LA BUENA NOTICIA
Egoísmo y misericordia
Se cuenta que en una aldea tan pe- queña y lejana que ni aparecía en los mapas habitaba un hombre muy religioso, pero igualmente tan egocéntrico, al punto de que todos los días rezaba: “Te doy gracias, Señor, porque en esta aldea hay por lo menos dos justos: mi hijo y yo, y sobre todo yo”. Ya cinco siglos antes de Cristo afirmaba Sófocles (495-406 a. C.): “Siempre se repite la misma historia: cada individuo no piensa más que en sí mismo y en primer lugar”. De donde el egoísmo que por naturaleza “excluye” pareciera tristemente connatural a la humanidad. Y sin embargo, esa naturaleza humana anhela algo más allá del estrecho, oscuro y sofocante marco del egoísmo: “Las habitaciones de los egocéntricos pueden tener todas las comodidades. De hecho, ellos se las procuran, pero en el fondo no son habitaciones, sino jaulas”, sentenciaba también C. K. Chesterton (1874-1936).
En la Buena Noticia de este domingo continúa la experiencia ambigua de Jesús en su propio pueblo, la pequeña pero “egoísta” aldea de Nazareth, que, en contradicción a su significado (“flor o lugar florido”), no abunda en la fragancia de la generosidad y a no ser por constituir la patria de María y lugar de crianza del mismo Jesús, no tiene una historia bíblica tan gigantesca como su orgullo egoísta, hoy manifestado en el rechazo al “profeta paisano” por su actitud de apertura, de compasión, de “misericordia” hacia otros mundos y personas ajenas al lugar. Cierto: la mención de la viuda de Sarepta, favorecida por Elías o de Naamán el sirio, favorecido por Eliseo, provocaron quizás recuerdos de “exclusión justificada”: aquella era una pagana, aquel era parte del pueblo opresor, etcétera. Pero durante todo su ministerio, Aquel que revelara el domingo pasado un “jubileo de perdón para todos, una misericordia sin fronteras”, encontrará grupos variadísimos que “excluyen del favor divino a los demás” por motivos étnicos, económicos, ideológicos, religiosos, etcétera. El papa Francisco, quien visitará próximamente escenarios de sufrimiento tan cercanos a nosotros (migración, violencia contra la mujer), ya ha advertido de que “hay quienes se cierran a la misericordia porque en el fondo niegan a un Dios que no es vengativo o egoísta como ellos” (cfr. Bula Misericordiae Vultus, 6ss). Según el ya citado Chesterton: “Hay otro linaje de escépticos mucho más terribles, si cabe, que los que creen que todo es materia; todavía queda el caso de aquel escéptico para quien todo se reduce a su propio yo”.
En una comunidad nacional como la nuestra, tan necesitada de unidad y fraternidad, pero no ajena a tantas exclusiones justificables sociológicamente, culturalmente, etcétera, no puede olvidarse que todos somos capaces de egoísmo y de su fruto, el rechazo del amor de Dios. El futuro de la paz, de la convivencia fraterna en pro de la dignidad humana de todos dependerá de “no excluir” en el corazón a nadie, sino en darle aquel espacio de perdón que uno mismo, quizás muchas veces en la vida ha encontrado siempre en el corazón del Dios de Jesús, amoroso con todos, aunque criado curiosamente en la pequeña aldea de Nazareth, que no supo aceptar la misericordia divina para con los ajenos.
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