PLUMA INVITADA
¿1.6 millones?
La iglesia está situada en un pueblito de Alabama, uno de tantos del Estado donde la mayoría hispana es guatemalteca. El templo tiene bancas para 750 personas, pero en días de celebración en español, los vestíbulos se ven repletos de gente parada. Fila tras fila, cabezas con pelo negro, señores de baja estatura; señoras cubiertas con velo blanco. Esta es nuestra gente. No es que sean hispanos, son guatemaltecos.
Con el reciente anuncio de las acciones ejecutivas, la pregunta de cuántos guatemaltecos serán beneficiados dejó más dudas que respuestas. Y es que ¿alguien se atreve realmente a decir cuántos guatemaltecos viven en EE. UU.?
Existen estimaciones de centros de investigación y el gobierno federal realiza el censo poblacional, también utilizado en los demás estudios. Pero, constantemente estos datos se quedan cortos al conocer la realidad en sitio.
El caso de Guatemala es complejo. Nuestros idiomas y comunidades étnicas son barreras aún no descifradas por encuestadores internacionales, que en EE. UU. están capacitados para censar a “hispanos”.
Nuestro cuerpo consular asegura conocer la cifra. Pero sus bases de datos únicamente incluyen a quienes han tramitado documentos consulares. Quedan fuera demasiados.
Los primeros flujos migratorios surgieron de los desplazados que huyeron del conflicto armado. Luego de llegar a México, continuaron el camino. La prioridad fue volverse invisibles y quedar en total anonimato, escapar del control estatal. El elemento fundamental del desplazamiento es el miedo. Quizá los tiempos han cambiado, pero resabios de esa cultura continúan vigentes. Aún hoy, muchos prefieren aislarse, por miedo a que Guatemala comparta su información con “la Migra”.
Las bases de datos guatemaltecas dependen de la iniciativa de los ciudadanos. Absurdo sería generalizar y afirmar que todos lo buscan, y que todos lo logran.
La confianza para los migrantes es fundamental. Cabe preguntarse ¿hasta dónde se confía en los consulados que representan a nuestro gobierno y cuyos empleados, más que como servidores, aún se presentan como autoridad? ¿Cuántos somos allá? ¿Qué hay de las hordas que han viajado recientemente, rebalsando la ruta migratoria, tal como los niños que hicieron colapsar la infraestructura de esa gran potencia? ¿Acaso esos flujos no han alterado el mapa migratorio guatemalteco?
Pronto algún estudio más confiable nos sorprenderá al develar datos más precisos. Quizá, entonces la cifra de 1.6 millones finalmente quede en el pasado. No me extrañaría saber que hace ratos fue rebasada la barrera de los dos millones.
Al párroco de aquella iglesia le tengo especial afecto. Bostoniano, culto y amable, se preocupa por las familias de su congregación. Un día, al final de la misa lo abordé, le mostré el censo federal. El reporte categórico: en todo el Estado de Alabama viven cinco mil guatemaltecos. El padre, con una estola morada de tejido típico al cuello, suelta una ligera carcajada. Con sarcasmo y asombro me responde: “Aquí la mayoría no es católica. Pero solo en esta parroquia tengo registradas a casi tres mil”. ¿Cuántos guatemaltecos se beneficiarán de las acciones ejecutivas? Quién sabe. Ni siquiera sabemos cuántos son.
*Abogado especializado en migración, ppsolares@gmail.com