Revista D

Lánguido oficio

Quedan muy pocos artesanos en telares de pedales.

A los 82 años, Víctor Pereira trabaja en un telar de doble ancho en la aldea San Bartolo, Antigua Guatemala.

A los 82 años, Víctor Pereira trabaja en un telar de doble ancho en la aldea San Bartolo, Antigua Guatemala.

Desde la calle se escucha el sonido de las lanzaderas del taller de Eladio Chiroy, ubicado en la casa número 9 de la calle San Luquitas, Antigua Guatemala, Sacatepéquez. De forma veloz sus trabajadores pasan de un extremo a otro el hilo en los cuatro telares de pedal.

Chiroy, de 72 años, es uno de los pocos artesanos con un taller de este tipo que fue introducido por los españoles durante la Colonia, y que se entretejió con los de cintura.

El libro Tejeduría artesanal, de Agustín López López, clasifica nueve tipos: los dos mencionados, el de garrucha o chicote; de falsería, de fajas, de cintas, hand skill (pequeño de mano), para alfombras y el de estilo vertical.

Los menos conocidos son los de garrucha —2.5 metros de ancho— propios de San Marcos, Huehuetenango y Chiapas, México; los cuales están en peligro de desaparecer, debido a la importación de telas sintéticas, bajos salarios y el poco interés de los jóvenes por aprender este arte.

El antropólogo Deyvid Molina, del Centro de Estudios Folklóricos (Cefol) de la Universidad de San Carlos de Guatemala (Usac), indica que los franciscanos, mercedarios y dominicos fueron quienes enseñaron a utilizar estas máquinas a los indígenas, especialmente a los hombres.

Fusión

“El indígena legó gran cantidad de especies vegetales y el español las técnicas y nuevos materiales”, explica el arquitecto Hugo Arana en su tesis Proyecto arquitectónico para una cooperativa de producción de tejidos típicos de Salcajá, Quetzaltenango (Usac/1982).

Algunos historiadores refieren que a mediados del siglo XVI los ibéricos les exigieron a los nativos como tributo la elaboración de hilos y mantas.

Los repartimientos de algodón o hilados forzaron a las indígenas a comprar algodón para producir hilo, con una paga de 6 pesos y que los corregidores vendían en 15.

“En esos años, con el telar de pedales se logró aumentar la producción textil ante la creciente demanda de los españoles por nuevas ropas y mantas”, expone Arana.

El sistema se hizo popular entre los indígenas y mestizos, quienes lo adoptaron y le sumaron nuevos conceptos en diseño, estilo, técnicas, materiales y procedimientos. Uno de estos fue el tinte de la cochinilla.

Con el tiempo, se definieron distintas poblaciones tejedoras, cuyas técnicas se transmitieron de generación en generación. Así, Salcajá, Quetzaltenango, Santiago Atitlán (Sololá); Totonicapán y Antigua Guatemala fueron algunas de las principales zonas, indica Arana.

Talleres y gremios

Durante la primera mitad de la Colonia, la actividad textil fue básicamente de tipo familiar, fue hasta el siglo XVIII cuando se organizaron talleres. El número de operarios, por lo general, fue de 12, dice Molina.

En el barrio de San Sebastián, en Santiago de Guatemala, se instalaron la mayoría y se agruparon en un gremio que tenía como patrono a San Lorenzo.

Con el traslado de la ciudad al Valle de la Virgen, en 1776, los tejedores también migraron y ocuparon, al igual que en la urbe destruida, el barrio de San Sebastián.

Algunos relatos orales refieren que el nombre de “morga”, como también se le conoce en Guatemala a los cortes azules o negros que forman parte del vestuario de la mujer indígena, se deriva del apellido Moraga, un destacado tejedor de dicho barrio que durante gran parte del siglo XIX tuvo un taller donde produjeron telas para las faldas de las indígenas, indica Molina.

