El conde von Spreti en mi remembranza
Es necesario recordar a los jóvenes lectores un factor fundamental: el presidente era el licenciado Julio César Méndez Montenegro, ex decano de Derecho de la Universidad de San Carlos, quien estaba a punto de terminar su período. En las elecciones del 1 de marzo había ganado el coronel Carlos Arana Osorio, quien había enfrentado con éxito a la guerrilla en el Oriente del país y ello fue una de las causas de su triunfo.
LAS FAR SECUES- traron a funcionarios para canjearlos por guerrilleros capturados y exigir la consignación a tribunales de quienes en el futuro cayeran en las redadas oficiales. Méndez, hombre de derecho, aceptó. El 31 de marzo de 1970, solo tres meses después del asesinato de Isidoro Zarco, cuya muerte me afectó mucho en lo personal, un comando del grupo guerrillero mencionado secuestró al embajador alemán. El conde Karl von Spreti, diplomático de carrera, quien había sido embajador en Cuba, era un hombre de 63 años, ceremonioso, a quien recuerdo con su peinado hacia atrás al estilo del actor Kurt Jergens. El plagio ocurrió en la Avenida de las Américas, cuando la víctima regresaba de dejar un donativo al hospital general.
LA REACCIÓN DE MU- chos guatemaltecos fue la esperada: rechazo. Un año y medio antes, las FAR habían asesinado al embajador estadounidense John Gordon Mein, pero esta vez se trataba del representante de un país ajeno a la confrontación interna. Desde entonces la guerrilla debilitó el apoyo o al menos la neutralidad de la población. Los guerrilleros exigían la liberación de más de un centenar de sus integrantes, pero estos ya habían sido consignados a los tribunales. Por eso, tal exigencia significaba un abierto rompimiento a la Constitución. Como si no fuera poco, la exigencia agregaba la entrega de más de medio millón de dólares, suma enorme en ese tiempo. Iniciaba la etapa del secuestro político-ideológico con fines económicos.
ME EQUIVOQUÉ. A MI juicio, las FAR no podían cumplir su amenaza de asesinar al embajador de un país de Europa, donde la guerrilla tenía apoyos abiertos o encubiertos. Méndez Montenegro no podía acceder al chantaje y todo se sumergió en una incertidumbre. El 5 de abril, el cadáver del conde fue encontrado camino a San Pedro Ayampuc, con un balazo cercano en la sien. Alemania reaccionó con ira: rompió relaciones con Guatemala. Walter Scheel, entonces funcionario del gobierno, vino al país y se paró frente al Palacio Nacional, exigiendo entrevistarse con el presidente. No lo logró, por razones de reciprocidad de los cargos, y lo recibió alguien de su misma jerarquía. El crimen provocó el rechazo mayoritario de los guatemaltecos.
LAS FAR TERMINARON de perder su imagen. Al embajador estadounidense John Gordon Mein lo asesinaron por la espalda. Ahora había sido peor: primero secuestraron a la víctima y luego la mataron para cumplir la amenaza. Alemania y Estados Unidos, con el tiempo, normalizaron sus relaciones con Guatemala, víctima como país de estos magnicidios. Las razones de Estado y de política se impusieron y por ello no se puede afirmar que en esos gobiernos hubo perdón y olvido para los autores de esos asesinatos. Se puede parafrasear el dicho: “culpas del tiempo son, no de Guatemala”. Ambos hechos avergonzaron a miles de guatemaltecos. A mí, me enseñaron a afianzar mi repudio por el asesinato, en especial con fines políticos.