Mientras Río viste el cielo de colores, las oficinas de Montevideo, Uruguay, se sacuden el Año Viejo lanzando por sus ventanas los calendarios del año que finaliza, y los cubanos arrojan baldes con agua, para purificar su hogar, una costumbre inspirada en las religiones africanas.
“Es como una renovación: como lo que ocurre con la vegetación, que declina en el invierno, se seca y renace en la primavera otra vez. Como la vida nueva”, explica el antropólogo uruguayo Renzo Pi Ugarte, al precisar que las personas necesitan practicar rituales para simbolizar el paso a un nuevo ciclo.
Todas estas costumbres “tienen que ver con la idea del eterno retorno. Se llega a un fin y se comienza otra vez”, agrega Pi Ugarte, quien estima que la necesidad de recomenzar un nuevo ciclo es universal y que esta clase de ritos “están muy generalizados en todo el mundo”.
Entre las costumbres de Año Nuevo más curiosas está la nicaragüense, que consiste en bañarse en el mar para recibir limpios el año que inicia, y la de Ecuador, donde queman muñecos de personajes antipáticos de la política o de la farándula local.
En Colombia colocan espigas de trigo en la mesa de la cena de Año Nuevo, para llamar a la abundancia.
Bolivia y Perú acostumbran estrenar ropa interior de colores: roja, para atraer el amor; amarilla, para el dinero; o blanca, para la armonía.
Casi todos los países latinoamericanos comparten la tradicional cena familiar para acoger el Año Nuevo.
La mayoría de los países están de acuerdo en la importancia de comer 12 uvas con las campanadas de medianoche, para tener dicha y prosperidad en los meses siguientes.