Estos artesanos llegaron a constituir una corporación tan importante que durante el siglo XVIII surtió a toda la región y algunas ciudades en América del Sur.

La mercancía de contrabando que algunas familias comerciantes introdujeron de Inglaterra, mermó la floreciente industria.

Fruto de esto, en 1808, los artesanos del barrio San Sebastián protestaron para mostrar su inconformidad contra las
autoridades, por haber permitido a los grandes comerciantes la importación, libre del pago de impuestos.


Siguen en pie

Los pocos talleres que todavía luchan contra la producción industrial, e incluso las pacas, sobreviven gracias al mercado de ciertas poblaciones indígenas que conservan su indumentaria y a la elaboración de prendas que se exportan como productos típicos.

Wálter Cuxil, de 24 años, quien tiene tres telares en la aldea Chuachalí, Tecpán, Chimaltenango, cuenta que teje cortes —en un fino entramado en tonos negro, azul y rojo— para las mujeres de Joyabaj, Quiché.

Expone que para tejer seis varas de tela de 38.5 pulgadas de ancho ocupa una semana de trabajo, y recibe aproximadamente Q900. “Esta labor requiere de mucha habilidad manual, fuerza y concentración para no perder el diseño”, explica.

La mayoría de tejedores trabajan en condiciones precarias, en galeras con espacio limitado, poca iluminación, ventilación y un salario de aproximadamente Q350 semanales. “El pago es según la producción”, cuenta Alba Lucía Meléndez, nieta de Chiroy.

De cubrecamas a rebozos

Un aspecto más dramático se vive en la cabecera de Huehuetenango, donde este oficio fue uno de los más tradicionales durante el siglo XX. Varios tejedores terminaron por convertir sus máquinas en leña.

Javier Samayoa Torres cuenta que desde el 2008 dejó de fabricar colchas (cubrecamas). Con la vigencia del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos llegó a tener hasta 14 trabajadores y ocho telares, que fabricaban 32 docenas de producto.

“Era un buen negocio, pero la llegada de productos mexicanos y chinos nos destruyó”, lamenta con nostalgia.

Gregorio Rivas, quien aún se dedica a este oficio, relata que llegó a tener 25 telares, pero actualmente solo tiene cuatro. “En los buenos tiempos cada máquina costaba Q5 mil, hoy se consiguen hasta en Q200”, afirma Rivas. En la actualidad, con el mismo equipo confecciona rebozos.

Chiroy coincide con los artesanos huehuetecos en que los tiempos de bonanza quedaron atrás. Comparte que de 1980 a 1995 llegó a manejar 23 telares, con los cuales surtía a una cadena de supermercados productos como servilletas, limpiadores y manteles; también diseñó tejidos para una estadounidense.

Moda y mercado

Hasta el momento no existen estudios que reflejen la situación de los tejedores en el país. La Asociación Guatemalteca de Exportadores (Agexport) calcula que el sector artesanal lo conforma un millón de personas, donde la producción textil representa más del 70 por ciento.

Marisabel Umaña, coordinadora de este sector de Agexport, expone que algunos productos artesanales pierden en el mercado de las exportaciones debido a que la industria se focaliza en la moda y que responde a demandas de exclusividad y unicidad en diseños. Entre las nuevas tendencias están los artículos en cuero y tejido, objetos de decoración y de uso personal.

Por tal razón expone que el reto reside en presentar artesanías innovadoras que compitan en el mercado mundial.

Labor ancestral

Se cree que el primer telar de pedales fue fabricado en China, en el 1500 a.C.

En el siglo III d.C. sirios y palestinos lo emplearon para sargas de lana.

En el siglo IV d.C, en Persia, modificaron el telar chino y lo fabricaron más ancho para producir tejidos de seda.

En el siglo XI empezó a ser empleado en Europa, según el estudio Evolución de los telares y ligamentos, de Pilar Borrego Díaz.

con información de Mike Castillo

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