Una burra negra
Llevo dentro una yegua blanca y una burra negra. No sé quién de las dos es la malvada, pues no atribuyo perversidad a las cosas según su color. Lo que sí sé es que esta noche, la última del 2011, una se montará sobre la otra para darle soberana golpiza. La que gane arremeterá contra los tamales y el nacimiento, o bien, juntará sus patas para pedir a Dios que no se acabe todavía el mundo, no al menos hasta que concluya mi novela.
No sé si a usted, pero le confieso que a mí me provoca cierta curiosidad morbosa el saber qué sucederá el próximo año, cuando los katunes cambiarán su milenario ritmo y emprenderán una marcha contra reloj, o algo así.
Hubo un tiempo en el que estuvimos más interesados en averiguar cómo se inició la Tierra que en predecir cuándo se derretirá. Así como ahora se conjetura sobre su final, hace siglos algunos se aventuraron a calcular su origen. El más atrevido, el arzobispo irlandés James Ussher concluyó, en 1650, que nuestro planeta fue creado entre el sábado 22 y el domingo 23 de octubre del 4004 a. C. ¡a mediodía! Es más, aseguró que Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso 18 días después, un lunes 10 de noviembre.
Hoy creeríamos que estaba loco, pero en su momento tuvo seguidores porque sus cálculos estuvieron amparados en datos del Génesis, en fechas de personajes históricos y en la fórmula insinuada por Pedro cuando dijo que para Dios “un día es como mil años y mil años como un día”.
Es difícil fechar ese pasado, pero, paradójicamente, predecir el futuro es fácil. Yo mismo —si me lo permite— puedo hacerlo, ahora mismo: le aseguro que en el 2012 habrá grandes acontecimientos, también habrá medianos y pequeños acontecimientos. En varios lugares habrá terremotos, inundaciones y tsunamis; el mapamundi político erupcionará. Personajes importantes morirán —supongo que cuando dicen eso es porque también morirán otros sin importancia—. Habrá deshielo en los polos y enfriamiento diplomático entre algunas naciones. Lo peor de todo, óigalo bien, en nuestro territorio habrá manifestaciones, desacuerdos públicos, lluvias y calor en exceso.
Estamos a unas cuantas horas de pisar el 2012, algo tan importante como pisar la Luna, pues le pondremos la primera piedra al año y eso no pudieron hacerlo cuatrillones de personas que murieron antes que nosotros. Tal vez no sirva de nada, o tal vez sí. Seremos arrullados por Don Amor y Don Dinero, o agobiados por Don Odio y Doña Miseria —ya expliqué lo de mi burra y mi yegua internas—.
Propongo que antes del cataclismo del 21 de diciembre casemos a Guatemala. Aún es hermosa. No hay que buscarle un príncipe azul, pero tampoco se la daremos a México, por ejemplo, su pretendiente más cercano, porque es bebedor y parrandero, ni a El Salvador, pues es muy bajito, gordo, y pobre como nosotros; Perú es buen partido, me parece, un país que me gusta, cocina bien y —sin Fujimori— se mira honrado.
Por estos días corren vientos helados. Dios quiera que reculen hacia Miami. Y ojalá que en nuestra nación gane la batalla la yegua o la burra buena, así podremos ver más a las ardillas corriendo entre los árboles, que los aguaceros tenebrosos de los cuales huyen.