Los enemigos del arte
Viendo hacia atrás, me resulta más fácil ahora que entonces entender su resistencia contra las presiones del mercado del arte, que con su afán coleccionista como escala de valores ponía precios y atizaba competencias.
Así como Cabrera, otros grandes artistas pasaron sin alcanzar a tocar la esencia de su patria: a su pueblo. Alejados por razones diversas de las grandes masas —a las cuales muchos de ellos debían parte importante de su inspiración— sus obras quedaron circunscritas a las galerías, museos y colecciones privadas, lejos de los ojos de las mayorías.
Este fenómeno, repetido en muchos otros países con más o menos similares características (“el arte es elitista”), en Guatemala se acentuó con mayor fuerza por la concentración del poder económico en pequeños grupos de la capital, y el desprecio de los gobiernos por su obligación de proteger y dar espacio público a estos importantes valores nacionales. Esto no solo afecta en la actualidad a quienes representan la plástica, sino a los exponentes de todas las ramas del arte, condenados a desarrollar su trabajo artístico con un enorme esfuerzo personal, grandes sacrificios económicos y sin el menor incentivo del Estado.
Dependientes de un ministerio de fachada, las instituciones que constituyen el auténtico fundamento para el desarrollo cultural y artístico de la niñez y la juventud, como la Orquesta Sinfónica Nacional, la Escuela Nacional de Artes Plásticas, la Escuela Nacional de Danza, el Conservatorio Nacional de Música, la Escuela de la Marimba (proyecto de Efraín Recinos), los museos y centros culturales se encuentran en tan deplorable estado, que incluso parecieran ser víctimas de algún perverso plan de exterminio.
Los tesoros de arte que aún existen en áreas públicas, como los murales en mosaico de Recinos que fueron destrozados durante la remodelación del Aeropuerto Internacional La Aurora, también sufren del mismo mal: el abandono, la falta de mantenimiento y el desconocimiento de su enorme valor artístico y cultural. Los artistas tienen en sus manos una buena parte de la identidad nacional. Es deber de todos —incluido el Estado— apoyarlos y divulgar su obra. No olvidemos que la cultura es lo que hace de un país una gran nación.
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