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La guerra cultural con la que Putin quiere despojar a Ucrania de su identidad nacional

Lo primero que atacaron del pueblo de Ivankiv fue el museo.

La estatua del poeta Grigory Skovoroda fue lo único que quedó en pie de su casa museo. (SERGEY KOZLOV)

La estatua del poeta Grigory Skovoroda fue lo único que quedó en pie de su casa museo. (SERGEY KOZLOV)

Fue el segundo día de la guerra. La bomba impactó de lleno en el modesto edificio que albergaba parte de la obra de Maria Primachenko, una de las artistas más queridas de Ucrania.

Los vecinos no lo dudaron. Arrancaron las rejas del museo de Historia Local y se adentraron en el infierno de las llamas para salvar una quincena de obras de arte repletas de animales fantásticos inspirados en el folclore local. No solo estaba en peligro el legado de una de las mayores representantes del arte naif del mundo. Del fuego salvaban un símbolo de la identidad ucraniana.

No es el único emblema nacional en haber sido objetivo de las tropas rusas.

En Borodianka, cuando los soldados ucranianos retomaron la ciudad en abril, se encontraron con el busto del querido poeta nacionalista Taras Sevchenko acribillado a balazos. En Járkiv, la casa museo del poeta y filósofo Grigory Skovoroda, otro prohombre de Ucrania, fue también bombardeada.

La mayor parte de las piezas y archivos habían sido puestas a salvo días antes, pero el edificio quedó destruido. Solo se salvó una escultura del poeta que, blanca y aún en pie, convertida en símbolo de resistencia, parecía querer desafiar a las bombas.

La guerra de Ucrania se libra en numerosos frentes, también el cultural. Las bombas que han destrozado ciudades y matado a miles de personas en Ucrania también están arrasando con el patrimonio histórico y cultural del país.

La Unesco habla de al menos 143 sitios dañados o completamente destruidos, cifra que el gobierno ucraniano eleva hasta más de 380, entre museos, bibliotecas, iglesias e instituciones culturales. A los daños físicos se suma el expolio de sus museos.

La destrucción es indiscriminada, pero para algunos entre el caos se vislumbra un cierto patrón.

El presidente ruso Vladimir Putin ha dejado claro en numerosas ocasiones que no cree que Ucrania sea un Estado real, ni que su pueblo, lengua o cultura sean reales. Todo es parte de Rusia, argumenta. ¿Son esos bombardeos y expolio una forma de intentar borrar esa identidad nacional ucraniana?

Mapa con las pérdidas de monumentos que ha sufrido Ucrania debido a los ataques rusos.
BBC

“Hay varias pruebas de que Rusia ha tenido como objetivo específico la identidad ucraniana”, asegura a BBC Mundo Volodymyr Kulyk, profesor de Cultura Política e Ideología de la Academia Nacional de Ciencias de Ucrania.

El académico cita varios ejemplos: “En la ciudad de Mariúpol, justo después de ser tomada por las tropas rusas, quitaron el ucraniano de las señalizaciones de las carreteras y dejaron solo el ruso. Lo mismo ha ocurrido en las escuelas de los territorios ocupados, donde se ha impuesto el ruso como lengua de instrucción y se sabe de bibliotecas donde han destruido libros en ucraniano, sobre todo obras sobre la historia o lengua del país”.

Podría ser que el bombardeo de museos, iglesias o bibliotecas sea más bien un reflejo de lo indiscriminados que están siendo los ataques rusos, concede Kulyk. Pero el concepto mismo de “desnazificación”, con el que Vladimir Putin ha justificado desde el principio la guerra, “revela sus intenciones de eliminar o socavar la identidad ucraniana”, argumenta el profesor, que también es investigador asociado con la Universidad de Harvard.

Según Kulyk, para los rusos, la “desnazificación” de Ucrania no significa acabar con personas de extrema derecha “sino con todo lo que no sea ruso”.

El busto del poeta ucraniano Taras Sevchenko dañado por la metralla
Getty Images
El poeta Taras Sevchenko es uno de los símbolos nacionales de Ucrania.

Expolio

No todo está siendo destruido. Hay piezas, miles, según diferentes fuentes locales, que están siendo trasladadas a las regiones controladas por los invasores y de ahí, sospecha el ministerio de Cultura ucraniano, a Rusia.

En abril, varios soldados, acompañados de un experto, se presentaron en el museo de Melitopol, al sur del país, en busca de una colección muy particular.

El tesoro de oro escita del siglo IV a.C. que albergaba el centro había sido escondido por su directora, Leila Ibrahimova, en el sótano al estallar el conflicto. Tropas rusas armadas se presentaron en su casa y la interrogaron durante varias horas para que les dijera dónde estaban las piezas, aunque finalmente fue puesta en libertad y consiguió huir. No corrió la misma suerte otra empleada del museo, Galina Kucher. Los soldados se la llevaron a finales de abril y la BBC desconoce qué ha sido de ella desde entonces.

Los escitas fueron un pueblo nómada que fundó un próspero imperio centrado en la península de Crimea entre los siglos VIII a.C y el II de nuestra era. Se extendió por gran parte de Asia y por zonas de lo que hoy es Rusia y Ucrania.

La querencia de Putin por el oro escita, que se considera especialmente simbólico de la identidad e independencia ucraniana, viene de lejos. En 2014, cuando las tropas rusas invadieron Crimea, varias piezas del tesoro se encontraban en préstamo en Ámsterdam para una exposición.

