ALEPH
¿En qué creer?
Aunque el terrorismo del Estado Islámico haya puesto a temblar a tantos, no es un secreto que Estados Unidos con sus aliados, y China y Rusia con los suyos, son los que aún mueven las piezas del tablero del ajedrez geopolítico que puede poner en jaque al mundo. Nombrarlo como idea novedosa es como descubrir el agua azucarada. Pero el orden bipolar ya no es hoy un paradigma suficiente para nuestros análisis, y tampoco nos alcanzan los catecismos ideológicos que se hicieron tan fuertes en el contexto de la Guerra Fría, sobre todo cuando se habla en serio de la decadencia del capitalismo, del alcance de la tecnología y de la fuerza de los movimientos sociales planetarios que enarbolan la bandera de la indignación.
Siempre hemos tenido movimientos como el de Mayo del 68 en Francia y México. Es cierto, pero hoy, por ejemplo, tenemos la tecnología (no por la tecnología en sí misma, sino por su velocidad), lo cual nos ofrece (todavía) la posibilidad de interacciones humanas de denuncia y acción que provoquen fisuras significativas en un orden establecido. Frente al hambre, las guerras, las migraciones y los paraísos fiscales, hoy las preguntas a formularnos son otras, porque el tema ya no es una cuestión de colonización simple, sino un problema de relaciones de poder que se cifra en dos elementos claves: la sobrevivencia y los recursos. O como lo diría mejor R. Braidotti: “El sujeto de la posmodernidad está preso entre las expectativas humanistas de decencia y dignidad y la creciente evidencia de un universo poshumano de despiadadas relaciones de poder mediadas por la tecnología”.
En este marco de grandes incertidumbres, salta a las tablas el caso de los Papeles de Panamá, que ha desnudado uno de los paraísos fiscales más atractivos del mundo. La verdadera Suiza de Centroamérica. Nada nuevo, con la excepción de que ahora lo ilegítimo y lo no-ético tienen nombres y apellidos que, por décadas, fueron intocables. Ante ello, los defensores de los edenes fiscales aducen que todo es “legal”, cuando el problema de fondo es que esto es realmente político y ético, porque tampoco es un secreto que las leyes están hechas a la medida de los grupos dominantes de cada país y del mundo. ¿O no fueron legales la esclavitud, el colonialismo y el appartheid? Hay que insistir en que ley y justicia no son lo mismo y pensar si queremos un imperio de la ley en las condiciones actuales.
Lo más fácil sería decir que los Papeles de Panamá, como tantas cosas más, son parte de una conspiración de los poderosos de siempre para limpiar el patio trasero de siempre. Entonces podríamos morirnos todos, porque no habría nada que hacer. O podríamos solo constituirnos en lo opuesto de ese orden, siendo su cualidad amenazante, pero indispensable. El reto es superar lo conocido: la indiferencia o la oposición. ¿Nos funciona el modelo dialéctico de oposición o no estamos leyendo que los patrones son más dinámicos, no lineales, menos predecibles, más en red, más contradictorios y zigzagueantes? No lo sé de cierto, porque nado en la incertidumbre filosófica como muchos más. Pero creo que somos más que solo los colonizados, marginados, esclavizados o excluidos, entre otros. Creo que (con las sabidas distancias) no somos entidades pasivas que reciben y aceptan sin cuestionar, sino cuerpos vitales y textuales en relación permanente con una diversidad de discursos y prácticas textuales. Nos relacionamos más dinámicamente, convirtiéndonos en sujetos activos y alternativos (a veces más a veces menos) de un sistema que genera, cada vez con más velocidad, nuevos discursos y prácticas. Si así fuera, somos también decisivos para las transformaciones éticas y políticas que anhelamos.