Corifeos electorales
utilizando cualquier pedo cósmico de la dimensión politiquera de techo bajito, para llamar la atención y crear agenda.
El costo de una campaña política en Guatemala es ofensivo: No menos de 300 millones de quetzales. La lista de gastos es grande: Movilización de cientos de hueseros partidarios que requieren de manutención completa durante varios años. El costo de viajar miles de horas en helicópteros durante cuatro años a precios de primer mundo para visitar aldeas de tercer mundo. La contratación de edecanes reguetonas, músicos, camarógrafos, montadores de tarimas, luces, diseñadores gráficos, manejadores de redes sociales. Viáticos con cuenta libre de escouts locales enviados a todos los municipios para abrir o consolidar las filiales partidarias. Reuniones de churrasco cerveceado para entrega de material a sus caciques, con explicaciones de estrategias de campaña política, y a la vez recoger “material de discurso” de impacto e interés local, para vomitarlo de regreso en encendidos tarimazos cuando llegue el candidato.
Ser candidato entre los finalistas es buen negocio. Solo la nominación le puede representar 10 o 15 millones de quetzales con las donaciones que le dan a “él” y nunca llegan a las urnas del partido.
El sistema electoral de Guatemala es un animal de incentivos perversos. Los levantadores de fondos se convierten en hombres picaporte.
“Yo conseguí, esto”, será puerta de entrada a la cueva clientelar de la que una vez ingresado no se sale. Y a pesar de que solo hay un ganador para ocupar el Palacio Nacional, los segundos y terceros ganan también buena plata e influencia. Meten sus diputados y alcaldes e ingresan en todo ese mundillo de votos por favores, votos por contratos y demás yerbas.
En medio de todo este mundo clientelar, existen algunos políticos guatemaltecos con deseos genuinos de hacer algo bueno, y que por tratar de hacerlo en un sistema político tan minado no logran incidir como debieran.
Hay excepciones. Maquiavelo escribió: “el retorno a los primeros principios algunas veces es causado por las simples virtudes de un hombre —o mujer—. Su buen ejemplo tiene tal influencia que los buenos hombres trataran de imitar, y los malvados se avergonzaran de llevar una vida tan contraria a ese ejemplo”.
El presidente de Uruguay encaja en esta descripción de hombre formado por una vida de principios. Especialmente la alcanzada durante la última etapa de su madurez. Con una sinceridad admirable confiesa que se equivocó en su juventud al optar por opción armada. Lleva las cicatrices de bartolinas solitarias y largos padecimientos en la sombra de las rejas.
Hoy, José Mujica tiene un discurso sereno, conciliador; y con su estilo personal de hombre de hábitos simples, viviendo una vida frugal en su pequeña granja en las afueras de la ciudad, ha tocado con su ejemplo, no solo a los servidores públicos, sino a todo el pueblo uruguayo. Lo más importante: deja un estándar con el que serán medidos sus predecesores.
Hace poco les dijo a los candidatos que están en plena contienda electoral que dejen de pelearse y toquen temas trascendentes que “de verdad importan a la población”.
El equivalente nuestro de decir: “ya dejen los polvos, pues ”
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