EDITORIAL

Extraño exabrupto del mandatario

Desde varias perspectivas debe ser analizado el exabrupto del presidente Alejandro Maldonado Aguirre durante su presentación en Guastatoya, El Progreso, porque constituye un ejemplo de cómo no debe reaccionar un gobernante a causa de las críticas provocadas por alguna medida gubernativa, en este caso la decisión de crear los llamados salarios diferenciados en algunos lugares del país.

Los descalificativos términos que el mandatario empleó para referirse a quienes se han manifestado en contra de una medida cuyas consecuencias han sido objeto de críticas por varios sectores y comentaristas de prensa demuestran que el licenciado Maldonado, cuyo estilo mesurado ha sido la norma, perdió la compostura. Esto es, como mínimo, extraño cuando se recuerda su talante moderado y con consideraciones generalmente profundas que lo han caracterizado luego de que pasaron sus años de virulencia oratoria producto de su juventud y de sus inicios como dirigente político, hace ya varias décadas.

Al actuar de esa inesperada manera, el efecto ha sido el de arreciar las críticas. Por aparte, el comunicado publicado el lunes en campos pagados en la prensa escrita, a causa de su lenguaje poco claro y rebuscado, no contribuyó a aclarar los criterios del Gobierno. Fue una equivocación que no lo redactara alguien que entienda que lo importante es la comprensión derivada del lenguaje certero, no dedicado a los expertos, sino a una población ávida de entender motivaciones y criterios.

Es válido que eventualmente las emociones afloren en determinados casos, como el del presidente Barack Obama, político muy experimentado, cuando el martes se emocionó hasta las lágrimas al referirse a la urgente necesidad de controlar la venta libertina de armas, y recordar los asesinatos de jóvenes y niños en una escuela estadounidense. Allí, una explosión emotiva puede incluso ser un factor que apuntala una posición.

Lo ocurrido en Guastatoya constituye también una lección para el presidente electo, Jimmy Morales. El político no se puede dar el lujo de perder los estribos, desesperarse, enojarse cuando la reacción social no es como se desea. Se necesita una alta dosis de paciencia y de convencimiento de que temas como el de los salarios diferenciados es imposible que no provoquen reacciones encontradas, por consideraciones políticas, ideológicas, económicas o de cualquier otro orden, que para el caso resulta irrelevante.

En el caso de los políticos sin experiencia, una explosión emotiva como el lenguaje inapropiado, los gritos, malos gestos o uso descontrolado de los ademanes, sin duda alguna tendrán consecuencias negativas y, sobre todo, disminuyen la fortaleza de los argumentos. Es un riesgo aumentado por el hecho de la improvisación del discurso, así como de la confabulación inesperada de factores tanto internos personales como externos.

El presidente electo deberá enfrentarse a críticas de todo tipo, algo inherente a la actividad política, probablemente desde el inicio de su gestión. Necesita verse en ese espejo porque la tarea que le espera es difícil y las reacciones de todo tipo son inesperadas pero innegables.

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