PUNTO DE VISTA

Nueva etapa en Venezuela

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En Venezuela estamos sufriendo un gobierno depredador y forajido que quisiera implantar un régimen totalitario, como el cubano, pero no tiene capacidad ni  eficiencia para concretarlo y  puede calificarse como un totalitarismo fallido: una dictadura chapada  a la antigua  pero con fachada neocomunista. La historia del último medio siglo nos enseña que las dictaduras se enfrentan exitosamente por diversos “caminos”, en la mayoría de los casos, complementarios.  Los “caminos” pueden  catalogarse en dos renglones: presiones nacionales e internacionales. Las nacionales, por ejemplo, incluirían protestas pacíficas y no violentas, las que pueden  ser alrededor y en combinación de movilizaciones electorales. Incluyen también guerrillas como la Contra, en  Nicaragua, y el ANC, en  Suráfrica, y obviamente los diversos tipos de golpes de Estado militares. Entre las presiones internacionales  están las diplomáticas, que llevan al aislamiento y reducen la imagen y  prestigio del gobierno forajido, las sanciones financieras y comerciales, el apoyo financiero y logístico a las guerrillas internas, como a la Contra, el apoyo discreto a un golpe de Estado y la intervención militar directa, como  en  la caída de la “narcodictadura” de Manuel Noriega, en Panamá. Salvo en  caso de golpe militar e intervención militar externa, el proceso de presiones termina cuando  hay un resquebrajamiento del régimen y  asume el control del Gobierno el sector que acepta   una salida negociada y pacífica. Al respecto, la historia enseña que se necesitan garantías políticas y personales  para una buena parte de los dirigentes del régimen. Recordemos los casos   Pinochet y Humberto Ortega, que se mantuvieron en la Comandancia del Ejército de Chile y Nicaragua por varios años.

En el caso venezolano actual, por 4 meses se mantuvo un proceso de protestas básicamente pacíficas, reprimidas violentamente, manu militari, con saldo de unos 120 muertos y miles de detenidos y torturados. Un error de parte de la dirigencia de la oposición fue haber creado la imagen de que “faltaba poco” —hora cero, etc.— para que el régimen se tambaleara. No fue el debate–dilema sobre las elecciones regionales que enfrió la “calle”. Tras 4 meses de protestas casi diarias había cansancio y fatiga. Particularmente en los sectores populares, que necesitan trabajar, cobrar y comprar a diario. El debate sobre las elecciones regionales ya es pasado; la decisión fue tomada. Sabemos que el régimen puede abortar los comicios, hacer todas las trampas y además quitarles las atribuciones a los posibles gobernadores democráticos. Pero lo relevante es aprovechar la campaña electoral para movilizar y organizar de nuevo en todo el país la protesta. Son centenares los candidatos y miles sus parientes y seguidores que van a recorrer los barrios subrayando el desastre socioeconómico causado por un gobierno incapaz, corrupto y con las “ideas muertas” de un modelo fracasado. Por eso hay que participar en la movilización electoral. Además, los gobiernos democráticos amigos así lo solicitan. La comunidad internacional ha acentuado sus presiones diplomáticas y sanciones tanto individuales como institucionales. China tiene intereses económicos y comerciales en Venezuela, teme por su deuda y estaría dispuesta a negociar con quien pueda un día responder al teléfono en Miraflores. Rusia no es la URSS, ni financiera ni militarmente. Es un gigante disminuido, con pies de barro. Aprovechará la debilidad del régimen para adquirir, a precios favorables, activos petroleros y materias primas, pero no tiene ni la capacidad ni la voluntad de subsidiar del todo a un gobierno fallido. El fracaso socioeconómico madurista le afecta a Cuba con la disminución del subsidio petrolero. Pero los cubanos son suficientemente pragmáticos para entender que no les conviene hundirse con un barco averiado y estarían dispuestos a negociar con quien les pueda conceder una reducción gradual y concertada del apoyo petrolero.

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