Origen de la orden Francisco Marroquín

Luis Morales Chúa

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La primera de esas distinciones perpetúa en el ámbito educativo la memoria del sacerdote español, que acompañó a los conquistadores en el siglo XVI, y al que los historiadores atribuyen probados méritos como precursor de la educación en Guatemala.

La segunda honra la memoria de una maestra muerta brutalmente por la caballería del Gobierno del general Jorge Ubico, el 25 de junio de 1944, cuando junto con centenares de mujeres, vestidas de negro, participaba en una manifestación pública de repudio a la dictadura ubiquista, la cual se derrumbó en octubre de ese mismo año.

La Orden Francisco Marroquín, destinada a premiar anualmente a diez educadores, destacados en el ejercicio de la profesión magisterial, fue creada por iniciativa del profesor Jorge Luis Cabrera Anleu, quien desempeñaba el cargo de supervisor de educación. Sus gestiones fructificaron y la orden fue oficialmente establecida el 19 de junio de 1963 mediante el decreto ley número 51 firmado por el jefe de Estado, coronel Peralta Azurdia.

Es un símbolo de honor y distinción —dice el citado decreto ley— “para los educadores que se distingan en su profesión, dando ejemplo de trabajo abnegado y superación de la enseñanza”.

Cuarenta y cuatro años después, a propuesta de otro educador egresado también de la Escuela Normal Central para Varones, el Congreso de la República emitió el decreto 25-2007 por el cual todo maestro que recibía la citada condecoración obtenía mensualmente dos mil quetzales, como bonificación, independientemente del salario, prestaciones, jubilación o pensión por retiro. Esa bonificación es hoy de cuatro mil quetzales.

Desde 1963 a la fecha cerca de 500 maestros han sido favorecidos con esa distinción.

Jorge Luis Cabrera, viejo y apreciado amigo mío, cuenta que la idea le surgió cuando se aproximaba las celebraciones del Día del Maestro, en el año citado. Yo trabajaba, me dijo, en una oficina del tercer nivel del Palacio Nacional situada a pocos pasos del despacho ministerial, por lo que me resultaba fácil comunicarme con el ministro, Rolando Chinchilla Aguilar, y con el viceministro, Benjamín Garoz. Así que acudí a ellos y les expuse detalladamente mi propuesta. Ambos la acogieron favorablemente. Pero, el ministro, cauto como era, dijo que consultaría previamente con su hermano, el historiador guatemalteco Ernesto Chinchilla Aguilar, antes de adoptar una posición definitiva. El historiador dio una respuesta positiva, y la asesoría jurídica del ministro elaboró el proyecto de decreto ley que, sin cambios, fue firmado por el gobernante.

Los estudiosos de la vida y obra del cura Marroquín le atribuyen haber establecido la primera escuela de educación elemental en Guatemala, donde los niños aprendían “las primeras letras”; logró después, agregan, que el rey de España aprobara la creación de una cátedra de gramática latina en Guatemala. Gestionó también la fundación de una universidad, pero no tuvo éxito; tampoco consiguió que fuese fundado un colegio de la Compañía de Jesús y por eso en su testamento dejó 2,000 pesos y unos terrenos que poseía en Jocotenango para que se estableciera ese centro de estudios. Un siglo después —cuenta Siang Aguado de Seidner en su interesante artículo titulado El obispo Marroquín, un espíritu liberal— en 1676, el monarca Carlos II otorgó la Real cédula de fundación de la Universidad de San Carlos de Guatemala”.

He aquí, pues, dos motivos que dan vida a las celebraciones del Día del Maestro. Uno para recordar. Otro para trabajar, estudiar y luchar.

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