Revista D

La enfermera que conoce de leyes

Encarnación García es la segunda de siete hermanas. Nació en el waquib b’atz, el día en el que vienen al mundo aquellos con inclinación a las artes, la Medicina, las leyes y los destinados a ejercer la autoridad, según el calendario maya.

Todo esto parece que se cumplió en la vida de esta mujer de 62 años, porque a los 13 años ya era guía espiritual, unos años más tarde se graduó de maestra, luego de enfermera, es traductora jurada de k’iche’, trabaja en los procesos judiciales y fue coordinadora del proceso de ratificación del Convenio 169 —un instrumento jurídico internacional que trata específicamente los derechos de los pueblos indígenas—. Y como si eso fuera poco, le quedan dos cursos para cerrar la carrera de abogado y notario.

Su nombre, además, figura en los expedientes de apelaciones de sentencia de amparo en la Corte de Constitucionalidad, en los que se solicitó garantizar el derecho de comunicación en el idioma propio a indígenas recluidas en el Centro de Orientación Femenina (2010).

Se hizo acreedora a la Orden Monja Blanca, una distinción que otorga el Ejército de Guatemala a los civiles.

Hablemos de su primer trabajo como enfermera.


Quiero volver un poco más atrás, pues mi primer don fue el de guía espiritual maya. Años después, me gradué de maestra de educación primaria, luego de enfermera profesional. Más tarde obtuve el título de Traductora Jurada con especialidad en una lengua maya, reconocida por la Universidad de San Carlos, y la Corte Suprema de Justicia. Actualmente estudio en la facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales.

No todos tienen el privilegio de ser guía espiritual. ¿En su familia hay más?

Martín Toj, mi papá, era guía espiritual. Los ancianos de las comunidades le dijeron a mi mamá que yo iba a ser alguien especial, que esa oportunidad Dios me la había dado.

¿De dónde es originaria?

De Cantel, Quetzaltenango.

¿Cuántos hermanos tiene?

Seis mujeres; yo soy la segunda. Mi papá tenía fiebre tifoidea cuando nací, y los ancianos dijeron que ese sería uno de los tropiezos que encontraría en mi vida. Nací en el waquib b’atz, el día destinado a las artes, la música, la pintura, la Medicina, las leyes y a ejercer la autoridad.

Cuando tenía 11 años me tiró una vaca a un pequeño barranco, y los ancianos le pidieron a mi mamá que se preocupara más por mí, porque yo tenía un destino especial. A los 13 años recibí el privilegio de ser guía espiritual.

¿Cómo fue su infancia?

Fui una lideresa maya, como lo marcó el día de mi nacimiento.

Aprendí mis primeras letras en la escuela de la fábrica de Cantel, pues mi papá era operario y era obligatorio estudiar. Primero y segundo grados los cursé en ese establecimiento; de tercero a sexto estudié en la escuela de la parroquia de Cantel, en el Instituto Parroquial Juan Diego, donde conocí al sacerdote austriaco Luis María Attem, quien insistió en que me formara en la capital. ‘Le voy a conseguir una beca y se va para la ciudad, porque necesito que haya niñas que estudien’, les dijo Attem a mis papás. Así fue como llegué al Instituto Indígena Nuestra Señora del Socorro, donde estudié básicos. El magisterio lo cursé en Antigua Guatemala.

Tenía que prestar un año de servicio después de graduarme, así que me mandaron de vuelta al mismo colegio donde estudié en capital, para impartir clases.

¿Fue buena estudiante?

Sí. Mientras trabajé obtuve una beca de un año para estudiar Demografía en la Universidad del Valle.

¿Por qué decidió estudiar magisterio y enfermería?

Siempre me han gustado los niños y además quería impartir clases en el área rural, pero nunca me salió un trabajo. Siempre supe que podía ser enfermera porque me nacía. Me recibí de la Escuela de Enfermería de Occidente. Cuando iba a recibir mi nombramiento no pude ir porque mi madre estaba enferma, así que volví a casa. Después de que ella se recuperó insistí en trabajar y fue así como llegué al centro de salud de Chinique de Las Flores, Quiché.

También fui enfermera en Chiché y en Zacualpa, Quiché, durante el conflicto armado. Después me mandaron a Chajul; dormía en el centro de salud de Nebaj —hoy hospital—, pues no había ni pensiones ni ningún lugar donde quedarme.

Colaboré con varias comunidades de Xalbal, Ixcán, para levantar censos de población.

Estuve seis años en Quiché. Luego me trasladé a la Ciudad de Guatemala, pues obtuve un interinato en el Hospital San Juan de Dios.

Pero trabajar en un hospital de referencia es muy distinto.

Iba a optar a una plaza, pero pensaron que era conflictiva porque era parte del Sindicato de Salud Pública. En el San Juan de Dios me entrené en Neonatología y también recibí cursos de terapia ventilatoria. El médico Néstor Guzmán, quien falleció, me alentó a estudiar. Hice cursos también de Neumología. Después obtuve una plaza en el Hospital Infantil de Infectología y Rehabilitación, hasta que me jubilé, 30 años después.

¿Cómo se convirtió en traductora de la Corte?

En 1995, con la Ratificación del Convenio 169, coordiné las actividades. Fue ese año que surgió la oportunidad de estudiar los sábados. Casi dos años después me gradué de traductora de k’iche’. Empecé a preguntarme ¿por qué hay leyes y no las entendemos?

¿Trabajaba al mismo tiempo en la Corte?

No, empecé a trabajar como traductora después de jubilarme. Participé específicamente en el caso de trata de las menores esclavizadas en tortillerías de San Miguel Petapa y Villa Nueva. Entre las 42 víctimas había 27 niñas, la mayoría hablaba k’iche’. Creo que como me veían ya grande les daba aliento.

¿Estuvo en otros casos?

Con los jóvenes de la minería de Huehuetenango y también acudí a la Corte durante el juicio de Ríos Montt, aclaro que no serví como traductora, les explicaba a las personas lo que estaba sucediendo. Fui invitada al Congreso por el entonces vicepresidente Rafael Espada, cuando se hizo entrega de la Constitución en los cuatro idiomas mayoritarios mayas.

Serví como traductora al maestro de ceremonias, fue un gran honor, un momento muy importante.

Su trabajo en la Corte ¿la animó a estudiar Ciencias Jurídicas?

No, me inscribí en la carrera desde 1989, pero por mi trabajo en el hospital no pude estudiar. Tendría unos 32 o 33 años. Volví a retomarlo hace unos siete. Ahora ya casi cierro, solo me faltan dos cursos.

Cumpliré 63 años el 7 de diciembre.

¿Piensa ejercer esta carrera?

Yo digo que sí, aunque me cuesta eso de la tecnología (risas). Pero puedo ofrecer asesorías. Además, soy locutora profesional.

¿Tiene algún programa?

Aún no, porque primero debo terminar Derecho. Seguí la locución porque quería entrenarme sobre cómo hablar en público. Estudié en la TGW. No pierdo el entusiasmo de hacerlo, es decir, que me escuchen en la radio.

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