes fuera preciso.

Las experiencias de Itami, sin embargo, pueden haberle costado muy caro.

Se quitó la vida en 1950, con 39 años, poco después del final de los “juicios de Tokio”.

Prejuicios raciales

El trato a los japoneses-estadounidenses durante la Segunda Guerra Mundial fue calificado por el presidente Ronald Reagan en 1988 como “una política motivada por prejuicios raciales, histeria en tiempos de guerra y un fracaso del liderazgo político”.

El líder republicano promulgó la Ley de Libertades Civiles para compensar a más de 100.000 personas de ascendencia japonesa que fueron encarceladas en campos de concentración.

El mes pasado, Carl Higbie, veterano y partidario del presidente electo Donald Trump, dijo que el internamiento en tiempos de guerra de los japoneses-estadounidense era un “precedente” para el registro de todos los inmigrantes de países donde hay grupos considerados extremistas activos.

La propuesta, de ocurrir, podría afectar sobre todo a los musulmanes estadounidenses.

El actual legislador japonés-estadounidense Mike Honda, quien fue enviado a un campo de internamiento cuando era niño, calificó aquel comentario como “inquietante”.

“Esto es odio, no es política”, dijo el congresista de 75 años de edad en un comunicado.

“Esta política de registro de una minoría coloca nuestro futuro en manos de la intolerancia de los años 40”, indicó Honda.

“Nadie debe pasar por lo que mi familia y 120.000 personas inocentes sufrieron independientemente de su raza o religión o de cualquier otra manera que elegirían para tratar de dividirnos”, señaló el legislador.

En una entrevista con la BBC, el congresista dijo que espera que Trump “demuestre a la gente que está equivocada haciendo una declaración clara” al respecto.

“Pero sus selecciones de gabinete hasta ahora me ponen nervioso”, dijo Honda.

El temor del congresista es que el próximo presidente estadounidense pueda ser influenciado por algunos de sus colaboradores más radicales e intolerantes.

Como sucedió hace 75 años, después del ataque a Pearl Harbor.

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