Rusia pidió que el oro fuera devuelto a los museos de Crimea de los que había salido, e inició una batalla legal que ha durado años. Un juez dictaminó en 2021, sin embargo, que el oro pertenece al Estado ucraniano, no a los museos de la península, controlados ahora por Rusia.

Las piezas que estaban en Melitopol no han corrido la misma suerte. Los soldados y el experto acabaron encontrando las cajas en el sótano.

Detalle de una de las piezas de oro escita que alberga el Museo de Tesoros Históricos de Kiev
Getty Images
Detalle de una de las piezas de oro escita que alberga el Museo de Tesoros Históricos de Kiev.

Lo mismo ha sucedido en Mariúpol. Se cree que al menos 2.000 objetos de arte han salido de sus museos con destino a Donetsk, entre ellas un rollo de la Torá manuscrito y un valioso evangelio veneciano de 1811. Representantes del museo de Donetsk afirmaron que las obras les fueron entregadas temporalmente, y que serían devueltas a los museos a los que pertenecen si así lo solicitan.

“Ya lo hicieron en Crimea y ahora lo están haciendo en Mariúpol y otras ciudades. Lo que quieren, se lo llevan”, asegura el politólogo ruso Sergej Sumlenny.

Los museos y otros lugares culturales de Ucrania, explica el experto en Europa del este, están siendo atacados “de forma deliberada, no es una coincidencia, es una parte fundamental de la estrategia de Rusia para eliminar la cultura ucraniana. No debilitarla, ojo, eliminarla. Y no es nuevo, llevan 300 años intentando hacerlo, desde Pedro I a Catalina la Grande, todos los emperadores han tenido ese objetivo”.

Una de las pruebas, sostiene Sumlenny, es que de las bombas tampoco se ha librado uno de los hijos más ilustres de la ciudad de Mariúpol.

El museo dedicado al pintor decimonónico Arjip Kuindzhi, fue bombardeado a finales de marzo.

Su directora, Tatiana Buli, relató al servicio ruso de la BBC cómo ella misma, al igual que había hecho Ibrahimova en Melitopol, escondió algunas de las pinturas más importantes en el sótano en los primeros días de la guerra. Poco después, consiguió huir de unas de las ciudades que más intensamente han sido martirizadas por la artillería rusa.

Las tropas de Putin, sin embargo, encontraron las obras gracias a la colaboración de la directora de otra institución local, que conocía el lugar exacto en el estaban escondidas y se las entregó a los rusos.

Entre los cuadros que se llevaron los soldados se encuentran las pinturas de Kuindzhi “Atardecer rojo”, “Otoño” y “Elbrús”, todas ellas muy valiosas, además de algunas de su maestro Ivan Aivazovsky.

Periodistas rusos sacan un retrato del pintor Arjip Kuindzhi, pintado por su alumno Grigory Kalmykov, del sótano de su museo en Mariúpol
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Periodistas rusos sacan un retrato del pintor Arjip Kuindzhi, pintado por su alumno Grigory Kalmykov, del sótano de su museo en Mariúpol.

Nacido en Mariúpol en la época en la que formaba parte del imperio ruso, Kuindzhi es un ejemplo “de la complejidad de la identidad múltiple de muchos artistas en esa época”, explica desde Kiev el artista Nikita Kadan. Son ucranianos y rusos, los dos países reclaman su legado y los convierten en símbolos identitarios.

Junto a otros compatriotas, Kadan ha representado a su país en la Bienal de Venecia de este año con obras creadas a partir de escombros y pedazos retorcidos de metal que recogió en 2014 durante la guerra en el Donbás.

“Por supuesto que existe un frente cultural más allá del frente de guerra, que se centra en dar visibilidad a la cultura y el arte ucraniano y en concienciar sobre la catástrofe de la agresión rusa”, explica el artista.

La destrucción de patrimonio, recuerda a BBC Mundo un portavoz de la Unesco, “es una grave violación de los derechos humanos, inseparable de las cuestiones humanitarias y de seguridad. El patrimonio cultural desempeña, además, un papel fundamental en la afirmación de la identidad y la diversidad cultural de un país, el entendimiento mutuo o la cohesión social”.

El Consejo de Seguridad de la ONU también ha aprobado varias resoluciones en la historia reciente que equiparan los crímenes contra la cultura con los crímenes de guerra. La última es la Resolución 2347, de marzo de 2017, la primera que se centra exclusivamente en la destrucción del patrimonio cultural, el tráfico ilícito de bienes culturales y su impacto en la paz y la seguridad mundiales, y que reconoce el mandato y el papel crucial de la UNESCO en la prevención de los delitos contra el patrimonio.

Mapa con las zonas controladas militarmente por Rusia en Ucrania.
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Símbolo de paz

Al pabellón ucraniano de Venecia llegó también la obra de Maria Primachenko, escoltada por la policía desde Kiev. La artista, autodidacta y reverenciada por Pablo Picasso, falleció en 1997.

Además de escenas campesinas y flores fabulosas, Primachenko también reflejó en sus pinturas el reino del terror que Josef Stalin desplegó en Ucrania. Décadas después, su obra vuelve a convertirse en un emblema nacional y en un símbolo de paz.

“Putin está intentando borrar nuestra historia, nuestra cultura y todo lo que nos hace ucranianos”, denuncia a BBC Mundo Anastasiia Primachenko, bisnieta de la artista y directora de la fundación que lleva su nombre.

Pero aunque logre alcanzar parcialmente sus objetivos geopolíticos, defiende el profesor Volodymyr Kulyk, “Putin no va a obtener sus objetivos identitarios, todo lo contrario. Lo único que ha conseguido es unificar más a Ucrania“.