El mundo sin periodistas
El periodismo ha estado ligado a la literatura, tanto como esta tiene lazos comunicantes con el periodismo, aunque algunas veces se parecen más bien a un matrimonio en conflicto. El columnista de opinión y el cronista frecuentemente se debaten entre la simpleza del relato noticioso y la posibilidad de ligar sus percepciones a un trabajo literario lleno de componentes metafóricos y abundantes detalles periféricos. El periodista se nutre de lo que escucha o lo que lee, y el literato se nutre de la noticia, de los hechos reales que se transforman luego en una novela, un cuento, un poema, pero ambos siguen siendo escritores.
Son numerosos los ejemplos de quienes han militado indistintamente en los dos bandos: George Orwell, cuya crónica de la Guerra Civil Española quedó plasmada en Homenaje a Cataluña, o su famoso relato basado en sus viajes por India en Matar a un elefante; Arturo Pérez-Reverte, un reportero de guerra que se despojó de su chaleco antibalas y se convirtió en uno de los escritores de novelas más leídos del habla hispana; Truman Capote, que con su novela, A sangre fría, revela de qué manera el periodismo de investigación termina cooperando con la novela realista; Jorge Luis Borges, Ernest Hemingway, José Martí y, ¿cómo no mencionarlo?, Gabriel García Márquez con su Crónica de una muerte anunciada. Ellos representan solo algunos de estos especímenes fusionados, tan necesarios para el mundo.
En un ejercicio de desafío mental, tratemos de imaginar un mundo sin periodistas. Por mi parte, desde niña tengo la costumbre de leer varios periódicos a la hora del desayuno, frente a mi añorada taza de café. Sin ellos sentiría que una parte de mí ha muerto. Me aterra pensar que las personas vivan sin saber lo que pasa a su alrededor. Los gobernantes haciendo a su sabor y antojo, despilfarrando el presupuesto, mintiéndonos todo el tiempo con sus comunicados oficiales, cambiándonos la realidad por otra hecha a la medida, tal como Orwell lo narra en su obra 1984.
Sin escritores no habría historia que contar y mi madre no tendría tema para discutir con sus amigas del cuchubal. Sin cronistas no sabríamos la verdad, aunque sea desde el punto de vista del narrador, ni tendríamos un abanico de opciones para formar la opinión propia. Tampoco tendríamos esa riqueza cultural derivada de los procesos creativos de otros, de lo que escuchamos, lo que vemos, lo que sentimos. Porque la realidad y la ficción cotidiana se hacen una en la mente de los lectores que nos honran con su tiempo, tan solo por la gracia de nuestras palabras. En nombre de todas las personas que hacen posible que esta publicación llegue a sus manos, le agradezco por ese fragmento de vida que nos regala.