REGISTRO AKÁSICO
El tránsfuga bienamado
¿Qué de malo hay? Cuando se está en un mal lugar, lo lógico es irse. Ya Platón indicaba en su Laques que un valiente puede retirarse sin desdoro si se trata de una táctica. Así que permanecer en un sitio donde se obtendrán males, no es prudente, ni sabio. Cuando un diputado se cambia de una bancada perdedora, hace lo correcto. Seguir allí significaría un acto de terquedad que no abona en su carrera política.
No obstante, queda el asunto de la traición. Dejar a los compañeros en el campo de lucha política. El tránsfuga se parece a un militar que cambia de bando en un conflicto bélico. Por eso es tránsfuga, porque se fuga. Séneca indicaba que el peor enemigo es el traidor. Conoce dónde atacar, las comunicaciones que se han mantenido en secreto. En fin, causa un daño muy grande a sus compañeros.
Pero puede suceder que el traidor no lo sea, pues en el lance de romper con sus amigos busca llevar adelante sus principios. Se ve compelido a cambiar de bando para mantener en alto su moral. Si un diputado está en una bancada que no hace avanzar su ideario político, es lógico que busque con quiénes puede conseguir logros en su programa ideológico.
En el Congreso, la mayor parte de los partidos son de la derecha, así como la abrumadora mayoría de representantes. Entonces no hay traición, pues se entiende que esas formaciones tienen la misma ideología, defienden los mismos intereses y simplemente se diferencian en las carreras personales. Por lo tanto, todo político busca efectividad en sus objetivos, de donde cuando se integra a otro partido derechista, simplemente se trata de un cambio de silla, no de valores.
El transfuguismo se contagia, muchos comienzan a realizar acciones insólitas. Observe a Miguel Ángel Sandoval Vásquez, el candidato a la presidencia de URNG. Se desempeña en el partido que se supone tiene bases socialistas revolucionarias. Pero, como es lógico, todos tienen que trabajar. Así que acepta asesorar a la bancada de la UNE. El cambio no es grande, pues se trata de una formación socialdemócrata. En otras palabras, es un ajuste en sus convicciones y consigue una plaza que acarrea responsabilidad política. Es decir, ahora debe hacer avanzar el programa reformista y dejar atrás todo afán revolucionario.
Pero en medio de su nueva afiliación, exige que se le nombre candidato a la presidencia por su antiguo partido… Y ¡lo consigue!
Allí hay un problema. Pues sus honorarios lo obligan a eso: hacer honor a la agrupación que le paga. Algunos consideran que hay un choque de principios, pero también da lugar a pensar mal. Su actuación de candidato provoca muchos exabruptos. Cuando se canta el himno nacional, no lo hace; cuando se le pide comprensión para negociar; al contrario, exalta la intransigencia. En fin, aparece como un radical en las posiciones del partido que supuestamente había abandonado. Mientras tanto, se muestra contento y colaborador en el nuevo partido donde trabaja, encargado de coordinar el apoyo social.
Aquí hay diferente rasero. Si se trata de criticar a un dipukid, no hay problema. En cambio, a quien pide coherencia en la izquierda se le llama malvado, descalificador y hasta intrigante. Peor si los honorarios provienen de la “cooperación” internacional. Entonces, a la acusación se suma el calificativo de envidioso.
Tanta rasgadura de vestiduras y comentarios en redes sociales. Mientras no se entienda que antes que las regulaciones legales la ciudadanía debe votar con la cabeza, no habrá posibilidad de abandonar el atraso político en que vivimos. Puede, por el momento, seguir el jolgorio.