MIRADOR
Cuba y Guatemala
La visita del presidente Obama a Cuba ha generado todo tipo de especulaciones sobre los cambios que se pueden esperar en la isla. Hay quienes han visualizado, en el corto/mediano plazo, una transformación en el sistema político, especialmente en contar con la libertad ahora inexistente, e imaginado un panorama alejado de la brutal dictadura que asola la isla por más de medio siglo y cautiva a soñadores de izquierda, quienes la promueven y ponen de ejemplo, aunque evitan residir en ella. “Haz lo que digo, pero no lo que hago”, es el refrán que más se apega al actuar de esos amantes del autoritarismo castrista. ¡Contradicción revolucionaria que no han podido superar!
La realidad, mostrada en el diario acontecer y resaltada por la mayoría de los analistas, es que en Cuba no va a pasar nada diferente, tal y como ha aclarado Fidel. El problema son los dictadores Castro y el represor aparato gubernamental, y mientras eso exista, esperar cambios es arar en el desierto. Eso sí, un teórico y simulado aperturismo aceita la crítica internacional y genera una percepción diferente en el ámbito de las relaciones internacionales. Se hace realidad aquello que suele repetir un amigo mío: “Es necesario que todo cambie para que todo siga igual”.
Por aquí, en el istmo, nada es muy distinto. La Semana Santa inició con el pago del “bono del pescado”, una suerte de propina obligada incluida en los pactos colectivos de salud pública que contribuye a reducir los fondos estatales en beneficio de un grupo de mafiosos que aprovecharon la política para conseguir beneficios exclusivos, a costa del honrado ciudadano que paga impuestos y que representa apenas el 35% del total de la fuerza laboral del país.
Aquel alegrón de burro que permitió conocer los cientos de plazas fantasmas en el Congreso, los salarios desorbitados de quienes hacen fotocopias o sirven café a los “honorables” diputados y la persecución que inició la PGN contra los pactos colectivos —vergüenza para el país y de insostenible costo— quedó en el olvido y ha sido amortiguado por este paréntesis aclarador de memoria que representan estas fiestas. Como en Cuba: es preciso que todo cambie para que todo siga exactamente igual.
La corta memoria o la acumulación de acontecimientos hace que los recuerdos apenas duren unos días y los lapsus de tiempo se utilicen en política para clavar al votante o, sencillamente, no cumplirle con las expectativas generadas. Ya pasó al olvido el tema de los pactos sindicales o los contratos fantasmas, y ahora, con la euforia del triunfo de la selección de fútbol ante los USA (al igual que la actuación de los Rolling Stones en la isla), será mucho más sencillo hacer borrón y cuenta nueva del débito político. ¡Mejor no mover la basura, piensan, vaya a ser que nos enteremos cuántas inexistentes plazas tiene a sus disposición el diputado Fajardo o cómo se construyó la casa su colega Taracena!
Ni en Cuba ni aquí cambiará nada. Allí, la inacción ciudadana, producto de haber nacido en una sociedad en que la violencia estatal impide cualquier descuello, limita el actuar. Aquí, la costumbre y “esperanza” porque otros hagan el trabajo de cada uno dilata los tiempos y hace que no superemos las cada vez más frecuentes quejas diarias. Cubanos y guatemaltecos, tenemos exactamente lo que nos merecemos y la falta de progreso, desarrollo y libertad no es sino producto de un conformismo más o menos tolerado. Los isleños al menos tienen en su descargo ser reprimidos, encarcelados o asesinados por el régimen. Acá, ni siquiera esa “excusa” podemos esgrimir. ¡Qué pena! o ¡Qué vergüenza!
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